Un interesante artículo en la web Cortosfera nos introduce en el personalísimo y multireferencial cine de animación del realizador norteamericano Chris Landreth, del que publicamos dos de sus obras. Su estilo, que el propio Landreth llama ‘psicorrealismo’ se muestra en ambas. La primera, «Subconscious password», es un divertido y delirante viaje al inconsciente de un tipo que se encuentra con un antiguo amigo del que no recuerda el nombre, situación que tantos hemos sentido en algunas ocasiones. El segundo, ‘Ryan’, ganador del Óscar, es una desolada mirada de Landreth al talento fracasado o, como dice el texto de Cortosfera, «Ryan es una confrontación con el fantasma, o el despojo, de una herencia creativa. Una entrevista con la sombra desanimada en la que podría también convertirse.» Con ellos les dejamos.
El tiempo se precipita en tu mente como una guillotina. Los nombres danzan como la onda expansiva de una bomba. No es Cthulhu el nombre, ni, afortunadamente, tu amigo tiene nada que ver con él (o ello), pero el momento se está convirtiendo en una experiencia tan terrorífica como la que debieron vivir quienes tuvieron la oportunidad de contemplar alguna vez a los Arcanos antes de ser destrozados, destripados o mutilados por alguna de aquellas mefíticas criaturas que hacen honor a lo innombrable. Por eso, como quien se tortura a sí mismo por superar toda marca conocida de incompetencia, por convertir el nombre de tu amigo en lo innombrable, imaginas que el mismo Lovecraft es convertido en amasijo de carne, en mera pulpa, por alguna de sus literarias creaciones, porque al fin y al cabo, eres escritor también, y te sientes como un autor que busca a su personaje al que alguna vez pusiste un nombre pero ya no recuerdas cuál. Eres escritor, y tu instrumento de trabajo, la palabra, se revela, te deja en evidencia, con expresión extraviada, en medio de una pista de baile, mientras tu sudor chorrea, cual borboteo de agua hirviendo de un geiser, como asistentes o rivales en un concurso televisivo en el que participan, en el interior de tu convulsa mente, los rostros de Sammy Davis Jr, William S. Burroughs, Ayn Rand, Dick Van Dyke, James Joyce o Yoko Ono (además de los ya citados Lovecraft y Cthulhu), sin orden ni concierto ni coherencia (porque ¿quién sabe en ese momento el origen etimológico de la palabra «coherencia»?), mientras ese nombre sigue rondando alrededor como un cometa ardiendo que no acaba de colisionar contra la tierra de tu mente.
Resulta conmovedor el contraste entre la serenidad, la sinceridad, la viveza de los recuerdos que los protagonistas van desgranando ante las cámaras en el momento actual y las imágenes en blanco y negro de documentales de aquel tiempo, fotografías y canciones que nos hacen vivir una época que no vivimos, pero que está tan presente en todos nosotros y que les debíamos como homenaje a estas personas. Sus vidas ilustran la veleidad del futuro, la inutilidad de los planes, el desarraigo como una metáfora de la vida, el extrañamiento y la soledad como una forma de ser del hombre, la añoranza y su superación y por encima de todo la dignidad y la sinceridad, la emoción y la entereza de estos protagonistas involuntarios; de este viaje que se prolonga en el tiempo hasta ocupar la totalidad de sus vidas. (Texto: Daniel Arenas)
Miguel Ángel Palomo: Diario El País
El Congreso de los Diputados de España condenó en el año 2002 el golpe de Estado de 1936 contra el Gobierno democrático de la República. Habían pasado 28 años desde la muerte de Franco y el país había logrado una transición pacífica a la democracia. Sin embargo, la voz de los vencidos, olvidados y borrados de la geografía española durante cuarenta años de dictadura no ha alcanzado la memoria colectiva democrática del país. El exilio interior, formado por miles de presos contrarios ideológicamente a la dictadura franquista, comienza en 1936 en el devastador conflicto fratricida que fue la guerra civil española y concluye prácticamente con la muerte del dictador en 1975.
El documental se sumerge en la voz de los prisioneros y prisioneras de cárceles y campos de concentración que surgen durante la guerra civil y que prolongan su existencia durante décadas en la larga posguerra. Aunque la función de los campos durante el conflicto fue la de la clasificación de prisioneros para su posterior reutilización bélica, al terminar la guerra el 1 de abril de 1939, sus objetivos se trasformaron. Con el apoyo de la Iglesia y la permisividad internacional, los campos de trabajadores se organizaron y se diseminaron por la España de posguerra reconstruyéndola, realizando miles de obras públicas y privadas.
Si tuviéramos que recordarlo todo, no podríamos hacer nada.
Salvados – Los olvidados
Recordando Krasny Bor
Arturo Pérez Reverte XLSemanal – 22/4/2013
Mi abuelo paterno, que era uno de esos republicanos de antes, cultos, viajados y con biblioteca, escéptico como todo hombre sabio, solía repetir una frase que yo, de pequeño, no alcanzaba a penetrar del todo: «Los españoles sólo servimos para salir en los cuadros de Goya». No fue sino más tarde, cuando leí libros, viajé y me familiaricé con cuadros como los del 2 de Mayo en Madrid o el Duelo a garrotazos, cuando comprendí a qué se refería mi abuelo, y por qué, entre todos los pintores españoles, utilizaba a Goya como clave lúcida. Como amarga referencia.
Adolf Hitler se entrevista con Muñoz Grandes, a cuyo mando estaba la División Azul.
«Fuimos a luchar contra el comunismo, no contra los rusos», afirma Juan Serrano Mannara, veterano granadero del 262º regimiento ‘Pimentel’. Estuvo hasta 1944 en la Unión Soviética, pero no combatió en Krasny Bor. Siete décadas después, apenas quedan algo más de 400 veteranos de los 45.000 hombres que lucharon en la División Azul. Y de aquel pueblo a las afueras de San Petersburgo, la antigua Leningrado, quedan muchos menos: hubo 3.645 bajas y 300 capturados en la batalla, un millar de ellos muertos sólo el primer día.
En Leningrado murieron más de un millón de civiles durante los 900 días que duró el asedio de la Wehrmacht, según algunos estudios, aunque las fuentes oficiales rusas calculan algo menos de 700.000, sin contar la marcha de refugiados. El ejército alemán llegó a las puertas de la ciudad en septiembre de 1941 y no fue expulsado hasta 1944. Sin embargo, lo más duro tuvo lugar hasta enero de 1943: fue cercada al sur por los alemanes y al norte por los finlandeses para dejarles morir de hambre y frío por orden de Hitler. El único corredor para hacer llegar comida y combustible a la ciudad era el congelado lago Ladoga, el ‘camino de la vida’.
La 250. Einheit spanischer Freiwilliger llegaría al sector de Krasny Bor en otoño de 1942. En enero del siguiente año, mientras caía el kessel alemán de Stalingrado, el ejército soviético logró conquistar un pequeño corredor por tierra hasta Leningrado. La operación ‘Estrella Polar’, continuación de la ‘operación Chispa’, debía ampliar este camino y romper rápidamente las líneas de la División Azul para envolver al 18 Ejército alemán. La ‘Blau division’ lo evitó.
A pesar del ataque, dos divisiones alemanas situadas en el flanco derecho de la División Azul no acudieron al rescate porque esperaban un ataque que nunca tuvo lugar. Entre ellas estaba la 4 Polizei Division de las Waffen SS. Pasado el mediodía, el Ejército Rojo logró romper las líneas por tres zonas y tomar casi entera Krasny Bor. Sin embargo, los restos de la División Azul aún resistían al sureste del pueblo y en los aledaños del río Ishora.
Aunque las tropas soviéticas lograron penetrar tres kilómetros, su cuartel general ordenó parar el avance al anochecer. Los alemanes habían enviado refuerzos y la rotura del frente era inviable tan tarde. El Ejército Rojo había tomado Krasny Bor, pero fue una victoria pírrica. Los 11.000 fallecidos en la operación ‘Estrella Polar’ se sumaría al millón de soldados soviéticos muertos en toda la batalla de Leningrado y el frente seguiría estable un año más.
A 3.000 kilómetros de casa
Esta guerra marcó un antes y un después en la cobertura periodística de los conflictos humanos pues el acceso facilitado por el ejército norteamericano a los reporteros de prensa, radio y televisión la convirtieron en una guerra a la vista de todos, lo que devino pérdida del apoyo de gran parte de la sociedad norteamericana. Esto hizo, claro, que el Pentágono se lo pensara mejor e intentara limitar la labor de la prensa en sus siguientes guerras y guerritas por el mundo. Otro gran reportaje (con una estupenda banda sonora) del equipo de En Portada nos lleva a recordarla a través de los periodistas que la narraron en primera línea.
En Portada. «Vietnam. La guerra que (sí) nos contaron»
Periodistas en Vietnam: una guerra a la vista de todos