Vocabulario Fundamental. Demencia (9) El anacoreta y el psicótico

El anacoreta y el psicótico

¿Qué es la locura? El concepto de enfermedad mental es demasiado acomodaticio y nos excusa de preguntarnos sobre su verdadero sentido. De esa manera, elimina la responsabilidad del sujeto.


Jean Renoir tiene 56 años cuando rueda El río, la más conmovedora de sus películas. Lleva años viviendo en Estados Unidos, país al que llega huyendo del fascismo, y donde encuentra desde el principio grandes dificultades para dirigir. El río, basada en una novela autobiográfica de Rummer Godden, una gran especialista en narraciones juveniles, la rueda en la India. Destacan en ella la perfecta mezcla de realismo y romanticismo, la verdad de la interpretación de los actores, en su mayoría no profesionales o con muy poca experiencia, y la excelente fotografía, en el brillante Technicolor de la época, de Claude Renoir.


Este es en pocas palabras su argumento. A orillas del Ganges, cerca de Calcuta, Harriet y sus amigas Melanie y Valerie, hijas de colonos británicos, reciben la visita del capitán John, un mutilado de guerra. A través de la mirada de Harriet asistiremos al descubrimiento del amor y sus zozobras, pues las tres amigas se enamoran muy pronto del capitán. Harriet tiene un hermano pequeño, que es su compañero de juegos. La casa familiar se abre a un hermoso jardín, que es su reino, y ellos están juntos hasta que la llegada del soldado hace que Harriet se olvide de su hermano, que una tarde es mordido por una cobra y muere. No es fácil ver unas imágenes de más pura y contenida emoción que las del entierro del niño. La tierra de color salmón, la presencia ensimismada de la vegetación, el agua terrosa del río, por cuya orilla marcha el cortejo fúnebre, componen una escena que encierra todo el misterio y la desolación de la pérdida. Harriet no puede ser responsable de una desgracia como aquella, pero sabe que si hubiera estado al lado de su hermano este seguiría con vida. También que el jardín, y con él el mundo libre y abierto de la infancia, ha quedado para siempre atrás. Y que lo ha hecho a través de una muerte de la que ya nunca podrá liberarse. Hay otro elemento perturbador. El capitán John, el joven soldado que las visita, ha perdido una pierna, y lleva en su lugar un miembro ortopédico. De forma que la salida de ese jardín que es la infancia coincide con la aparición del cuerpo dividido y de su inevitable consecuencia: la amenaza de la locura.

Debemos aprender a mirar esos cuerpos heridos. En ellos no solo está el dolor, el ansia infinita de paz del psicótico, sino la memoria de ese cuerpo con el que soñamos en el amor. La memoria de sus pérdidas y de sus órganos olvidados. No hay poesía sin esa visita a la cuba de Barba Azul, no hay poesía sin oscuridad. Los psicóticos recuerdan a la criatura de Frankenstein, y pienso sobre todo en las dos películas que James Whale dirigió en los años treinta, con Boris Karloff en el papel de la criatura. Hay una escena, en La novia de Frankenstein, la segunda de ellas, que no es posible olvidar. El monstruo, que se ha escondido en el bosque, llega a una casa donde vive un anacoreta. El anacoreta es ciego y por esa causa lo acoge sin temor. Se establece entre ellos una cálida amistad. El anacoreta le da comida, vino, ¡hasta de fumar! Le hace escuchar música y el monstruo todo lo mira maravillado. No hay que ser más delicado y sensitivo, más lleno de temor. Más abierto a todas las seducciones. Más ajeno al daño.Pero ¿qué es la locura? El concepto de enfermedad mental es demasiado acomodaticio, ya que al definir la locura como enfermedad nos excusa de preguntarnos por su verdadero sentido y elimina la responsabilidad del sujeto. La pregunta por la locura conlleva pues una nueva pregunta, que es la que debe interesarnos, la que se refiere a lo que el sujeto será capaz de hacer con ella. Algo, por otra parte, presente en la idea freudiana del delirio como trastorno, pero también como movimiento vinculado al saber y a la reconstrucción. Recordemos el caso Schreber, y cómo, según Freud, es precisamente su delirio lo que logra estabilizarle y, al rebajar su sintomatología, le permite abandonar el hospital. En los misterios egipcios se dice que «en el hombre hay dos pares de ojos, y es requisito necesario que el par de dentro se cierre cuando el par de fuera percibe; pero solo cuando el par de fuera está cerrado puede el de dentro abrirse». El psicótico ve solo con los ojos interiores, su mundo es espectral. El cuerdo con los ojos exteriores, su mundo es pura objetividad. Es el poeta quien los concilia a los dos. El poeta lleva el fantasma a la vida, quiere que lo bello sea útil, que cada par de ojos se alimente de la visión del otro.

El joven del que se enamoran las adolescentes en la película de Renoir enferma porque no puede olvidar el cuerpo que perdió. Harriet y sus amigas le enseñan que solo aceptando esa pérdida será capaz de recuperar la capacidad de amar. Los amantes recuerdan a los psicóticos dado que el amor, como la psicosis, supone una ruptura, la entrada cualitativa en una experiencia distinta. Los que aman son hablados por otras voces, su identidad se fragmenta y para reunificarse necesitan algo cercano al delirio. Pero el amor antes que con la locura tiene que ver con la poesía, ya que aunque es cierto que el amante delira lo que quiere sobre todo es vivir entre los demás. El psicótico quiere que la realidad se someta a sus sueños, el amante que sus sueños se hagan reales. Ambos acuden al mercado de los cuerpos, pero mientras la psicosis nos dice que nunca encontraremos en él lo que perdimos, el amor nos dice que debemos arreglarnos con lo que nos ofrecen en ese mercado. Recordemos el final del mito de Orfeo. Orfeo, tras perder a Eurídice, es troceado por las bacantes que diseminan su cuerpo por el bosque. Su cabeza va a parar al río, y las aguas la arrastran. Mientras lo hace no deja de cantar. Michel Foucault dijo que la locura es la ausencia de obra. La obra supone la aceptación de la pérdida; el delirio es su negación. El canto del poeta habla del regreso, del encuentro con el mundo; el delirio, del cuerpo espectral, un cuerpo que no puede volver. Todos los psicóticos tienen un cuerpo así. Todos han perdido partes de sus cuerpos, y deliran tratando de recuperarlos. La locura es el regreso de esos trozos perdidos. El doctor Frankenstein construye un cuerpo con ellos. Un cuerpo que solo puede ser el de un psicótico, pues está hecho de fragmentos de otros cuerpos, de otras vidas distintas y cuyo deambular es su delirio.


Los buenos psiquiatras se comportan como ese anacoreta. Reciben a los psicóticos con los ojos cerrados, les atienden por un tiempo, les dan de comer y fumar, hasta que se alejan. Luego recogen sus poemas y sus dibujos y escriben libros sobre ellos. Es curioso, los psicóticos vienen de la muerte, del reino de lo siniestro, y sin embargo son dulces, silenciosos, infinitamente educados. Son como la criatura de Frankenstein. Fijaros en sus gestos, en su increíble delicadeza. La visión de una cama les conmoverá hasta la muerte, porque ellos no pueden dormir. Una simple cuchara abandonada sobre el mantel les hará llorar, pues no tienen dedos para cogerla. Miran las cosas con los ojos terribles del que sabe que jamás serán suyas. Añoran un mundo quieto, tranquilo, donde yacer domesticados. Podrían comer de nuestras manos, podrían ser nuestros criados. Si les mandáramos hacer cosas, las harían llorando. Les gustaría no tener que esconderse. Su cuerpo no es el cuerpo de la pureza, sino el cuerpo nacido de la cuba de los despedazamientos. Cuentan, a través de su sufrimiento, la historia de nuestro corazón.

Gustavo Martín Garzo es escritor.

Vocabulario Fundamental. Demencia (8) Desenredar la mente

Re-publicamos los dos estupendos documentales (‘Los olvidados de los olvidados’ llevábamos tiempo buscándolo) programados por La Noche Temática en su especial «Desenredar la mente» que nos permiten conocer las historias de dos personas muy distintas, el africano Grégoire Ahongbonon y el doctor alemán Heinz Lehman quienes, cada una en sus muy distintas coordenadas mentales, épocas, países y zonas de influencia, decidieron entregar su vida a la labor de intentar ayudar a personas con desórdenes mentales graves, aliviando los sufrimientos estos seres desdichados que siempre han padecido doble, por su enfermedad mental y por el rechazo de la mayoría de la sociedad donde viven.


La Noche Temática. «Desenredar la mente»

La Noche Temática nos aproxima a la enfermedad mental a través de dos documentales: Los olvidados de los olvidados, un trabajo que retrata la situación de los enfermos mentales en África, donde la falta de políticas y las supersticiones les hace vivir en condiciones inhumanas; y El legado del Dr. Heinz Lehman, una producción sobre la búsqueda de tratamientos nuevos y más humanos en un momento en el que imperaba la práctica del electrosock y la lobotomía. 


1. «Los olvidados de los olvidados”


Hombres, mujeres y niños encadenados, la mayoría a la intemperie, privados de comida y agua… algunos de ellos azotados regularmente o abandonados en las ciudades desde niños por sus propias familias. Este documental muestra la situación en la que se encuentran la mayoría de los enfermos mentales africanos, desde esquizofrénicos graves a simples epilépticos. Junto a ellos, la impresionante historia de un hombre, Grégoire Ahongbonon, un reparador de neumáticos africano, que un día decidió dedicarse a rescatar, curar y reinsertar en la sociedad a estos enfermos, fundando la Asociación Saint Camille para cuidar de ellos.

Cuenta Grégoire que no es difícil llevárselos de sus familias. Todo lo contrario: a menudo están contentas de dejarlos en manos de alguien. Siempre que no se pida dinero, están dispuestos a entregarlos como un regalo. A veces, algunos enfermos rehúsan regresar una vez curados y son ellos los que constituyen el personal del centro. Además de los centenares de enfermos que viven en los centros de acogida, hay más de 15.000 enfermos ya recuperados y reintegrados en sus familias, a los que la Asociación hace un seguimiento periódico y facilita la medicación necesaria para evitar recaídas.


2. “El legado del Dr. Heinz Lehmann”

En 1937 el Dr. Lehmann huyó de la Alemania nazi para iniciar una nueva vida en Canadá. Comenzó su carrera profesional en el Hospital Verdún, a las afueras de Montreal. En aquel momento, los hospitales psiquiátricos eran en palabras de Lehmann, “pozos de serpientes”. Con reclusos desnudos que yacían sobre sus propios excrementos, gritos que emanaban de salas de aislamiento cerradas, ordenanzas que luchaban por meter a los pacientes en camisas de fuerza; enfermos que recibían duchas de agua fría y eran sometidos a tratamientos de electroshock y lobotomías…

Lehmann se negó a aceptar estas condiciones e inició la búsqueda de tratamientos nuevos y más humanos que supuso el contacto directo con los enfermos. Como las actividades de pintura, barro y costura que inició con un grupo de mujeres que fueron todo un éxito. Al final del tratamiento las mujeres iban vestidas y participaban de las actividades.

El Dr. Lehmann fue pionero en la psiquiatría moderna y su aportación fue decisiva para transformar los hospitales psiquiátricos en los entornos terapéuticos que conocemos hoy en día.Pero el mayor legado del Lehmann llegó con una sola pastilla, Largactil, el primer fármaco anti-psicótico utilizado en América del Norte. El tratamiento de pacientes con esta droga fue todo un éxito ya que redujeron e incluso terminaron por completo con los delirios y las alucinaciones de las personas psicóticas, e incluso en muchos casos con su sufrimiento. Un descubrimiento revolucionario que ha permitido que los enfermos crónicos puedan llevar una vida normal aunque controlada.


Este documental ofrece extraordinarias imágenes de archivo de los médicos realizando electroshock y lobotomías que demuestran hasta qué punto ha llegado la medicina psiquiátrica. Esta cinta también nos acerca al Instituto Nacional de Salud en Washington, el mayor centro de investigación psiquiátrica del mundo, donde el trabajo de Lehmann se tiene en cuenta para desentrañar los secretos que guarda el cerebro.

Vocabulario Fundamental. Demencia (7) Víctimas de otra locura

Un artículo de El País nos acerca a la escalofriante realidad del manicomio de la ciudad siria de Alepo, cuyos 150 internos intentan sobrevivir entre el frío helador y el hambre constantes, la suciedad y la falta de medicación, apenas sostenidos por algunos cuidadores tan entregados como desbordados. Se resisten a abandonar a estos seres desdichados a otra insania, la de la guerra que asola su país. 

Víctimas de otra locura


El joven Mohamad Badawi escruta desde la oscuridad a los visitantes que se mueven por los pasillos desvencijados del hospital mental Al Moshatead. Cubre su cabeza con un gorro blanco que no puede disimular sus enormes ojeras. Sus pies, descalzos, están morados del frío del suelo. “Hace meses que no reciben la medicación y cada día que pasa están peor. Muchos han perdido definitivamente la cabeza”, explica Mahmut Seyad, que llevaba cinco meses trabajando como celador cuando la guerra empezó, en el verano pasado, a golpear la ciudad de Alepo, la capital económica siria. “Y cuando tienen brotes violentos no podemos hacer absolutamente nada para calmarlos salvo encerrarlos a solas en una habitación hasta que se cansen de golpearse…”.

Tres internos en una de las habitaciones del hospital mental Al-Moshatead en la ciudad siria de Alepo, en diciembre de 2012. / J. M. LÓPEZ

Mátar (que en árabe significa lluvia) se acurruca contra el quicio de una puerta. Sus dientes castañetean debido al frío. El muchacho, el más joven de los 150 pacientes internados, está descalzo y solo un fino jersey de color azul abriga su enjuto cuerpo. “No hay luz, no hay calefacción, no hay agua corriente en los baños, apenas reciben comida. En los últimos cuatro meses han muerto ocho personas. Nosotros no podemos hacer nada más por ellos. Tratamos de cuidarlos lo mejor que podemos, pero en estas condiciones lo raro es que no hayan muerto todos”, se lamenta el celador.


“Estoy bien, gracias a Alá”. “Estoy bien, gracias a Alá”. “Estoy bien, gracias a Alá”, repite una y otra vez sin parar Omar Satut mientras se mueve frenéticamente adelante y atrás. El anciano recoge una colilla de la cama y se la lleva a los labios. “Quiero salir a la calle y luchar por mi país. Quiero luchar…”, implora el anciano, al que le tiemblan las manos de frío. Da una calada a la colilla y suelta una bocanada de humo imaginario. “Hace mucho tiempo que perdió la cabeza. Piensa que aún es oficial del ejército y que tiene que ir a luchar contra Israel. No se quita nunca sus pantalones de camuflaje. Así es feliz”, prosigue Seyad.

En la parte superior del edificio, oculto por los barrotes negros de una balaustrada, un anciano come una especie de puré con una cuchara. “Si no fuera por la gente de este barrio que les da comida, hace muchísimo tiempo que hubiesen muerto de inanición”, comenta un celador mientras muestra varias habitaciones de este psiquiátrico. “Cuando la guerra alcanzó Alepo, todo el personal que trabajaba aquí dejó de venir y los abandonó. Son parte de mi familia y no tengo intención de abandonarlos para que se mueran de frío o de hambre. Lucho por ellos cada día”, explica. “Antes de la guerra, sus familiares venían una vez por semana a ver cómo estaban y a traerles comida, pero desde que la Ciudad Vieja se convirtiese en uno de los frentes de Alepo han dejado de venir a visitarlos. No nos los podemos llevar a ningún sitio porque cuando termine la guerra es posible que vengan a buscarlos o a preguntar por ellos”, apunta Abu Mohamad Zakaria, el otro celador que, junto con Seyad, decidió permanecer en su puesto, al principio sin cobrar.

Llueve con intensidad sobre la ciudad de Alepo. En el exterior de este edificio erigido en 1900 se encuentra Abu Abdu, un anciano de barba canosa, cuyos dientes cayeron hace décadas y que también trabaja en el centro. El sonido de las armas ligeras se escucha nítidamente, pero los pacientes ni se inmutan. “Hemos recibido varios impactos por la artillería del régimen. Cuando nos bombardean, metemos a todos los internos dentro de la misma habitación para que no estén nerviosos y tratamos de calmarlos”, comenta. “Los doctores dejaron de venir porque tenían miedo a que nos tiraran una bomba… Incluso el director ha dejado de venir con asiduidad; ahora lo normal es que venga un par de veces por semana, si es que viene”, prosigue.“Cuando era un bebé, sus padres lo trajeron hasta este hospital para dejarlo en acogida”, comenta Zakaria acariciando la cabeza de Hamza, un joven que padece síndrome de Down y duerme junto a otro interno. “Hace tanto frío que tienen que dormir de dos en dos para darse calor entre ellos. No tenemos mantas y colchones para todos, así que tienen que compartirlos”, sentencia el celador.

“Ahora tenemos un nuevo director, Abdel Asis, que era el antiguo dueño de este edificio. Es un empresario que se dedica al mundo del textil; él es al único al que le importan estas personas”, comenta Mahmut Seyad, quien recibe un salario cercano a los 10 euros al mes. 

Mohamad Badra lanza besos con la mano y saluda desde el interior de una habitación. Los celadores le encierran en la habitación y echan el cerrojo. “Es bastante problemático y suele pegarse con el resto de los pacientes, por lo que la mayoría del tiempo permanece encerrado y aislado de los demás”, comenta Zakaria. “Aún no ha llegado lo peor”, advierte Abu Abdu. “Cuando comiencen las heladas y a nevar será terrible. Me temo que muchos de ellos no serán capaces de sobrevivir al invierno. Sin calefacción y sin nada con qué calentarlos, están condenados a morir de frío”.

Tras cruzar unos arcos y llegar a un segundo patio, Zakaria advierte: “Ahora viene la peor parte. Es la peor habitación de todo el hospital. Aquí tenemos a los que no pueden estar sueltos por el centro”, dice mientras abre un pestillo que bloquea una doble puerta de cristal. El hedor en el interior es nauseabundo. El olor a orín se mezcla con el de las heces y los vómitos. En una habitación de 10 metros cuadrados hay encerrados 15 pacientes sobre cuatro colchones de espuma amarillenta.

Mahmut gruñe y con uno de sus dedos comienza a escribir en la pared. “Solo puede mover los brazos y el cuello y articular sonidos. Nos comunicamos con él mediante gestos”, indica el celador. “Está escribiendo su edad. Según él, tiene 85, pero realmente tiene 45 años”, aclara el celador. Mahmut cubre con un pañuelo blanco la boca para evitar manchar el colchón y la manta con sus propios vómitos. Su cuerpo presenta innumerables llagas. “Todos llevan pañales porque no son ni siquiera capaces de ir al baño por ellos mismos. Les lavamos una vez al día”, afirma. En el fondo, uno de los pacientes se golpea la espalda fuertemente contra la pared mientras tararea una melodía. El resto de pacientes mueven las manos siguiendo el compás de los acordes. Zakaria cierra la puerta y corre el pestillo. Los locos se quedan encerrados mientras la locura corre libre por las calles.

Vocabulario Fundamental. Demencia (6) Dimensiones esquizofrénicas



Transcripción


Dimensiones

Inicialmente las experiencias fueron positivas. Yo estaba viviendo fuera de la realidad convencional. Sabes, un sentido de la conciencia muy intenso. Umm, una especie de delirios de grandeza bastante agradables. Abría un periódico y pensaba que todo se refería a mí. Si estaba escuchando la radio del coche suponía que el DJ me hablaba a mí directamente y cada canción tenía un mensaje solo para mí y durante una etapa experimentaba la realidad como si todo Londres estuviera a cien metros debajo del agua lo que era bastante extremo. Era una realidad bastante extraña para vivir. Algo bastante angustiante era experimentar…umm…un accidente nuclear, quiero decir, para mí era como si hubieran explotado bombas nucleares y estuviera sintiendo la radiación. Sentía la enfermedad de la radiación y este tipo de cosas me ocurrieron varias veces.

Las primeras voces que empecé a escuchar mucho eran de mi familia, mi madre, mi padre, hermana, hermano, pero más adelante eran muy persecutorias, nada placenteras, para nada algo con lo que quisiera continuar. Encuentro sorprendente el poder del cerebro humano para recrear 10 ó 20 voces perfectamente. Quiero decir, las voces eran muy angustiantes, la impresión era que me animaban a autolesionarme o al suicidio. Se fueron haciendo bastante desagradables. Recuerdo escribir en mi diario «Dios nunca pude imaginar que la realidad normal pudiera volver», supongo que en función de la interpretación médica usando algo de esta psicosis encontré opciones para salir de esta desagradable situación.

Animated Minds

Dimensions

Initially the experiences were quite positive. I was living outside consensus reality….You know a very heightened sense of awareness… Umm kind of delusions of grandeur which are quite pleasant… So I’d open up a newspaper and I’d think it would all refer to me. if I was listening to the radio in the car I’d assume that the DJ was talking directly at me and that every song had a message to myself and at one stage I was experiencing reality as if the whole of London was under a 100 metres of water which was pretty extreme. It was a pretty strange reality to be in. A very distressing one was experiencing… umm… a nuclear fall out I mean for me nuclear bombs had gone off I was feeling radiation. I was feeling radiation sickness and this kind of thing happened several times.

I mean the first voices I started hearing a lot of was my family so my Mother, Sister, Brother, Father, but later on they were very persecutory that wasn’t pleasant and it wasn’t something I wanted to continue. I do find it amazing the power of the human brain that it can recreate you know 10, 20 voices perfectly. I mean the voices were very distressing the, the, the impression is they were encouraging me to self harm or commit suicide. They were getting pretty nasty. I remember writing in my Journal God I could never imagine the old normal reality coming back I suppose taking on some of the medical interpretation that this is psychosis gave me some more options to get out of a very unpleasant situation.

Vocabulario Fundamental. Demencia (5) Los límites de la razón

Los límites de la razónInforme Semanal 08 oct 2011


La mente humana y sus patologías es uno de los terrenos en los que la ciencia aun tiene trabajo pendiente. Al margen de que hay mucho por conocer sobre las causas de algunas enfermedades mentales, un problema añadido es que siguen siendo un estigma social para quienes las padecen. Los especialistas se esfuerzan en recordar que esos trastornos bien diagnosticados y con un tratamiento adecuado, permiten a los enfermos llevar una vida normalizada, tan solo con algunas limitaciones.

El próximo lunes se celebra el Dia Mundial de la Salud Mental. Por eso hemos querido acercarnos a las historias de quienes se vieron un dia atrapados por una depresión o por la esquizofrenia. Un tres por ciento de la población española sufre algún tipo de trastorno mental grave.