Tras su primer día en la Universidad de Stanford donde fue invitado cuando tenía 17 años, se presentaba así en su blog personal:
«Pienso mucho las cosas y me gusta que otros hagan lo mismo. Trabajo por las ideas y aprendo de la gente. No me gusta excluir a nadie. Soy un perfeccionista pero no dejo que eso se interponga en las publicaciones. Salvo por la educación y el entretenimiento no desperdicio mi tiempo en cosas que no causaran impacto, intento ser amable con todo el mundo pero odio que no me tomen en serio. no siento resentimiento (no es productivo) y aprendo de mis propias experiencias. Quiero hacer del mundo un lugar mejor.»
En julio de 2011, tras descargar y compartir ilegalmente cuatro millones de artículos académicos del portal del MIT (el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets, que sale mal parado de este caso, al igual que la Administración Obama…) fue acusado con varios cargos federales de piratería informática y perseguido con saña por el Departamento de Justicia USA, que lo tomó como chivo expiatorio contra el activismo web. El proceso judicial que comenzó contra él no solo le arruinó sino que le hizo enfrentarse a una desproporcionada pena de hasta 35 años de cárcel y una multa millonaria que probablemente se llevaría por delante también a su familia. Suponemos que la posibilidad de ver cercenada su libertad y su creatividad se sumaron a sus tendencias depresivas (la cara B de su enorme talento…) para hacerle acabar con su propia vida. Hace cuatro años, el 11 de enero de 2013, cuando contaba 26 años de edad, Aaron Swartz apareció muerto en su apartamento de Brooklyn, tras aparentemente haberse ahorcado.
«Aaron está muerto. Caminantes de este loco mundo, hemos perdido a un mentor, a un sabio. Hackers por derecho, somos uno menos, perdimos a uno de los nuestros. Padres todos, perdimos a un hijo. Lloremos».
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