Vocabulario Fundamental. Olvido (9) Évole y ‘los otros olvidados’

‘Los otros olvidados’. Este es el significativo nombre elegido para el programa de ‘Salvados’ dedicado la ley de dependencia, una norma marcada por los drásticos recortes del gobierno que han puesto en situación muy difícil a un colectivo tan vulnerable y han muerto muchas personas que esperaban ser atendidas. El programa de Jordi Évole muestra casos tan dramáticos como el de Verónica Estevan, que dejó su trabajo como directora de recursos humanos para cuidar de su madre o el de Eustaquio y Antoñita, un matrimonio que no puede permitirse los cuidados de un profesional las 24 horas del día y que ha tenido que recurrir a sus ahorros y a sus hijos para vivir. Otro de los testimonios es el de Jaume Martorell, un joven dependiente muy crítico con la actitud de los políticos. «Nos quieren mandar otra vez al cuarto oscuro de la sociedad», explica uno de ellos. ¿Estamos en recuperación como nos vende el gobierno? En este país hay gente que siente que se ha quedado fuera. Ellos son los olvidados de la recuperación.

Vocabulario Fundamental. Olvido (8) ‘El puzzle’, las piezas olvidadas de nuestra sociedad


Estupendo corto documental de Cipó Company dirigido por los realizadores Daniel Garibotti y Marta Caravantes para la campaña ‘Personas como tú’ de la ONG Solidarios para el Desarrollo. Dedicado a las personas a las que una mala decisión, un despido, una ruptura, un banco despiadado, les llevó a una espiral descendente en su vida que acabó dejándoles sin nada, olvidados en los márgenes de nuestra sociedad. Causa vergüenza que en la sociedad española estos dramas sucedan cada vez más, ante la indiferencia o el rechazo de la mayoría. Veánlo, luego será cada uno con su conciencia quien decida ejercitar o no su empatía y hacer, poco o mucho, o no hacer nada, al respecto. 

Estupor y Temblores (16) Ruanda, ayer y hoy del genocidio


«Nos dábamos prisa porque se estaba acabando la temporada de matanzas. Prometía ahorrarnos el trabajo de una cosecha pero no el de dos. Sabíamos que en la siguiente temporada tendríamos que volver a empuñar los machetes para trabajos más tradicionales» Alphonse Hitiyarembe, en «Temporada de machetes»

El 6 de abril de 1994 el avión del presidente ruandés Juvénal Habyarimana (y el presidente de Burundi, también hutu) era derribado por un misil cuando se acercaba al aeropuerto de Kigali. Este magnicidio provocó que los extremistas hutus se hicieran con el control del país y comenzaran la represión sobre la minoría tutsi y los hutus moderados, cien días desplazamientos masivos de la población a los países vecinos, de violaciones, de matanzas sistemáticas, atávicas, brutales, muchas llevadas a cabo de forma artesanal, a puro machete -el arma que todo el mundo tenía- mutilando y segando la vida de centenares de miles de personas, vecinos y familiares. Y todo esto ante la inacción del mundo en general, la ONU en particular. En este sentido recomendamos la lectura del libro «Temporada de machetes», de Jean Hatzfeld, que recoge los estremecedores testimonios de los propios asesinos desde la cárcel de Rilima, cerca de Nyamata, el epicentro del genocidio tutsi.


Tras la guerra civil y el triunfo final del FPR (Frente Patriótico Ruandés) tutsi se impuso el discurso del vencedor y se instaló un régimen represor que sin embargo, ha hecho prosperar económicamente al país en la última década, ha forzado la reconciliación e incrementado la seguridad pero todavía vive quebrada por el recuerdo de aquellas masacres. 

El documental «Rwanda, do scars ever fade?» (titulado en YouTube como ‘Genocidio de Ruanda’) nos traslada a aquellos cien días de locura homicida, a sus causas -que se hunden en el colonialismo belga que fomentó la división étnica- y sus consecuencias y el reportaje «El diablo anduvo suelto», de ‘En Portada’ busca, veinte años después, en los testimonios de víctimas y verdugos para comprobar si los ruandeses han superado o no una quiebra ética y moral tan destructora, si es verdad que en sus corazones ya no se sienten hutus o tutsis sino sólo ruandeses. 


En Portada – «El diablo anduvo suelto»

José Antonio Guardiola (Director de En Portada) 01.04.2014

En el memorial de Nyamata hoy se encuentran los restos de cerca de 45.000 víctimas, la mayoría de ellas tutsis

La última vez que estuve en Ruanda, aún se podía ver algún cadáver en los arcenes de las carreteras. Hoy, las aceras de Kigali lucen un césped impecable cuidado con esmero por brigadas de jardineros. Ésa es la Ruanda que se ve, la que crece a un ritmo desaforado; la que reduce poco a poco la desigualdad; la que te permite pasear seguro por cualquier rincón y a cualquier hora; la que te da cobertura 3G en cada una de sus mil colinas; la que se presenta como la Suiza del continente.

Un país quebrado por el recuerdo

Pero hay otra Ruanda que no se ve y a la que cuesta muchísimo acceder. Un país quebrado por el recuerdo del genocidio más brutal de los últimos decenios; un país gobernado por unos vencedores que han impuesto su relato oficial; un país en el que se confina en prisión a todo aquel que cuestiona esa versión de los hechos; o peor aún, en el que desaparecen o mueren los que renuncian a pertenecer al club selecto del poder.

José A. Guardiola charla con Valérie Bemeriki, locutora de la Radio Mil Colinas, en su celda de la prisión de Nyarugenge. De sus labios salieron mensajes que provocaron la asesinato de miles de personas

Preguntas y respuestas 20 años después

Creo que no es bueno recordar la brutalidad que sacudió Ruanda hace 20 años sin preguntarse al menos dos cosas ¿Podría repetirse? ¿Alguien se ha beneficiado de tanto horror? Hoy por hoy en Ruanda es difícil. El genocidio fue un terremoto moral para víctimas y verdugos y el régimen de Kagame ha tejido una densa malla para impedirlo. Pero, desgraciadamente, algo parecido sí se podría repetir en otros rincones de África. Y lo peor es que en estos 20 años, la llamada Comunidad Internacional no ha creado los mecanismos para evitar otro fracaso tan desolador como el de Ruanda.

¿Alguien se ha beneficiado? Sí. Maticemos, el país entero se ha beneficiado porque el progreso económico ha esparcido porciones de bienestar. Pero también hay una élite, compuesta en su mayoría por tutsis y también algunos hutus que han sabido instrumentalizar la tragedia y diseñar algo muy parecido a un régimen.

Preguntar a un ruandés si es hutu o tutsi está muy mal visto. Y cuando responden, la contestación siempre es la misma: Soy ruandés. Ésa es también parte de la versión oficial. Se acabaron las fracturas étnicas… Pero uno tiene siempre la sensación de que en su interior cada ruandés se siente –porque lo ha mamado o lo ha sufrido- hutu o tutsi. Preguntar a un ruandés si es hutu o tutsi está muy mal visto. Y cuando responden, la contestación siempre es la misma: Soy ruandés.

Ciclo de cine de animación (17) El corto animado según Chris Landreth

Un interesante artículo en la web Cortosfera nos introduce en el personalísimo y multireferencial cine de animación del realizador norteamericano Chris Landreth, del que publicamos dos de sus obras. Su estilo, que el propio Landreth llama ‘psicorrealismo’ se muestra en ambas. La primera, «Subconscious password», es un divertido y delirante viaje al inconsciente de un tipo que se encuentra con un antiguo amigo del que no recuerda el nombre, situación que tantos hemos sentido en algunas ocasiones. El segundo, ‘Ryan’, ganador del Óscar, es una desolada mirada de Landreth al talento fracasado o, como dice el texto de Cortosfera, «Ryan es una confrontación con el fantasma, o el despojo, de una herencia creativa. Una entrevista con la sombra desanimada en la que podría también convertirse.» Con ellos les dejamos.  

Hay ciertos reencuentros que pueden equipararse a sentirte atrapado en una cámara de torturas mientras sientes cómo se ciernen sobre ti ambas paredes. Y sólo hay un modo de que se detengan. Acordarte de la contraseña, de la palabra mágica. Te encuentras en medio de la pista de baile de una discoteca con alguien que no veías en años. Él muestra sin rubor todo el alborozo que le causa el volver a verte. Y, por supuesto, se acuerda de tu nombre, Charles. Pero tú no del suyo. Y los primeros pasos de baile de la conversación se convierten en una sucesión de regates con la vana esperanza de que el encuentro se ciña a un par de frases entusiastas antes de separarse. Pero tu amigo, el que se acuerda de tu nombre y de cuyo nombre tú, denodadamente, quieres acordarte, pretende hacer recuento de vivencias compartidas, una sucesión de flashbacks que hagan del momento una celebración, como si el túnel del tiempo fuera una atracción de feria, y no una sesión de tortura. Porque tú no te acuerdas de su nombre. Si tus neuronas tuvieran uñas, te las morderías, mientras juras en todos los idiomas que eres capaz de inventarte en tan escaso lapso de tiempo, ya que tienes escasos minutos, los que tarde en traer unas copas que ha ido a pedir a la barra, para acordarte de su nombre.

El tiempo se precipita en tu mente como una guillotina. Los nombres danzan como la onda expansiva de una bomba. No es Cthulhu el nombre, ni, afortunadamente, tu amigo tiene nada que ver con él (o ello), pero el momento se está convirtiendo en una experiencia tan terrorífica como la que debieron vivir quienes tuvieron la oportunidad de contemplar alguna vez a los Arcanos antes de ser destrozados, destripados o mutilados por alguna de aquellas mefíticas criaturas que hacen honor a lo innombrable. Por eso, como quien se tortura a sí mismo por superar toda marca conocida de incompetencia, por convertir el nombre de tu amigo en lo innombrable, imaginas que el mismo Lovecraft es convertido en amasijo de carne, en mera pulpa, por alguna de sus literarias creaciones, porque al fin y al cabo, eres escritor también, y te sientes como un autor que busca a su personaje al que alguna vez pusiste un nombre pero ya no recuerdas cuál. Eres escritor, y tu instrumento de trabajo, la palabra, se revela, te deja en evidencia, con expresión extraviada, en medio de una pista de baile, mientras tu sudor chorrea, cual borboteo de agua hirviendo de un geiser, como asistentes o rivales en un concurso televisivo en el que participan, en el interior de tu convulsa mente, los rostros de Sammy Davis Jr, William S. Burroughs, Ayn Rand, Dick Van Dyke, James Joyce o Yoko Ono (además de los ya citados Lovecraft y Cthulhu), sin orden ni concierto ni coherencia (porque ¿quién sabe en ese momento el origen etimológico de la palabra «coherencia»?), mientras ese nombre sigue rondando alrededor como un cometa ardiendo que no acaba de colisionar contra la tierra de tu mente.



Esta odisea es la que narra con vibrante inventiva el cineasta norteamericano afincado en Canadá Chris Landreth en su quinto cortometraje de animación, Subconscious Password (El juego del inconsciente, 2013), que ganó el Cristal de Oro en el Festival de Annecy, así como la Espiga de Plata en la Seminci de Valladolid. Quien pone rostro al nombre que es incógnita es John L. Dilworth, director de cine de animación, autor de otro disparatadoduelo (entre circunspecto pero expeditivo gato y pájaro que le atosiga, o muestra afecto, enseñándole el culo; un duelo en Ok Corral, cual bucle eterno, pero sobre la rama de un árbol). Landreth ganó el Oscar al mejor corto animado en el 2004, con Ryan, una desazonadora visión de la creatividad mancillada y anulada, a través del retrato del animador, también canadiense, Ryan Larkin, quien (entrevistado por el propio Landreth) escupe su amargura, el por qué ha optado por los márgenes, por el entumecimiento del alcohol, convertido en sombra indigente que debe pugnar por conseguir mendigando diez dólares, los que otros gastan en quince minutos. Ryan es una confrontación con el fantasma, o el despojo, de una herencia creativa. Una entrevista con la sombra desanimada en la que podría también convertirse. Los impulsos exploratorios en la imaginación pueden ser talados, reducidos al funcionariado, o a los escombros, como el tiempo atrás renombrado Larkin. Landreth define su estilo como Psicorrealismo: las heridas y turbulencias interiores se reflejan en la apariencia y carne. Landreth estudió ingeniería, e investigó los fluidos mecánicos. La ingeniera de su arte quiebra límites, como si se fundieran los universos de David Lynch, Charles Kaufman y David Cronenberg, y da como resultado un nuevo planeta mutante, en el que la imaginación tiene que dotarse de denominaciones aún no conocidas, ya que fluye a través de una nueva médula espinal de la inventiva y de la percepción, como se corporeiza en ese anodadante prodigio que esThe spine (2009). Su próxima estación tiene el nombre de Lovecraft, la adaptación de la novela gráfica de Hans Rodionoff, Keith Giffen y Enrique Breccia, prologada por John Carpenter y que se inicia con una frase de Edgar Allan Poe: “Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que pasan desapercibidas a los que sólo sueñan de noche”. Landreth, sin duda, sueña de día, y nos invita a recorrer senderos aún no transitados. El asombro aún es posible.

El juego del inconsciente (Subsconscious password, 2013)


Ryan (2004)

Campanadas de la Historia (34) ‘Los niños de Rusia’, de Jaime Camino

Aún no teníamos en nuestra web el documental «Los niños de Rusia» así que subsanamos la incidencia con este post. Dirigido en 2001 por Jaime Camino cuenta la historia de los millares de niños de la España republicana que, durante nuestra guerra civil fueron enviados a distintos países para alejarlos del conflicto. Aproximadamente tres mil de ellos fueron acogidos por la Unión Soviética.


A través de los testimonios de quienes hoy tienen más de setenta años, el film indaga en su peripecia vital, a la vez que recuerda los hechos: la victoria de Franco, la invasión de la URSS por los ejércitos alemanes en 1941, los sufrimientos provocados por la Segunda Guerra mundial, las características del régimen estalinista y de la educación en aquel país, su difícil regreso a España y el desarraigo que muchos sintieron serían los acontecimientos que marcarían sus vidas. Un documental imprescindible para entender una parte de nuestra historia.


Los niños de Rusia

Seguir llamando niños a los que tienen más de setenta años puede parecer un anacronismo, pero es verdad que a partir de su viaje a Rusia todo fue distinto en sus vidas y lo que más les ha marcado es esa añoranza por la patria perdida y jamás recuperada, por la búsqueda de una identidad que tenían cuando eran niños españoles y que posiblemente nunca volverán a tener. Los niños de Rusia comenzaron en el año 1937 un viaje sin regreso, un viaje hacia el extrañamiento, huyendo de las bombas que la aviación fascista tiraba sobre las ciudades republicanas y de aquel cataclismo que intentaron paliar países como Francia, Inglaterra o Rusia acogiendo a los niños republicanos, en el caso de estos últimos los convirtió en unos Ulises -Nadie- que jamás encontrarían su Itaca. Lo que iba a durar tres meses se convirtió en una odisea y fueron sus vidas testigos y protagonistas del devenir de la Europa de esos años, desde la huida por el puerto de Santurce en el barco La Habana hasta llegar a Rusia y la acogida en Leningrado (así se decía entonces) apoteósica, humana y propagandista (no más que cualquiera de nuestros telediarios de hoy), la estancia en las Casas de acogida, la Segunda Guerra Mundial, la batalla de Stalingrado, la alegría del final de la guerra, las purgas de Estalin, la apertura de Kruchef y la primera oportunidad de poder regresar a España.

Estos hitos históricos van estructurando el relato de las vidas y los diferentes juicios de los protagonistas en torno a si debieron o no salir del país, sobre el acierto o no de la decisión de sus padres, de lo que ha supuesto en sus vidas la permanencia en Rusia, sobre el confinamiento que no les permitió volver a su país como los niños que estuvieron refugiados en otros países al acabar la guerra, sobre la Rusia actual en la que de nuevo se impone la influencia religiosa y el hambre. Las opiniones son diversas; en lo que sí están todos de acuerdo es en la bondad del pueblo ruso, en que la acogida estuvo llena de solidaridad y compasión, en que se les intentó formar culturalmente y tenerlos unidos para que no perdieran su cultura; también en que la España que encontraron los que regresaron en el año 56 era una España putrefacta que jamás los admitió como personas, siempre fueron sospechosos y se les intentó purgar del lavado de cerebro que traían con otro peor en el que participaba el país entero bajo el nacional-catolicismo, y así no sólo fueron sospechosos ante la policía española, que dejó que actuará la CIA en nuestro territorio para descubrir planes y planos, sino que sus familiares y vecinos siempre los vieron como algo foráneo y peligroso. Algunos, ante tanta hostilidad, regresaron de nuevo a Rusia.

Resulta conmovedor el contraste entre la serenidad, la sinceridad, la viveza de los recuerdos que los protagonistas van desgranando ante las cámaras en el momento actual y las imágenes en blanco y negro de documentales de aquel tiempo, fotografías y canciones que nos hacen vivir una época que no vivimos, pero que está tan presente en todos nosotros y que les debíamos como homenaje a estas personas. Sus vidas ilustran la veleidad del futuro, la inutilidad de los planes, el desarraigo como una metáfora de la vida, el extrañamiento y la soledad como una forma de ser del hombre, la añoranza y su superación y por encima de todo la dignidad y la sinceridad, la emoción y la entereza de estos protagonistas involuntarios; de este viaje que se prolonga en el tiempo hasta ocupar la totalidad de sus vidas. (Texto: Daniel Arenas)

Vocabulario Fundamental. Memoria (22) Rejas en la memoria

“Una sociedad sin memoria no puede crear un civismo sano” Juan Gelmán

El documental ‘Rejas en la memoria’ (narrado por Rosa María Mateo) y un interesante artículo de Olga Rodríguez nos ayudan a reclamar una vez más justicia y memoria sobre los centenares de miles de represaliados por el franquismo, los que fueron asesinados y los que tuvieron que penar muchos años de cárcel y/o trabajos forzados en las prisiones del régimen. Y a clamar contra la impunidad de aquellos crímenes pues, como Olga Rodríguez apunta, «la impunidad del pasado contribuye a legitimar la impunidad del presente, a perpetuar el todo vale», instalando en la psique de nuestra sociedad la sensación de que la corrupción, el fraude y la injusticia no serán castigadas dependiendo de quien las cometa. Contra el olvido que muchos pretenden, memoria. 

Rejas en la memoria

«Espléndido ejemplo de cine documental, comprometido y combativo (…) potente ataque a la amnesia colectiva (…) homenaje tan sentido como emocionante»

Miguel Ángel Palomo: Diario El País

El Congreso de los Diputados de España condenó en el año 2002 el golpe de Estado de 1936 contra el Gobierno democrático de la República. Habían pasado 28 años desde la muerte de Franco y el país había logrado una transición pacífica a la democracia. Sin embargo, la voz de los vencidos, olvidados y borrados de la geografía española durante cuarenta años de dictadura no ha alcanzado la memoria colectiva democrática del país. El exilio interior, formado por miles de presos contrarios ideológicamente a la dictadura franquista, comienza en 1936 en el devastador conflicto fratricida que fue la guerra civil española y concluye prácticamente con la muerte del dictador en 1975. 


El documental se sumerge en la voz de los prisioneros y prisioneras de cárceles y campos de concentración que surgen durante la guerra civil y que prolongan su existencia durante décadas en la larga posguerra. Aunque la función de los campos durante el conflicto fue la de la clasificación de prisioneros para su posterior reutilización bélica, al terminar la guerra el 1 de abril de 1939, sus objetivos se trasformaron. Con el apoyo de la Iglesia y la permisividad internacional, los campos de trabajadores se organizaron y se diseminaron por la España de posguerra reconstruyéndola, realizando miles de obras públicas y privadas.



Desde las cunetas del subconsciente


Olga Rodríguez 24/09/2013

Cuando, al hablar de los crímenes del franquismo, se dice que aquello fue una guerra -”y en una guerra ya se sabe…”-, se está contando tan solo una pequeña parte de la historia más reciente de nuestro país. Cuando se recurre a la equidistancia con el argumento de que “en ambos bandos se cometieron atrocidades” se oculta que la guerra civil tuvo un claro responsable que dio un golpe de Estado contra un gobierno democrático y que impulsó un plan sistemático destinado a acabar con un grupo ideológico o político. 
 


Fotografías de desaparecidos en el franquismo (Efe)

Son miles los pueblos y ciudades en los que nunca se libró una guerra, porque los golpistas tomaron el control desde el primer día, y en los que, sin embargo, se asesinó e hizo desaparecer a un elevado porcentaje de personas. “Los mataron como a conejos”, cuenta un anciano del pueblo de mi familia, recordando cómo los golpistas fueron casa por casa buscando a todos aquellos que se habían significado por sus ideas políticas, por su apoyo a la democracia, por su oposición al golpe de Estado.



Pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, gente que nunca había empuñado un arma pero que era afín a la República fue arrestada, torturada, humillada, fusilada, y desaparecida. Por eso a día de hoy España es, después de Camboya, el país del mundo con más fosas comunes. Hay más de cien mil desaparecidos que nunca han podido ser llorados en una tumba por sus seres queridos. Y los responsables de semejante atrocidad tuvieron la desfachatez de actuar en nombre de Dios y de la moral cristiana, la misma que no niega a nadie -a nadie- una tumba. 



Pero el castigo no acaba ahí. Las víctimas y sus familias se vieron obligadas a ocultar su dolor, a caminar de puntillas para no sufrir más castigo, a asumir que ni siquiera podían reclamar el cuerpo de un ser querido. Hasta 1977 muchas sufrieron prisión, torturas y represión. Luego vino la Transición, construida sobre el olvido de nuestros desaparecidos, de los muertos, de los represaliados, de los encarcelados, de los torturados. Un pueblo que da la espalda a su historia es un pueblo indefenso. “Una sociedad sin memoria no puede crear un civismo sano”, ha dicho en alguna ocasión el poeta Juan Gelman, que sufrió durante la dictadura argentina el desgarro que provoca el fascismo.



La impunidad del franquismo ha continuado hasta nuestros días y sobre ella se ha construido esta maltrecha democracia, que sigue excluyendo de los libros de texto de escuelas, institutos y universidades buena parte de los crímenes de la dictadura. Solo quienes eligen dentro de la carrera de Historia la especialización en esa época abordan el estudio de lo ocurrido. Todo un símbolo. 

No hay en el empeño por rescatar la memoria ningún deseo de revancha, sino una reivindicación de justicia y una defensa de los derechos humanos, imprescindible para evitar que la historia se repita. Esa es una de las finalidades de la justicia: tener carácter ejemplarizante.



Mientras los crímenes franquistas continúen impunes se estará transmitiendo un mensaje enormemente peligroso y dañino para todos: que los regímenes totalitarios pueden campar a sus anchas, matar, cometer genocidios o crímenes de lesa humanidad e irse de rositas. Una premisa tan sumamente grave es capaz de extenderse por todos los recovecos de una sociedad, como un virus invasivo. Y de hecho este país se caracteriza por una cultura de la impunidad que facilita la corrupción, el enchufismo, la injusticia. 



Existen los mecanismos legales necesarios para abordar los crímenes del franquismo. Lo que falta es voluntad. Como me decía recientemente Carlos Slepoy, uno de los abogados impulsores de la querella argentina, “un juez español que se atreviera podría establecer que la Ley de Amnistía de 1977 es inaplicable según el derecho internacional. No hay obstáculo judicial. El obstáculo es absolutamente político.” Además, estamos hablando de crímenes que nunca prescriben, por mucho que la Fiscalía española haya dicho lo contrario.



La propia Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha pedido a España -al igual que a otros países con cuestiones pendientes, como Yemen o Haití- que derogue la ley de amnistía, “puesto que no es conforme con las leyes internacionales de Derechos Humanos”, que procese y castigue a los responsables vivos de los crímenes franquistas, y que asuma su deber hacia las víctimas. Además, ha recordado la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad y ha subrayado que “las violaciones graves de los derechos humanos son incompatibles con el pacto [de Amnistía]”. 

Pero España tiene una democracia mutilada, que niega a los familiares de las víctimas del franquismo su derecho a reclamar, que tiene miedo a llamar criminales a los criminales y torturadores a los torturadores, que concede a los verdugos el beneficio de la duda mientras silencia e invisibiliza a las víctimas.

Por eso la querella argentina contra los crímenes del franquismo es tan importante. Ya de por sí la simple orden de busca y captura contra cuatro torturadores de la dictadura -que ya ha llegado a la Interpol- ofrece una reparación a las víctimas y a sus familiares. Además, Argentina ha anunciado algo que la democracia española no ofrece: la apertura de todos sus consulados para acoger denuncias contra el franquismo. Para que en un país donde se han cometido atrocidades se aborde un proceso judicial se necesita de una voluntad política que en España nunca ha existido. Y así, la impunidad del pasado contribuye a legitimar la impunidad del presente, a perpetuar el todo vale. Como indica Naciones Unidas, la verdad, la justicia y la reparación son derechos indiscutibles: Pilares fundamentales para que un país pueda extraer de las cunetas de su subconsciente tanta impunidad.

Muchos pueden seguir diciendo que los crímenes han prescrito, contradiciendo así a Naciones Unidas y la ley internacional. Pero esta vez el caso no depende solo del poder judicial y político español -defensores hasta hoy del pacto de silencio- sino de una jueza de un país que sabe de la lucha contra la impunidad de los crímenes de lesa humanidad.

Vocabulario Fundamental. Memoria (21) ¿Cómo construimos los recuerdos?

¿Cómo construimos los recuerdos?


Si tuviéramos que recordarlo todo, no podríamos hacer nada.

Martin Conway

¿Podemos fiarnos de nuestros recuerdos? Un aroma, una frase, una imagen es lo que suele quedarse grabado en nuestra memoria, pero el contexto, el resto de circunstancias que visten ese recuerdo es, en gran parte, producto de nuestra imaginación. En este programa deRedes, el neurocientífico Martin Conway explica a Eduard Punset cómo lo real y lo ficticio se mezclan en nuestra mente para construir nuestros recuerdos y, a su vez, nuestra identidad. Y en su sección, Elsa Punset nos muestra cómo la identidad no es un rasgo inmutable, sino algo que podemos modelar.

Jordi Évole y los olvidados del Metro de Valencia

De la mano de Jordi Évole (y de Bizzentte) volvemos al lugar de la tragedia ocurrida en el Metro de Valencia que, en julio de 2006, dejó un saldo de 43 personas muertas y 47 heridos, el accidente más grave del transporte en España. Este terrible accidente fue ocultado y silenciado por el gobierno local ante la llegada del Papa tres días después a la por entonces triomfant Valencia de Barberá y Camps y de hecho nunca hubo un juicio que aclarase sus numerosas sombras y responsabilidades ocultas. Uno de los highlights del programa -y el colmo de la desvergüenza- es la actitud patética y miserable del presidente de las Cortes valencianas Juan Cotino fingiendo por teléfono ser su hermano para eludir las preguntas de Évole y eludir todas sus preguntas en una de esas actuaciones que retratan a las personas.  

Salvados – Los olvidados


En el 2006, un trágico accidente en el metro de Valencia causó 43 muertos y 47 heridos graves, pero tan sólo una persona declaró ante el juez. Jordi Évole y su equipo investigaron en el programa titulado ‘Los olvidados’ de Salvados ese trágico accidente que ha quedado completamente en el olvido. Está considerado el peor accidente de transporte registrado nunca en España. El reportaje de Évole se convirtió en pocos minutos en uno de los ‘trending topics’ de Twitter con el ‘hashtag’ #olvidados #0responsables.


El reportaje dió comienzo con el testimonio de Vicenç Peris Lluch, director del documental ’0 responsables’, que pone de manifiesto que el accidente ha quedado en el olvido. “Siete años después, nadie lo recuerda. El Gobierno valenciano quiso taparlo”, aseguró Peris. 

La causa fue un exceso de velocidad y se le atribuyó la responsabilidad al maquinista, y único fallecido. ”La causa se archivó antes de que se celebrase un juicio”, reveló Peris. Y ese dato desató comentarios de indignación entre los tuiteros, como el de la periodista Ana Pastor “no hubo juicio!!!!! 43 víctimas mortales!!! #salvados #olvidados”.
Jorge Álvarez, maquinista de la línea 1 del metro de Valencia aportó otro dato esclarecedor. “Existía un informe de los maquinistas que había un punto negro en el lugar del accidente. Si en la estación de Jesús se hubiera puesto una baliza indicando al tren no superar los 40 km/h se hubiera evitado el accidente”, aseguró Álvarez. 

Andrés Perelló, ex diputado de las Corts PSV-PSOE hizo una importante revelación: “un documento elaborado por HM&Sanchís sirvió para aleccionar a técnicos de FGV que comparecían ante la comisión parlamentaria”.

Beatriz Garrote, presidenta de la Asociación de Víctimas de Metro 3 de julio, y Enric Chulio, ex presidente de la misma Asociación, comentaron que “Los días siguientes al accidente, recibimos visitas de personal del PP en tanatorios y en casas particulares”, afirma Garrote. ¿El objetivo? Acallar a las víctimas y evitar que emprendieran acciones legales contra la empresa de Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana. Parece ser que cuando Cotino visitaba a las víctimas, iba perfectamente informado de los estudios y formación de las familias a las que ofrecía incluso puestos de trabajo y les daba su número de teléfono.
Asímismo, apenas mes y medio después del accidente, a las victimas les llegó un fax comunicándoles que ya estaba disponible la indemnización en las dependencias de FGV (Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana). Allí, les esperaba un documento que era una especie de contrato donde la última cláusula decía que el firmante se comprometía a no emprender ninguna acción legal en contra de la empresa. Finalmente, esa cláusula se eliminó.
Juan Cotino, presidente de las Cortes Valencianas, se convirtió en el protagonista del programa ‘Los olvidados’ después de que se hiciera pasar supuestamente por su hermano en una llamada de Évole y escabullera las preguntas de Évole.
Posteriormente Évole logra entrevistar a Cotino en una Feria de Vinos y le preguntó que qué que tenía decir, ya que mucha gente había hablado de él diciendo cosas que probablemente a el no le gustarían. A lo que el presidente de las Cortes Valencianas respondió “No hace falta, porque lo que tengo que hacer lo hago y no me hace falta defensa de nada”. Aseguró que todo está hablado y donde tenía que hablarlo. Cotino se negó a responder a las preguntas de Évole, y también se negó a contestar a los ciudadanos que se unieron al periodista para que el presidente respondiera.

Campanadas de la Historia (27) Recordando Krasny Bor

1. Recordando Krasny Bor

«En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra»

«…la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable.»

Un lúcido como pocos artículo de Arturo Pérez Reverte en XLSemanal nos recuerda una fecha de la que no nos habíamos percatado, el 70º aniversario de la batalla de Krasny Bor, y nos habla de lo peor de nuestro carácter nacional conservado a lo largo de los siglos, de Goya como su pintor maestro y de una Historia ni buena ni mala sólo vibrante, terrible, injusta, apasionante Historia, válida para entender pasados, descifrar presentes y prever futuros. Y en la historia de España está la División Azul y su fiero combatir al lado de las tropas de Hitler, en las peores condiciones y en el peor teatro de guerra de la IIGM, el Ostfront en el que chocaron brutalmente los ejércitos rusos y alemanes. 

A rebufo del artículo del cartagenero entramos en profundidad en los terribles hechos de guerra y heroísmo sucedidos aquel 10 de febrero de 1943 cuando, a las afueras de Leningrado, unos 5.600 hombres de la División Azul hicieron frente a 44.000 soldados, casi un centenar de tanques y centenares de piezas de artillería del 55 Ejército de la Unión Soviética y evitaron la ruptura del frente a un alto precio de vidas. Un artículo de El Mundo nos relata la batalla en los recuerdos de y la contextualiza dentro de las intentonas soviéticas de romper el cerco de Leningrado.



Recordando Krasny Bor

Arturo Pérez Reverte XLSemanal – 22/4/2013

Mi abuelo paterno, que era uno de esos republicanos de antes, cultos, viajados y con biblioteca, escéptico como todo hombre sabio, solía repetir una frase que yo, de pequeño, no alcanzaba a penetrar del todo: «Los españoles sólo servimos para salir en los cuadros de Goya». No fue sino más tarde, cuando leí libros, viajé y me familiaricé con cuadros como los del 2 de Mayo en Madrid o el Duelo a garrotazos, cuando comprendí a qué se refería mi abuelo, y por qué, entre todos los pintores españoles, utilizaba a Goya como clave lúcida. Como amarga referencia.

Hace unas semanas hice un experimento. Se cumplían 70 años de la batalla de Krasny Bor, cerca de Leningrado, donde 5.000 españoles de la División Azul encajaron el ataque de dos divisiones soviéticas integradas por 44.000 hombres y 100 carros de combate: una compañía aniquilada, varias diezmadas, oficiales pidiendo fuego artillero sobre su propia posición por estar inundados de rusos. Abandonados a su suerte, durante todo el día pelearon como fieras, a la desesperada. Casi la mitad murieron o desaparecieron, pero frenaron a los rusos, les hicieron 10.000 bajas y obtuvieron de Hitler este comentario: «Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente indisciplinados». Y, bueno. Tales son los hechos y así los conté en la red social Twitter, donde recalo algunos domingos, añadiendo que entre los divisionarios no todos eran voluntarios falangistas, pues también había ex combatientes republicanos y gente que se alistó por hambre o para ayudar a algún familiar encarcelado o en desgracia. Añadí que la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable. «Quienes nos gobiernan deberían prestar atención a esas cosas -escribí-. La Historia ha probado mil veces que no hay nada más peligroso que un español acorralado». Lo interesante vino luego: tres mil opiniones de tuiteros. Yo había mencionado un hecho histórico, destacando un coraje y una tenacidad independientes de tiempos o ideologías. Algo que ocurrió y que está -debería estar- en los libros de Historia por las mismas razones que la toma de Tenochtilán, el saco de Roma o la liberación de París por los republicanos españoles de la Nueve. Y sin embargo, no pueden imaginar la que se lió en Twitter: los insultos y descalificaciones entre quienes discutían. Algunos me incluyeron, claro. Eso fue lo más revelador: ultraderechistas acusándome de rojo por haber calificado de infame la causa que la División Azul defendía en Rusia, y ultraizquierdistas acusándome de facha por hablar de la División Azul en vez de sepultarla en el negro olvido. Y entre unos y otros, docenas de tuiteros tirándose los trastos a la cabeza con argumentos ideológicos, orillando el hecho principal: el episodio histórico, su épica objetiva y su interesante consideración. La Historia, en fin, que no es buena ni mala, sino llave para comprender el pasado y el presente. Y a veces, para prever el futuro. Así que una vez más recordé las palabras de mi abuelo. Pensé en Goya. En ese cable suelto que los españoles llevamos sumergido en bilis en algún lugar del corazón. En ese rencor cainita, desaforado, siempre dispuesto a simplificar el mundo en un estúpido nosotros y ellos. En esa necesidad nuestra, no de vencer y convencer, sino de vencer y exterminar al vencido. Borrar hasta su huella. Fusilar al que levanta las manos, en vez de ofrecerle un pitillo y mirarlo a los ojos. Prueben a elogiar en público el valor de moros y cristianos en Las Navas, o el de republicanos y nacionales en El Ebro. Saltarán voces criticando la igualdad de trato, la falta de etiqueta diferencial, la ecuanimidad ante el valor y el sacrificio, como si éstos tuvieran que depender de ideologías para ser admirables. Nadie puede ser admirable si no pertenece a mi bando, es la lectura final. Esto repugna y entristece, porque no es de ahora. Pese a lo que afirman los tontos, no lo inventó Franco, ni la República: viajemos a la Dictadura, a las guerras carlistas, a Fernando VII, a la Inquisición. En pocos lugares de Europa hubo tanta saña y tanta vileza. Mientras en otros países -también en eso envidio a Inglaterra- la inteligencia o el valor del adversario son a menudo motivo de admiración y respeto, en España no hacen sino aumentar la envidia; la ira de quien, una vez dueño de la trinchera, remata la faena con toda clase de vejaciones introductorias al tiro en la nuca. Tiro que, por otra parte, aplica con más entusiasmo quien nunca corrió riesgos antes. Quien más lejos anduvo, durante el combate, del verdadero campo de batalla. 

2. Krasny Bor, la batalla más dura de la División Azul

Adolf Hitler se entrevista con Muñoz Grandes, a cuyo mando estaba la División Azul.

«Fuimos a luchar contra el comunismo, no contra los rusos», afirma Juan Serrano Mannara, veterano granadero del 262º regimiento ‘Pimentel’. Estuvo hasta 1944 en la Unión Soviética, pero no combatió en Krasny Bor. Siete décadas después, apenas quedan algo más de 400 veteranos de los 45.000 hombres que lucharon en la División Azul. Y de aquel pueblo a las afueras de San Petersburgo, la antigua Leningrado, quedan muchos menos: hubo 3.645 bajas y 300 capturados en la batalla, un millar de ellos muertos sólo el primer día.

En Leningrado murieron más de un millón de civiles durante los 900 días que duró el asedio de la Wehrmacht, según algunos estudios, aunque las fuentes oficiales rusas calculan algo menos de 700.000, sin contar la marcha de refugiados. El ejército alemán llegó a las puertas de la ciudad en septiembre de 1941 y no fue expulsado hasta 1944. Sin embargo, lo más duro tuvo lugar hasta enero de 1943: fue cercada al sur por los alemanes y al norte por los finlandeses para dejarles morir de hambre y frío por orden de Hitler. El único corredor para hacer llegar comida y combustible a la ciudad era el congelado lago Ladoga, el ‘camino de la vida’.

La 250. Einheit spanischer Freiwilliger llegaría al sector de Krasny Bor en otoño de 1942. En enero del siguiente año, mientras caía el kessel alemán de Stalingrado, el ejército soviético logró conquistar un pequeño corredor por tierra hasta Leningrado. La operación ‘Estrella Polar’, continuación de la ‘operación Chispa’, debía ampliar este camino y romper rápidamente las líneas de la División Azul para envolver al 18 Ejército alemán. La ‘Blau division’ lo evitó.


La batalla de las cruces de hierro

«El que diga que no tiene miedo, miente. Una cosa es miedo, otra es terror, y otra cosa es decir ‘voy porque tengo que hacer eso y me pongo a hacerlo'», afirma sin albergar ninguna duda Luis Gallego, sargento de Ingenieros en el Radio Grupo de Telecomunicaciones. Como Serrano Mannara, no estuvo en Krasny Bor, pero sus experiencias, materializadas en heridas de guerra, ilustran aquellos tiempos.

En septiembre de 1942, unas ráfagas le pillaron «como pudieron pillar a otro» y quedó atrapado entre dos líneas. Volvió a España con tres operaciones, dos de ellas sin anestesia. «Unos me agarraron de los brazos, de los pies otros, me pusieron de espaldas para dar el corte, y de anestesia… pues una toalla», recuerda.

Fue unos meses antes de Krasny Bor. Pasadas las seis de la mañana de aquel 10 de febrero de 1943, la artillería soviética comenzó su descarga sobre las posiciones del regimiento 262 de la División Azul. No pararía hasta un par de horas después. Acto seguido, cuatro divisiones del Ejército Rojo, acompañadas por carros KV-1 y T-34, se lanzaron sobre las castigadas líneas españolas.

El objetivo soviético era romper el frente en poco tiempo y envolver a los alemanes. El invierno en Leningrado es muy frío y anochece prontísimo. Sin embargo, la Stavka fracasó: el barrizal provocado por el fuego artillero sobre la nieve atrapó a los carros de combate y los supervivientes del regimiento opusieron una fiera resistencia hasta el final.

Los soldados españoles se reagruparon como pudieron para defenderse, incluso se desplegaron en los cráteres abiertos por la artillería rusa. Entre las hazañas que se recuerdan está, por ejemplo, la del divisionario al que explotó la mina que colocó en un carro pesado.

A pesar del ataque, dos divisiones alemanas situadas en el flanco derecho de la División Azul no acudieron al rescate porque esperaban un ataque que nunca tuvo lugar. Entre ellas estaba la 4 Polizei Division de las Waffen SS. Pasado el mediodía, el Ejército Rojo logró romper las líneas por tres zonas y tomar casi entera Krasny Bor. Sin embargo, los restos de la División Azul aún resistían al sureste del pueblo y en los aledaños del río Ishora.

Aunque las tropas soviéticas lograron penetrar tres kilómetros, su cuartel general ordenó parar el avance al anochecer. Los alemanes habían enviado refuerzos y la rotura del frente era inviable tan tarde. El Ejército Rojo había tomado Krasny Bor, pero fue una victoria pírrica. Los 11.000 fallecidos en la operación ‘Estrella Polar’ se sumaría al millón de soldados soviéticos muertos en toda la batalla de Leningrado y el frente seguiría estable un año más.

A 3.000 kilómetros de casa


Un rótulo colgado en la Fundación División Azul recuerda a sus 4.954 fallecidos y 12.000 bajas durante la campaña del Este. En su local hay museo con recuerdos de la guerra, como una bandera soviética capturada en los campos de batalla. Allí se reúnen aún los veteranos.

¿Qué empujo a aquellos hombres a ir a luchar bajo las órdenes alemanas a 3.000 kilómetros de su país? «En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra», explican en la Fundación.

Con el ‘Marca’, cualquier información se recibía con entusiasmo en la helada estepa.


«A mí tío lo mataron en la guerra. Mi padre estuvo en la cárcel. A mi tía la echaron de donde trabajaba y la metieron en la cárcel…» recuerda Juan Serrano Mannara, falangista como Luis Gallego.


Este granadero se alistó por primera vez con 15 años. Para ello mintió en casa, donde vestido de pantalón corto dijo que iba a un campamento; y al propio Ejército, donde enseñó la partida de nacimiento de su hermano. Le pillaron en Alemania, pero regresó a filas cuando cumplió 17 años.


Visitó el Palacio de Catalina en Puskhin, pero no fue a un campamento de verano, fue al frente más duro de la historia. «Si vas a la guerra tienes que matar para que no te maten», advierte tras recordar cómo fue herido por la metralla tras estar su compañía tres días rodeada. «Llegamos al cuerpo a cuerpo. El primer día, no sé si por miedo o nervios, no pude poner la bayoneta en el mosquetón, te defendías como podías», rememora.


Esto fue en enero de 1944. La División Azul fue disuelta en otoño del año anterior por la presión de los Aliados a España, pero Juan Serrano Mannara se apuntó con otros voluntarios a la Legión Azul. Unas semanas después de ser herido fue disuelta.

‘Eran hombres’

Luis Gallego, falangista y militar de carrera, combatió en el lago Ilmen en el invierno más frío de los últimos cuatro siglos. Estuvo en el batallón de choque 250, ‘la tía Bernarda’. «Entre nosotros, lo llamábamos la tía Bernarda… porque era el coño de la tía Bernarda. Donde había follones ahí íbamos. Cubríamos bajas», apunta. Una vez tenía que escoltar a 15 prisioneros cuando fue sorprendido por la aviación soviética. «Me dejaron como los hijos de don Crispín, descalzo y sin paraguas», recuerda con humor. Pasado el ataque, los 15 prisioneros regresaron a su vera.

«Cogí lo que me habían mandado de aguinaldo de España y lo repartí entre ellos», añade. «Antes que nada, antes que rusos o comunistas, eran hombres. «Ni religión, ni no religión, ni carácter ni nada. ¿Te gustaría que te lo hicieran a ti? Pues no lo hagas tú», sentencia.

Los voluntarios españoles bromean con una enfermera alemana.

Estos veteranos han regresado un puñado de veces a Rusia, donde han sido recibidos «maravillosamente» por quienes eran entonces unos niños. «Nunca hicimos nada a los civiles, dormimos en sus casas, compartíamos la comida», afirma Serrano Mannara. «Los alemanes eran distintos… les echaban fuera en invierno».

«Eso se lleva en el corazón. Lo que es el ser humano…» reflexiona Gallego. «Los rusos nos querían mucho, no era la cosa de Alemania, del alemán», añade antes de reconocer que hubo algunos españoles que no se comportaron como soldados. «Se consideraban héroes y les tiraban la comida o les daban cuchilladas», critica al recordar sus maltratos a los prisioneros.

Entre tanto torbellino de emociones, algunos divisionarios se enamoraron de chicas rusas en el frente, pero al volver a España fueron separados de ellas en Hendaya, frontera aún ocupada por los alemanes. Algunas parejas no se verían nunca más. «En aquella época las chicas -rusas- eran como las de aquí, normales y corrientes. Uno se casó con una, desertó y puso una peluquería en Riga. Hasta que lo cogieron y lo volvieron a llevar al frente», recuerda con gracia Serrano Mannara.

Paradojas de la guerra, los veteranos de la División Azul pasaron de ser héroes a ser olvidados. La primera vez que Juan Serrano Mannara regresó del ‘Ostfront’ a España, en 1942, recuerda que fue recibido con orquesta de música y una misa. La última vez, en 1944, tras cambiar Franco de bando, les dejaron en San Sebastián para que se buscasen la vida. «Al llegar aquí todavía tenía las heridas abiertas. Fui al hospital militar Gómez Ulla a que me las curasen, pero no me las curaron porque no eramos militares».

Paradojas de la guerra, cuando volvió a Rusia a principios de los noventa y vio la pobreza tras la disolución de la URSS, este divisionario llegó a pensar que «vivían mejor cuando estaban los comunistas que ahora».

Vocabulario Fundamental. Periodista (18) Vietnam, la guerra que (sí) nos contaron

40 años después de los acuerdos de paz de París de enero de 1973 que supusieron la retirada de las tropas estadounidenses, la guerra de Vietnam (que ya tratamos en este blog en  un post de hace unos meses) sigue viva en la memoria colectiva, tanto de la sociedad norteamericana como de la del resto del mundo que contempló cómo un país pequeño podía vencer (si no militarmente, sí política y moralmente) a la gran potencia si era capaz de aguantar grandes sufrimientos y pérdidas humanas y materiales y tener la más decidida determinación para aguantar en el tiempo, convencidos de que su resistencia y el goteo de bajas que causaran en las fuerzas norteamericanas lograrían agotar al coloso y le forzarían a alcanzar una solución negociada. 

Esta guerra marcó un antes y un después en la cobertura periodística de los conflictos humanos pues el acceso facilitado por el ejército norteamericano a los reporteros de prensa, radio y televisión la convirtieron en una guerra a la vista de todos, lo que devino pérdida del apoyo de gran parte de la sociedad norteamericana. Esto hizo, claro, que el Pentágono se lo pensara mejor e intentara limitar la labor de la prensa en sus siguientes guerras y guerritas por el mundo. Otro gran reportaje (con una estupenda banda sonoradel equipo de En Portada nos lleva a recordarla a través de los periodistas que la narraron en primera línea. 

En Portada. «Vietnam. La guerra que (sí) nos contaron» 



Cuando estalla un conflicto, siempre hay un momento en el que los intereses de la prensa y de los gobiernos y ejércitos implicados, se dan la espalda. La prensa necesita informar y las partes implicadas prefieren por razones estratégicas, y especialmente cuando las cosas no van bien, la censura y la propaganda.Con una mezcla de pragmatismo y resignación, los periodistas asumimos que la primera víctima de la guerra es la verdad. Nadie sabe a quién se le ocurrió tan cínica y certera observación: hay quien se la atribuye a Winston Churchill y otros manuales sobre cobertura de conflictos, se la endosan a Hiram Johnson, congresista demócrata norteamericano, e incluso se atreven a ponerle fecha: 1917, durante la Primera Guerra Mundial.

Cuando estalla un conflicto, siempre hay un momento en el que los intereses de la prensa y de los gobiernos y ejércitos implicados, se dan la espalda. La prensa necesita informar y las partes implicadas prefieren por razones estratégicas, y especialmente cuando las cosas no van bien, la censura y la propaganda.

Una guerra a la vista de todos

Las relaciones en tiempos de guerra entre la prensa y el poder, están trufadas muchas veces de tensión y otras de altas dosis de connivencia. Esto no es algo nuevo. Lo novedoso fue que hubiera una guerra, la de Vietnam, en la que los periodistas podían trabajar con una libertad absoluta, -bastaba con acreditarse-, y contar lo que veían.

No hay una sola causa que lo explique. Por una parte, las relaciones entre prensa y ejército habían sido excelentes, -fueron de la mano-, durante la Segunda Guerra Mundial. Por otra, Estados Unidos, consciente de su superioridad militar y dando la guerra por ganada, no puso trabas al trabajo de la prensa. Por último, los medios de comunicación, especialmente la televisión, vivía días de expansión y gloría y Vietnam se convirtió en un argumento informativo cotidiano.

Han pasado cuarenta años y el conflicto de Vietnam sigue vivo en la memoria colectiva. Es cierto que fue una guerra muy larga, más de 11 años, pero todavía lo es más que fue una guerra moderna, a la vista de todos. La prensa, la radio y la televisión, que se había hecho un hueco importante en los hogares de todo el mundo-, nos contaban el día a día de un conflicto que contra todas las previsiones, no ganaron los más fuertes.

Todavía hay quien piensa que Estados Unidos perdió la guerra en los periódicos y en los informativos de televisión más que en el campo de batalla. Pero para la prensa, que informó con una libertad de movimientos envidiable, Vietnam marcó un cambio en la cobertura de los grandes conflictos: los periodistas tuvieron que enfrentarse a la censura militar de los grandes ejércitos y las imágenes empezaron a escasear en la mayoría de las guerras que vinieron después.

El conflicto en primera línea

Todavía hay quien piensa que Estados Unidos perdió la guerra en los periódicos y en los informativos de televisión más que en el campo de batalla. Pero para la prensa, que informó con una libertad de movimientos envidiable, Vietnam marcó un cambio en la cobertura de los grandes conflictos: los periodistas tuvieron que enfrentarse a la censura militar de los grandes ejércitos y las imágenes empezaron a escasear en la mayoría de las guerras que vinieron después.

En La guerra que (sí) nos contaron están algunos de los grandes periodistas que fueron a Vietnam: Patrick Chauvel, fotoperiodista francés que ha trabajado en todas las guerras de los últimos 50 años; Sylvana Foa, por entonces en Newsweek; Mijail Ilynsky, del diario ruso Izvestia y probablemente el periodista extranjero que más tiempo estuvo en Vietnam, 11 años. Jonathan Schell, de New Yorker, testigo de una de las peores matanzas contra la población civil, la de Ben-Suc.Marta Rojas, cubana, periodista del diario Revolución, que trabajó junto al Vietcong durante varios meses;Helmut Kapfenberger, enviado por la agencia de noticias ADN de la desaparecida República Democrática de Alemania.

Y además, algunos de los periodistas españoles que nos acercaron el conflicto: Vicente Romero, por entonces enviado del desaparecido diario Pueblo y los enviados de Televisión Española Diego Carcedo yMiguel de la Quadra.

Lo mejor de este reportaje ha sido entrar en contacto con grandes maestros y maestras del periodismo y escuchar sus testimonios, en los que rezuma la sabiduría que se adquiere, por observación, sobre el terreno. Y lo más difícil, comprobar que muchos ya han fallecido y que el resto, era difícil de localizar.

Este reportaje no hubiera sido el mismo sin la ayuda de algunos compañeros de las corresponsalías de Televisión Española que, entregados a la causa, buscaron por las vías más insólitas, el rastro de quienes un día nos acercaron a una guerra cruel, que tuvo lugar en un país lejano y en unas circunstancias que hicieron de su trabajo de periodistas, una experiencia irrepetible.

La banda sonora de reportaje

Una selección de las canciones que suenan en La guerra que (sí) nos contaron, listas para compartir y escuchar on line.

Vietnam, la guerra que (sí) nos contaron

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Periodistas en Vietnam: una guerra a la vista de todos

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