Campanadas de la Historia (41) Napoleón en Rusia: el desastre de La Grande Armée

Aunque hace tiempo ya la abordamos en un post sobre el General Invierno que ha ayudado a Rusia a destruir a quienes han osado invadirla, en esta nueva entrega de Campanadas de la Historia viajamos a 1812 de la mano de un magnífico documental del canal Arte France realizado por Fabrice Hourlier. En él podremos conocer mejor una las debacles militares de la Historia, la terrible epopeya vivida por La Grande Armée, el enorme ejército (el más grande de la Historia hasta entonces) que, comandado por Napoleón Bonaparte, invadió la Rusia del zar Alejandro I en junio de aquel año teniendo que retirarse ignominiosamente meses después, en un dramático periplo que costaría la vida a centenares de miles de personas y animales.

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Vocabulario Fundamental. Puta guerra (24) Orígenes y desarrollo de la Segunda Guerra Mundial

En este 1 de septiembre en el que se cumple el 75 aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial queremos recordar aquel conflicto cruel y descomunal que causaría más de sesenta millones de muertos e incontables millones de heridos con la serie documental francesa del año 2009 «Apocalipsis: la Segunda Guerra Mundial» producida por National Geographic y compuesta por seis episodios que narran los orígenes, desarrollo y conclusión del conflicto, cuyo final marcaría el devenir del mundo durante décadas. La completaremos con dos documentales en los que se refleja el ascenso y toma de poder de Hitler en Alemania. 

Las más de 5 horas de imágenes que contiene la serie incluyen escenas inéditas tomadas por corresponsales de guerra, soldados, ciudadanos privados e incluso miembros de la resistencia de la época, con imágenes en color para las escenas bélicas y en blanco y negro para las escenas del Holocausto Judío. Sus seis entregas relatan el descomunal conflicto a través del trágico destino de quienes fueron a la guerra (soldados), quienes la sufrieron (civiles) y quienes la dirigieron (líderes militares y políticos). Es una serie imprescindible que transcurre con ritmo muy fluido y se caracteriza por ser excelente en contenido, brillante en la presentación (donde destaca la excelente restauración de las imágenes coloreadas), con una certera narración e impecable en relación entre imágenes, momento histórico, explicación ideológica y consecuencias humanas. Durísima, e implacable como deben ser los documentales sobre estos hechos tan aberrantes.


Antecedentes 1 El ascenso de Hitler / La amenaza


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El ascenso de Hitler 2 El Führer

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Episodio 1 – La agresión (The Aggression)

(1933-1939): El surgimiento del nazismo y la campaña de Polonia


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Episodio 2 – Derrota aplastante (The Crushing Defeat)

(1939-1940): La falsa guerra, la caída de Dunkerque y la Batalla de Francia.
Episodio 3 – El estallido (Shock)

(1940-1941): La Batalla de Inglaterra, la invasión Yugoslavia, la campaña de Grecia, la batalla de Creta, la Operación Barbarroja, el sitio de Leningrado y la guerra en el desierto.

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Episodio 4 – El punto de inflexión (World Ablaze)

(1941-1942): En la URSS las batallas de Smolensk y Moscú y Operación Fall Blau. En el Pacífico; Pearl Harbor, Midway y Guadalcanal.
Episodio 5 – Grandes aterrizajes (The Great Landings)

(1942-1943): Las derrotas de Stalingrado y El-Alamein, la campaña de Italia y la batalla de Kursk. 


Episodio 6 – El fin de la pesadilla (The End Of The Nightmare)

(1944-1945) Desembarco aliado en Italia y batalla de Montecassino. Dsembarcos en Saipán (Pacífico) y Normandía (Francia). Atentado fallido contra Hitler. Batalla de Las Ardenas. Batalla de Berlín. Muerte de Hitler y derrrota de Alemania. Últimas batallas en el Pacífico y bombardeos nucleares sobre Japón. El Apocalipsis.

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Campanadas de la Historia (40) Setenta años de aquel Día D

Se cumplen 70 años del comienzo de la mayor operación anfibia de la Historia, el célebre desembarco de Normandía, una batalla decisiva no tanto para el futuro de la guerra (que habría terminado con la derrota nazi y japonesa antes o después), como el del continente europeo. Si la invasión se hubiese retrasado o la resistencia alemana (que ya fue intensa a pesar de la sorpresa) hubiera podido organizarse mejor, los ejércitos aliados occidentales podrían haber visto entorpecida la liberación de Francia y el avance posterior hacia Alemania, por lo que los enormes ejércitos soviéticos podrían haber penetrado más profundamente en el corazón de Europa, cambiando la historia posterior de nuestro continente. Siete décadas después los antiguos aliados vuelven a Normandía en plena pugna por Ucrania, esperemos que estos lugares de leyenda en la preciosa costa normanda sirva para que la diplomacia actúe y facilite los diálogos para que se rebajen las tensiones bélicas. 

Seguido va un interesante documental con testimonios de algunos de los soldados que en ella participaron (y que aún, cada vez menos, sobreviven…) para acompañar material fotográfico nunca visto de los hechos ocurridos aquel 6 de junio del 44

Campanadas de la Historia (31) Veinte años de la batalla de Mogadiscio

Durante el octubre de 1993, soldados estadounidenses de élite de los Rangers y la Fuerza Delta fueron enviados a Mogadiscio, Somalia, como parte de una operación de paz de las Naciones Unidas: los cargamentos de alimentos enviados por la ONU eran sistemáticamente robados por las milicias de los señores de la guerra, que no dudaban en ametrallar a inocentes civiles para conseguirlos. Cuando uno de los soldados Rangers cayó de un helicóptero empezaron los problemas de verdad. Los rebeldes lograron impactar y derribar uno de los Black Hawk y poco después otro de los helicópteros que acudieron al rescate también fue abatido. Las imágenes de los tripulantes de los helicopteros linchados y arrastrados por las calles de Mogadiscio recorrieron el mundo e hicieron preguntarse a la opinión pública norteamericana qué hacían allí sus soldados. 

Con dos helicópteros derribados, la misión de entrada, captura y salida se convirtió en una misión de rescate a vida o muerte que acabaría con la peor derrota estadounidense desde Vietnam. Estos hechos, que años después inspirarían un libro y una película dirigida por Ridley Scott determinarían la retirada estadounidense del Cuerno de África y que la comunidad internacional no moviera un dedo cuando un año después comenzara el espantoso genocidio en Ruanda. Un artículo de El Mundo nos lleva al Mogadiscio actual para ver qué queda de aquellos hechos y luego un buen documental nos narra los terribles hechos sucedidos en aquella ciudad sin ley a principios de octubre, hace veinte años.



La batalla de Mogadiscio, 20 años después


«Súper 64 cayendo, Súper 64 cayendo. ¡Blackhawk derribado!». La voz telefónica del piloto estadounidense Mike Durand crepitó en la radio y después se hizo el silencio. Era el segundo helicóptero abatido en pocos minutos. En la base de los ‘rangers’ frente al aeropuerto de Mogadiscio el comandante William F. Garrison se echó las manos a la cabeza.

Ese momento crítico marcó el final de una rápida y calculada operación de captura y el comienzo de una sangrienta operación de rescate en pleno avispero somalí: el mercado de Bakara, centro de operaciones del señor de la guerra Mohamed Farah Aidid y, aún hoy, 20 años después, uno de los lugares más peligrosos y corruptos del planeta. EL Mundo ha visitado los lugares de la batalla de Mogadiscio y traza el recorrido que hizo el convoy desde las afueras hasta la zona de caída de los helicópteros.


Entre diciembre de 1992 y enero de 1993 una fuerza estadounidense desembarcó en las playas de Mogadiscio con el propósito de garantizar el reparto de ayuda humanitaria para una población somalí que agonizaba de hambre. Aquella misión, bautizada por Naciones Unidas como ‘Restablecer la esperanza’, pretendía poner algo de orden en el caos que había provocado la caída del dictador Siad Barre tres años antes. Ante el vacío de poder, los ‘warlords’ comenzaron una guerra civil para repartirse los despojos de un país que se hundía en la anarquía.

El más poderoso de todos ellos, el manipulador Mohamed Farah Aidid, cuyo hijo sirvió en los marines de EEUU, había llegado a disparar contra cientos de almas hambrientas en los centros de reparto de comida de Naciones Unidas. Bill Clinton decidió que ya era hora de detenerle. Y en esa operación EEUU sufrió su mayor derrota desde Vietnam. 18 soldados estadounidenses muertos, 71 heridos, uno capturado y unas imágenes que dieron la vuelta al mundo: la de los cadáveres de los pilotos del segundo helicóptero arrastrados y mutilados por la turba. Los milicianos somalíes, orgullosos de su victoria sobre el ejército más poderoso del mundo, siguen presumiendo de lo sucedido aquel día.

Una trampa mortal

Uno de los testigos de aquella matanza, el canadiense Paul Watson, el autor de aquellas fotografías, relata a El Mundo sus recuerdos de aquella batalla: «Creo que la operación militar estadounidense comenzó con buenas intenciones», asegura. «Facciones militantes estaban negando la ayuda humanitaria a gente que moría de hambre. EEUU y sus aliados podrían haber resuelto ese problema, pero el hambre ya había alcanzado un máximo antes de que las tropas extranjeras desembarcaran. Y entonces el reparto de alimentos se convirtió en un negocio para los señores de la guerra».

En la actualidad Bakara alterna zonas que son muñones de edificios agujereados con tiendas recién inauguradas. La ciudad intenta sobreponerse a 22 años de guerra y este barrio, el antiguo feudo de Al Qaeda en el cuerno de África, no es una excepción. Hay pocas calles asfaltadas y muchos hombres aún llevan un kalashnikov a la espalda como se llevan las llaves de casa en el bolsillo, pero ha recuperado cierto bullicio.

Aunque los muyahidines de Al Shabab se retiraron hace un año de sus calles, decir que el ejército somalí y sus socios de la Unión Africana controlan este área es mucho decir. En realidad, como el resto de Mogadiscio, está en manos de caudillos locales, jefes de clanes y otros señores de la guerra. Un periodista blanco tiene que usar escolta armada, moverse rápido y no bajarse del coche en las zonas más peligrosas.

El día 3 de octubre, una fuerza compuesta por varios helicópteros y tropas de élite Delta y Rangers tenían previsto tomar al asalto un edificio en el que, según informes de inteligencia, se escondían los hombres más importantes de la milicia de Aidid. Según revela Howard E. Wasdin, veterano de Somalia y autor del libro ‘Seal Team Six’, Aidid recibió el chivatazo de su intento de detención por parte de la embajada italiana de Mogadiscio, la antigua metrópoli, que jugaba a dos bandas. Por un lado, ofrecía información al señor de la guerra, por otro, apoyaba la misión de la ONU y de EEUU. El libro de Mark Bowden, ‘Blackhawk Derribado’ (llevado al cine por Ridley Scott), reproduce minuto a minuto aquella operación fallida.

A diferencia de la película, que muestra un Mogadiscio en tonos ocres, lo que queda hoy de la ciudad destruida brilla con una claridad blanquecina y agujereada por millones de balas y obuses. Hasta allí acudieron varios equipos de Rangers y Delta para capturar a los comandantes del señor de la guerra. Ya sobre el edificio, se encontraron en una ratonera frente a una potencia de fuego que no esperaban.

Armados hasta los dientes, los estadounidenses fueron acosados por miles de milicianos armados envalentonados por el kat, la droga local, que a esa hora de la tarde ya les hacía el efecto deseado. Desde los tejados, disparaban a los Blackhawk y quemaban neumáticos para perjudicar la visibilidad de los artilleros. Dos granadas impactaron en dos helicópteros. Ahí comenzó el infierno. Los estadounidenses estaban en el punto que Aidid deseaba: aislados en medio de su territorio, a merced de sus hombres. Todo lo que puede hacer un hombre con un AK47 ya se hizo aquel día.

Una historia que se repite

Un gran cactus, casas agujereadas a ambos lados, como en todo el barrio, tanquetas de la ONU reventadas hace muchas primaveras y un paso angosto por el que a penas cabe una persona. Ahí está, entre la maleza y la basura, un trozo oxidado del rotor de cola, hélices que sobresalen, hierros torturados por el impacto y el tiempo. Son los restos del segundo helicóptero estadounidense caído en Mogadiscio el 3 de octubre de 1993. «Fue años más tarde cuando me di cuenta de la magnitud de la participación de Al Qaeda en la Batalla de Mogadiscio. Aquella victoria les envalentonó y les mostró el camino», recuerda Watson. «Los hombres de Bin Laden proporcionaron asesoramiento militar crucial a la facción de Aidid, que le permitió derrotar a los americanos», dice Watson. Los Rangers, que llamaban ‘Mogadisney’ a la ciudad por la facilidad que esperaban encontrarse en el combate, comenzaron a sumar bajas mientras caía la noche. Un gran convoy de fuerzas paquistaníes, malasias y estadounidenses entró a la mañana siguiente a sangre y fuego en el mercado y rescató lo que quedaba de aquellos soldados en la ratonera.

Para Estados Unidos aún quedaba lo peor, que el cuerpo del sargento Cleveland, arrastrado muerto por las calles de Mogadiscio, abriera los informativos de todo el mundo. El autor de aquella fotografía recuerda el momento: «Fue muy peligroso, llevaba tiempo en Somalia y fue bastante fácil que la gente me reconociera, porque tengo una sola mano y en Mogadiscio me apodaban ‘Gamay’, que significa ‘manco’ en somalí. Cuando buscamos el cadáver aquella mañana, mi contacto le dijo a la gente que ‘Gamay’ quería hacer unas fotos. Algunos reconocieron el apodo y me dejaron hacer varias fotos», afirma Watson, premio Pulitzer por aquellas imágenes. «No me arrepiento de fotografiar el cadáver del sargento Cleveland, pero ese momento me ha perseguido hasta hoy».

Esta misma semana, y en esa misma tradición sangrienta, los milicianos de Al Shabab, herederos de Aidid, han publicado la imagen de uno de los dos militares franceses muertos en una operación de rescate del espía Denis Allex. Este agente, secuestrado hace tres años a pocos metros del hotel en el que ahora se alojan los pocos blancos de vienen a Mogadiscio, también ha sido ejecutado. Fue en el kilómetro 4, la rotonda de entrada a la ciudad. Francia ya tiene su ‘Blackhawk derribado’ y hasta las fotos de la tragedia.

Bill Clinton ordenó la vuelta a casa poco después y la comunidad internacional dejó Somalia a su suerte otros 20 años de guerra en los que el país se ha desangrado entre el integrismo, la piratería y los señores de la guerra. Aquella derrota provocó que el Pentágono no moviera un dedo en el genocidio de Ruanda un año después, temeroso de que, de nuevo, soldados estadounidenses fueran vejados ante las cámaras. Las cicatrices de aquella batalla aún sangran en los muros de Bakara.

Documental – La verdadera historia de ‘Blackhawk derribado’


Vocabulario Fundamental. Extinción (30) El último mameluco de Napoleón

Un estupendo artículo de Jacinto Antón nos lleva a conocer la historia de los últimos mamelucos de Napoleón. A través del inconfundible estilo del barcelonés, conoceremos la creación, esplendor y caída de la caballería de élite que el emperador corso reclutó en su campaña egipcia para acompañarle en sus victorias y derrotas por los ensangrentados campos de batalla europeos de principios del siglo XIX. 


El último mameluco de Napoleón

El sirio Moisés Zumero, miembro de de la caballería oriental de Bonaparte, participó en todas sus campañas y acabó como empleado de Correos


Los mamelucos no gozan de buena fama entre nosotros, básicamente a causa de Goya, que los inmortalizó como despiadados represores ataviados con sus desconcertantes ropajes orientales en la sucia lucha en las calles de Madrid el 2 de mayo. Pero esos exóticos jinetes ataviados con turbantes adornados con pluma de garza y rojos pantalones anchos —era fama que en cada pernera cabía un hombre entero— y armados con cimitarras, carabinas y pistolas, tienen una apasionante y aventurera historia.

El cuadro de Goya ‘La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol’.

Se trajo unos cuantos Bonaparte de la campaña de Egipto (donde eran los amos), tras vencerlos, como un souvenir de su gran sueño oriental y los incorporó a la élite de su caballería inmortalizándolos junto a sus húsares, coraceros, dragones, cazadores y lanceros en los más famosos campos de batalla de Europa. Su apariencia era magnífica y su valor y ferocidad legendarios. Los había egipcios, sirios, georgianos, árabes y sudaneses negros, y con el tiempo también se incorporaron al contingente franceses. Crearon moda en Francia. Los pintaron Gerard y Gros (además de Goya) y hasta inspiraron obras literarias, dramas y vodeviles.

Hoy la palabra mameluco tiene, qué le vamos a hacer, cierta carga peyorativa —sobre todo en boca del capitán Haddock—, pero a los más románticos nos evoca una fascinante combinación de coraje y seda, un galopar de colores deslumbrantes coronado por el relámpago de plata de una hoja de Damasco blandida sobre la cabeza como una media luna mortal. No fueron muchos los de Bonaparte, unos centenares, apenas unos escuadrones, que tras su organización fueron encuadrados en el regimiento de Chasseurs à cheval de la Garde, la crème de la caballería napoleónica. Pero disfrutaban de una belle réputation, fama de fiables, intrépidos y valientes y desde luego eran muy visibles, incluso entre los exuberantes atavíos de la Grande Armée.

Napoleón tenía debilidad por ellos y gustaba de hacerlos desfilar en todas sus ceremonias, como su coronación. Les concedió un águila por el valor demostrado en la célebre carga de la caballería de la Guardia en Austerlitz —“nous allons avoir une affaire de cavalerie”, dijo el mariscal Bessières—, en la que fueron codo a codo con los chasseursde Morland y los grenadiers montados de Ordener y en la que como un huracán desbarataron a los coraceros y húsares rusos, a los granaderos de Semenowski y todo lo que se les puso por delante.

Entre los mamelucos célebres de Napoleón está el pillastre de Roustam, que tomó a su servicio personal Bonaparte y que aparte de dormir en el suelo ante su puerta realizaba trabajillos para su amo. Se le acusó de estrangular a Pichegru y de asesinar al almirante Villeneuve (que en realidad se suicidó), así como de ser a la vez amante de Josefina y del corso… habladurías. Pero Roustam era más un criado que un soldado —aparte de un cantamañanas, véase sus Souvenirs (1911), llenos de autobombo y quejas por las faltas de pago—, y, cobardica, dejó en la estacada a Napoleón cuando lo enviaron a Elba.

Los mamelucos que nos interesan aquí son otros, personajes valientes como Elias Masaad, sabre redoutable, ascendido a capitán tras cargar como un bravo en Eylau y que sumaba 17 heridas y tres costillas perdidas a causa de la metralla; Chahin, que capturó un cañón en Austerlitz, salvó al Chef d’escadron Daumesnil del populacho madrileño el 2 de mayo y acabó su carrera con 40 heridas y habiendo visto morir cinco caballos bajo él; o el irascible Ibrahim, que mató enfurecido a varios parisinos que se reían en la calle de su aspecto extravagante, y que luego cayó prisionero mientras luchaba contra jinetes cosacos al desenrollársele el turbante y cegarle, no sin antes haber dado cuenta de seis enemigos.

El mameluco que nos ocupa hoy, Moisés Zumero (1791-1873), fue uno de esos bravos tipos, participó en 14 campañas, llegó a brigadier, y es tenido por el último de los que sirvieron en el ejército de Napoleón. Así lo acredita la lápida de su tumba en Lavaur, en el Tarn (“le dernier des mamelouks”, un título digno de una novela de Victor Hugo) y la somera biografía que le ha dedicado Thérèse Blondel-Avron —Moïse Zumero, dernier mamelouk de la Garde Impériale (Editions Cabédita, 2009)—.

Ser el último de algo tiene pedigrí. Serlo de esa despampanante caballería de los mamelucos confiere un aura especial a Zumero, de la estirpe de los valientes. Nacido en San Juan de Acre, Moussa Zumero Al’Coussa era miembro de una familia siria de ortodoxos griegos que servían a los pachás otomanos y que se vio involucrada en las guerras de Bonaparte en Oriente. La madre, una hermana y dos hermanos de Moisés murieron durante la sangrienta toma de Jaffa por las tropas francesas en 1799. No obstante el chico, sediento de aventura, se enroló como trompeta en los mamelucos del entonces primer cónsul. Contaba solo ocho años. Al regresar Bonaparte a Francia, Zumero fue uno de los mamelucos que partieron con él. En primera instancia, al reorganizarlos el general Rapp, el chico no encontró cabida por demasiado joven. Pero logró incorporarse, sirvió en España de 1808 a 1812 con una interrupción en 1809 para combatir en Wagram. Fue de los mamelucos que arroparon a Napoleón en la famosa y ardua travesía del Guadarrama en medio de la ventisca y resultó herido de un sablazo en Benavente. Le encontramos luego helado en Rusia —él, hijo de las ardientes arenas sirias— y defendiendo el paso del ejército derrotado en el Berézina. Zumero perdió la mayoría de los dedos de los pies, congelados, pero no la fe en el emperador. Recibió una citación por su bravura al rescatar a su teniente de tres húsares prusianos, matando a uno e hiriendo a los otros. Se batió en Waterloo y sobrevivió para afrontar, como uno de los orphelins de Napoleón, la represión y el terror blanco. 

Mientras muchos viejos mamelucos pedían limosna, tuvo la suerte nuestro sirio de casarse en 1816 con una chica encantadora y de posibles, que además era pariente de Charlotte Corday y biznieta de Corneille. Zumero consiguió entrar en la Administración y hacerse empleado de Correos. Un mameluco en Correos parece ya el título de una película de Louis de Funès. Llegó a director. Reclutó a los carteros entre los viejos soldados del imperio, disciplinados y capaces de hacer largas marchas. Hizo bien su trabajo como antes había bien luchado. Sus heridas —perdió el uso de los pies— y la inquina contra los antiguos bonapartistas le condujeron al retiro.

Murió a los 82 años, caballero de la Legión de Honor, burgués respetado. Pero si te acercas en silencio a su tumba en un rincón del sur de Francia, a 40 kilómetros de Toulouse, y prestas atención puedes percibir aún un remoto galopar de caballos, gritos y disparos. Sientes como un soplo la ola de gloria y de coraje y, al cerrar los ojos, avizoras el espectáculo terrible y magnífico de la carga de los audaces jinetes de Oriente, mientras escuchas, atónito y maravillado, la risa salvaje del último de los mamelucos.

Campanadas de la Historia (28) Gettysburg, el principio del fin del Sur

En la guerra de Secesión norteamericana, que tuvo lugar entre 1861 y 1865, se enfrentaron las fuerzas de los estados del Norte (la Unión) contra las de los recién formados Estados Confederados de América, integrados por once estados del Sur que proclamaron su independencia de la Unión. En el trasfondo era una lucha entre dos tipos de economías totalmente distintas: una industrial-abolicionista (Norte) y otra agraria-esclavista (Sur). Los sureños declararon que no peleaban sólo por el mantenimiento de la esclavitud, pues, de hecho, la mayoría de los soldados confederados eran demasiado pobres para poseer esclavos. El Sur estaba empeñado en una guerra de independencia que mantuviera las relaciones entre el Norte y el Sur, manteniendo éste su propio status quo. Los confederados generalmente tuvieron la ventaja de pelear en su propio territorio y su moral era excelente aunque siempre dispusieron de menos soldados, desventaja que, según avanzaba la guerra y las bajas se acumulaban, se tornó crucial. 

En el ecuador de la contienda, el ejército confederado de Robert E. Lee (quien había derrotado en numerosas ocasiones a los unionistas en la primera fase de la guerra) invade Maryland, uno de los estados frontera entre norte y sur (pero alineado con la Unión) con el objeto de destruir el ejército federal del Potomac (comandado por el Mayor General George G. Meade), lo que les hubiera abierto las puertas a la ocupación de Baltimore y de llegar incluso a Washington, para intentar poner fin a la guerra. 

Hace 150 años, del uno al tres de julio de 1863, se desarrolló alrededor del pueblo de Gettysburg, Pennsylvania  (como parte de la campaña homónima) la mayor batalla que ha tenido lugar en América del Norte y una de las más cruciales en la Guerra Civil Estadounidense, pues su desenlace cerraría para siempre la posibilidad del Sur de ganar la guerra y marcaría el punto de inflexión en la contienda que llevaría a la rendición del General Lee en Appomattox en abril de 1865. Esta batalla, la más sangrienta de la guerra con casi 8.000 muertos y unos 30.000 heridos, se considera el punto de inflexión de la contienda, a partir del cual las tornas cambiaron en favor de los Estados de la Unión

Tras dos primeros días en los que los sudistas logran expulsar a los federales del pueblo de Gettysburg, estos lograrían escapar y hacerse fuertes en las colinas que rodeaban la ciudad, convirtiéndolas en unas defensas inexpugnables que acabarían por destruir a las fuerzas de Lee en su intento de conquista. En la web de Historia El Gran Capitán hay un magnífico análisis sobre la gran carga final sudista sobre las posiciones yanquis llamada La carga de Pickett que sellaría el desastre del Sur. El estupendo documental dramatizado de History Channel que les ofrecemos cuenta la historia de los tres días que duró esta sangrienta batalla a través de ocho de los hombres que en ella combatieron, tres días que decidirían el destino de la guerra de Secesión norteamericana y de los propios Estados Unidos.

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Campanadas de la Historia (27) Recordando Krasny Bor

1. Recordando Krasny Bor

«En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra»

«…la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable.»

Un lúcido como pocos artículo de Arturo Pérez Reverte en XLSemanal nos recuerda una fecha de la que no nos habíamos percatado, el 70º aniversario de la batalla de Krasny Bor, y nos habla de lo peor de nuestro carácter nacional conservado a lo largo de los siglos, de Goya como su pintor maestro y de una Historia ni buena ni mala sólo vibrante, terrible, injusta, apasionante Historia, válida para entender pasados, descifrar presentes y prever futuros. Y en la historia de España está la División Azul y su fiero combatir al lado de las tropas de Hitler, en las peores condiciones y en el peor teatro de guerra de la IIGM, el Ostfront en el que chocaron brutalmente los ejércitos rusos y alemanes. 

A rebufo del artículo del cartagenero entramos en profundidad en los terribles hechos de guerra y heroísmo sucedidos aquel 10 de febrero de 1943 cuando, a las afueras de Leningrado, unos 5.600 hombres de la División Azul hicieron frente a 44.000 soldados, casi un centenar de tanques y centenares de piezas de artillería del 55 Ejército de la Unión Soviética y evitaron la ruptura del frente a un alto precio de vidas. Un artículo de El Mundo nos relata la batalla en los recuerdos de y la contextualiza dentro de las intentonas soviéticas de romper el cerco de Leningrado.



Recordando Krasny Bor

Arturo Pérez Reverte XLSemanal – 22/4/2013

Mi abuelo paterno, que era uno de esos republicanos de antes, cultos, viajados y con biblioteca, escéptico como todo hombre sabio, solía repetir una frase que yo, de pequeño, no alcanzaba a penetrar del todo: «Los españoles sólo servimos para salir en los cuadros de Goya». No fue sino más tarde, cuando leí libros, viajé y me familiaricé con cuadros como los del 2 de Mayo en Madrid o el Duelo a garrotazos, cuando comprendí a qué se refería mi abuelo, y por qué, entre todos los pintores españoles, utilizaba a Goya como clave lúcida. Como amarga referencia.

Hace unas semanas hice un experimento. Se cumplían 70 años de la batalla de Krasny Bor, cerca de Leningrado, donde 5.000 españoles de la División Azul encajaron el ataque de dos divisiones soviéticas integradas por 44.000 hombres y 100 carros de combate: una compañía aniquilada, varias diezmadas, oficiales pidiendo fuego artillero sobre su propia posición por estar inundados de rusos. Abandonados a su suerte, durante todo el día pelearon como fieras, a la desesperada. Casi la mitad murieron o desaparecieron, pero frenaron a los rusos, les hicieron 10.000 bajas y obtuvieron de Hitler este comentario: «Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente indisciplinados». Y, bueno. Tales son los hechos y así los conté en la red social Twitter, donde recalo algunos domingos, añadiendo que entre los divisionarios no todos eran voluntarios falangistas, pues también había ex combatientes republicanos y gente que se alistó por hambre o para ayudar a algún familiar encarcelado o en desgracia. Añadí que la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable. «Quienes nos gobiernan deberían prestar atención a esas cosas -escribí-. La Historia ha probado mil veces que no hay nada más peligroso que un español acorralado». Lo interesante vino luego: tres mil opiniones de tuiteros. Yo había mencionado un hecho histórico, destacando un coraje y una tenacidad independientes de tiempos o ideologías. Algo que ocurrió y que está -debería estar- en los libros de Historia por las mismas razones que la toma de Tenochtilán, el saco de Roma o la liberación de París por los republicanos españoles de la Nueve. Y sin embargo, no pueden imaginar la que se lió en Twitter: los insultos y descalificaciones entre quienes discutían. Algunos me incluyeron, claro. Eso fue lo más revelador: ultraderechistas acusándome de rojo por haber calificado de infame la causa que la División Azul defendía en Rusia, y ultraizquierdistas acusándome de facha por hablar de la División Azul en vez de sepultarla en el negro olvido. Y entre unos y otros, docenas de tuiteros tirándose los trastos a la cabeza con argumentos ideológicos, orillando el hecho principal: el episodio histórico, su épica objetiva y su interesante consideración. La Historia, en fin, que no es buena ni mala, sino llave para comprender el pasado y el presente. Y a veces, para prever el futuro. Así que una vez más recordé las palabras de mi abuelo. Pensé en Goya. En ese cable suelto que los españoles llevamos sumergido en bilis en algún lugar del corazón. En ese rencor cainita, desaforado, siempre dispuesto a simplificar el mundo en un estúpido nosotros y ellos. En esa necesidad nuestra, no de vencer y convencer, sino de vencer y exterminar al vencido. Borrar hasta su huella. Fusilar al que levanta las manos, en vez de ofrecerle un pitillo y mirarlo a los ojos. Prueben a elogiar en público el valor de moros y cristianos en Las Navas, o el de republicanos y nacionales en El Ebro. Saltarán voces criticando la igualdad de trato, la falta de etiqueta diferencial, la ecuanimidad ante el valor y el sacrificio, como si éstos tuvieran que depender de ideologías para ser admirables. Nadie puede ser admirable si no pertenece a mi bando, es la lectura final. Esto repugna y entristece, porque no es de ahora. Pese a lo que afirman los tontos, no lo inventó Franco, ni la República: viajemos a la Dictadura, a las guerras carlistas, a Fernando VII, a la Inquisición. En pocos lugares de Europa hubo tanta saña y tanta vileza. Mientras en otros países -también en eso envidio a Inglaterra- la inteligencia o el valor del adversario son a menudo motivo de admiración y respeto, en España no hacen sino aumentar la envidia; la ira de quien, una vez dueño de la trinchera, remata la faena con toda clase de vejaciones introductorias al tiro en la nuca. Tiro que, por otra parte, aplica con más entusiasmo quien nunca corrió riesgos antes. Quien más lejos anduvo, durante el combate, del verdadero campo de batalla. 

2. Krasny Bor, la batalla más dura de la División Azul

Adolf Hitler se entrevista con Muñoz Grandes, a cuyo mando estaba la División Azul.

«Fuimos a luchar contra el comunismo, no contra los rusos», afirma Juan Serrano Mannara, veterano granadero del 262º regimiento ‘Pimentel’. Estuvo hasta 1944 en la Unión Soviética, pero no combatió en Krasny Bor. Siete décadas después, apenas quedan algo más de 400 veteranos de los 45.000 hombres que lucharon en la División Azul. Y de aquel pueblo a las afueras de San Petersburgo, la antigua Leningrado, quedan muchos menos: hubo 3.645 bajas y 300 capturados en la batalla, un millar de ellos muertos sólo el primer día.

En Leningrado murieron más de un millón de civiles durante los 900 días que duró el asedio de la Wehrmacht, según algunos estudios, aunque las fuentes oficiales rusas calculan algo menos de 700.000, sin contar la marcha de refugiados. El ejército alemán llegó a las puertas de la ciudad en septiembre de 1941 y no fue expulsado hasta 1944. Sin embargo, lo más duro tuvo lugar hasta enero de 1943: fue cercada al sur por los alemanes y al norte por los finlandeses para dejarles morir de hambre y frío por orden de Hitler. El único corredor para hacer llegar comida y combustible a la ciudad era el congelado lago Ladoga, el ‘camino de la vida’.

La 250. Einheit spanischer Freiwilliger llegaría al sector de Krasny Bor en otoño de 1942. En enero del siguiente año, mientras caía el kessel alemán de Stalingrado, el ejército soviético logró conquistar un pequeño corredor por tierra hasta Leningrado. La operación ‘Estrella Polar’, continuación de la ‘operación Chispa’, debía ampliar este camino y romper rápidamente las líneas de la División Azul para envolver al 18 Ejército alemán. La ‘Blau division’ lo evitó.


La batalla de las cruces de hierro

«El que diga que no tiene miedo, miente. Una cosa es miedo, otra es terror, y otra cosa es decir ‘voy porque tengo que hacer eso y me pongo a hacerlo'», afirma sin albergar ninguna duda Luis Gallego, sargento de Ingenieros en el Radio Grupo de Telecomunicaciones. Como Serrano Mannara, no estuvo en Krasny Bor, pero sus experiencias, materializadas en heridas de guerra, ilustran aquellos tiempos.

En septiembre de 1942, unas ráfagas le pillaron «como pudieron pillar a otro» y quedó atrapado entre dos líneas. Volvió a España con tres operaciones, dos de ellas sin anestesia. «Unos me agarraron de los brazos, de los pies otros, me pusieron de espaldas para dar el corte, y de anestesia… pues una toalla», recuerda.

Fue unos meses antes de Krasny Bor. Pasadas las seis de la mañana de aquel 10 de febrero de 1943, la artillería soviética comenzó su descarga sobre las posiciones del regimiento 262 de la División Azul. No pararía hasta un par de horas después. Acto seguido, cuatro divisiones del Ejército Rojo, acompañadas por carros KV-1 y T-34, se lanzaron sobre las castigadas líneas españolas.

El objetivo soviético era romper el frente en poco tiempo y envolver a los alemanes. El invierno en Leningrado es muy frío y anochece prontísimo. Sin embargo, la Stavka fracasó: el barrizal provocado por el fuego artillero sobre la nieve atrapó a los carros de combate y los supervivientes del regimiento opusieron una fiera resistencia hasta el final.

Los soldados españoles se reagruparon como pudieron para defenderse, incluso se desplegaron en los cráteres abiertos por la artillería rusa. Entre las hazañas que se recuerdan está, por ejemplo, la del divisionario al que explotó la mina que colocó en un carro pesado.

A pesar del ataque, dos divisiones alemanas situadas en el flanco derecho de la División Azul no acudieron al rescate porque esperaban un ataque que nunca tuvo lugar. Entre ellas estaba la 4 Polizei Division de las Waffen SS. Pasado el mediodía, el Ejército Rojo logró romper las líneas por tres zonas y tomar casi entera Krasny Bor. Sin embargo, los restos de la División Azul aún resistían al sureste del pueblo y en los aledaños del río Ishora.

Aunque las tropas soviéticas lograron penetrar tres kilómetros, su cuartel general ordenó parar el avance al anochecer. Los alemanes habían enviado refuerzos y la rotura del frente era inviable tan tarde. El Ejército Rojo había tomado Krasny Bor, pero fue una victoria pírrica. Los 11.000 fallecidos en la operación ‘Estrella Polar’ se sumaría al millón de soldados soviéticos muertos en toda la batalla de Leningrado y el frente seguiría estable un año más.

A 3.000 kilómetros de casa


Un rótulo colgado en la Fundación División Azul recuerda a sus 4.954 fallecidos y 12.000 bajas durante la campaña del Este. En su local hay museo con recuerdos de la guerra, como una bandera soviética capturada en los campos de batalla. Allí se reúnen aún los veteranos.

¿Qué empujo a aquellos hombres a ir a luchar bajo las órdenes alemanas a 3.000 kilómetros de su país? «En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra», explican en la Fundación.

Con el ‘Marca’, cualquier información se recibía con entusiasmo en la helada estepa.


«A mí tío lo mataron en la guerra. Mi padre estuvo en la cárcel. A mi tía la echaron de donde trabajaba y la metieron en la cárcel…» recuerda Juan Serrano Mannara, falangista como Luis Gallego.


Este granadero se alistó por primera vez con 15 años. Para ello mintió en casa, donde vestido de pantalón corto dijo que iba a un campamento; y al propio Ejército, donde enseñó la partida de nacimiento de su hermano. Le pillaron en Alemania, pero regresó a filas cuando cumplió 17 años.


Visitó el Palacio de Catalina en Puskhin, pero no fue a un campamento de verano, fue al frente más duro de la historia. «Si vas a la guerra tienes que matar para que no te maten», advierte tras recordar cómo fue herido por la metralla tras estar su compañía tres días rodeada. «Llegamos al cuerpo a cuerpo. El primer día, no sé si por miedo o nervios, no pude poner la bayoneta en el mosquetón, te defendías como podías», rememora.


Esto fue en enero de 1944. La División Azul fue disuelta en otoño del año anterior por la presión de los Aliados a España, pero Juan Serrano Mannara se apuntó con otros voluntarios a la Legión Azul. Unas semanas después de ser herido fue disuelta.

‘Eran hombres’

Luis Gallego, falangista y militar de carrera, combatió en el lago Ilmen en el invierno más frío de los últimos cuatro siglos. Estuvo en el batallón de choque 250, ‘la tía Bernarda’. «Entre nosotros, lo llamábamos la tía Bernarda… porque era el coño de la tía Bernarda. Donde había follones ahí íbamos. Cubríamos bajas», apunta. Una vez tenía que escoltar a 15 prisioneros cuando fue sorprendido por la aviación soviética. «Me dejaron como los hijos de don Crispín, descalzo y sin paraguas», recuerda con humor. Pasado el ataque, los 15 prisioneros regresaron a su vera.

«Cogí lo que me habían mandado de aguinaldo de España y lo repartí entre ellos», añade. «Antes que nada, antes que rusos o comunistas, eran hombres. «Ni religión, ni no religión, ni carácter ni nada. ¿Te gustaría que te lo hicieran a ti? Pues no lo hagas tú», sentencia.

Los voluntarios españoles bromean con una enfermera alemana.

Estos veteranos han regresado un puñado de veces a Rusia, donde han sido recibidos «maravillosamente» por quienes eran entonces unos niños. «Nunca hicimos nada a los civiles, dormimos en sus casas, compartíamos la comida», afirma Serrano Mannara. «Los alemanes eran distintos… les echaban fuera en invierno».

«Eso se lleva en el corazón. Lo que es el ser humano…» reflexiona Gallego. «Los rusos nos querían mucho, no era la cosa de Alemania, del alemán», añade antes de reconocer que hubo algunos españoles que no se comportaron como soldados. «Se consideraban héroes y les tiraban la comida o les daban cuchilladas», critica al recordar sus maltratos a los prisioneros.

Entre tanto torbellino de emociones, algunos divisionarios se enamoraron de chicas rusas en el frente, pero al volver a España fueron separados de ellas en Hendaya, frontera aún ocupada por los alemanes. Algunas parejas no se verían nunca más. «En aquella época las chicas -rusas- eran como las de aquí, normales y corrientes. Uno se casó con una, desertó y puso una peluquería en Riga. Hasta que lo cogieron y lo volvieron a llevar al frente», recuerda con gracia Serrano Mannara.

Paradojas de la guerra, los veteranos de la División Azul pasaron de ser héroes a ser olvidados. La primera vez que Juan Serrano Mannara regresó del ‘Ostfront’ a España, en 1942, recuerda que fue recibido con orquesta de música y una misa. La última vez, en 1944, tras cambiar Franco de bando, les dejaron en San Sebastián para que se buscasen la vida. «Al llegar aquí todavía tenía las heridas abiertas. Fui al hospital militar Gómez Ulla a que me las curasen, pero no me las curaron porque no eramos militares».

Paradojas de la guerra, cuando volvió a Rusia a principios de los noventa y vio la pobreza tras la disolución de la URSS, este divisionario llegó a pensar que «vivían mejor cuando estaban los comunistas que ahora».

Vocabulario Fundamental. Puta guerra (15) Band of brothers (2) Episodios 6 al 10


En nuestra segunda entrada sobre la serie de HBO «Band of brothers» les ofrecemos el resto de capítulos, del sexto al décimo y último. Para la tercera entrega reservamos los extras. 



6 – Bastogne (Bastogne) 


La Compañía Easy es enviada al pueblo belga de Bastogne durante la Batalla de las Ardenas. Este episodio está mostrado desde la perspectiva del Soldado Eugene Roe, uno de los dos médicos de la Compañía E.

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7 – The breaking point (Punto de ruptura)

Ilustra el estrés y la fatiga producto del combate alrededor del pueblo de Foy, en Bélgica. El episodio está narrado desde la perspectiva del Sargento Primero Carwood Lipton. El Capitán Ronald Speirs se convierte en el nuevo CO (Commanding Officer, o en español, Comandante de la Compañía) cuando el Tte. Dike sufre un ataque de pánico durante un asalto a Foy y es relevado de su cargo, sustituido por el Tte. Speirs.

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8 – The last patrol (La última patrulla)

La Compañía Easy es enviada al pueblo de Haguenau. Este episodio está contado desde la perspectiva de David Webster, un soldado miembro desde la fundación de la compañía Easy que por no haber estado en Bastogne era tratado como un reemplazo, y el Tte. Jones de reemplazo interpretado por Colin Hanks, hijo del productor ejecutivo de la serie, Tom Hanks. Winters es ascendido a Mayor, y Lipton a 2º Teniente.

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9 – Why we fight (¿Por qué luchamos?)

La Compañía Easy cruza hacia Alemania y descubre un Campo de Concentración Nazi cerca de Landsberg. Está narrado desde el punto de vista de Lewis Nixon.

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10 – Points (Puntos)

La Compañía Easy captura el Nido del Águila (Kehlsteinhaus) de Hitler, acaba la guerra en Europa y ahora los hombres de la Easy se preparan para ser enviados al Teatro del Pacífico para ayudar a vencer a Japón. Afortunadamente, la guerra finaliza y los hombres de la Compañía Easy son enviados a casa. Este episodio esta narrado desde el punto de vista del Mayor Dick Winters.

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Campanadas de la Historia (22) Waterloo, la última batalla de Napoleón



Un estupendo artículo de Jacinto Antón, que viaja junto al escritor Ildefonso Arenas, nos lleva al campo de batalla de Waterloo de la mano de Miguel de Álava, militar y diplomático español y única persona que estuvo en Waterloo y en otra batalla crucial de nuestra Historia, Trafalgar. Álava fue ayuda de campo del célebre Arthur Wellesley, duque de Wellington y comandante de las fuerzas aliadas en Waterloo, hecho fundamental del mundo moderno que acabaría con la derrota total de las fuerzas napoleónicas y el segundo y definitivo exilio de Bonaparte (uno de los grandes mass-killers de la Historia) en la remota isla de Santa Elena, de donde ya no saldría vivo. Tras el artículo les adjuntamos un buen documental que muestra todo lo que ocurrió en las jornadas del 15 al 18 de junio de 1815 cuando se decidió el destino de Europa tras el ciclón destructivo -e ideológico- que para nuestro continente supusieron los tres lustros en el poder del pequeño y terrible corso. 

Nuestro hombre en Waterloo

Ildefonso Arenas revive la decisiva batalla en una novela monumental centrada en el general español Miguel de Álava, ayuda de campo de Wellington


Piso en este día gris el embarrado campo de batalla de Waterloo y la tierra parece rezumar sangre bajo mi bota. Hasta donde alcanza la vista estamos solos a excepción de una bandada de cuervos que aparecen en nuestro flanco izquierdo como un remedo de los negros jinetes de Blücher, los húsares de la muerte, llegando a tiempo aquel 18 de junio de 1815 para el festín de la victoria al grito de “¡keine gefangenen!”, (¡sin prisioneros!). Impasible entre la ventisca, con las espesas cejas que le dan un aire de mariscal ruso casi heladas, Ildefonso Arenas revive el combate, la carga devastadora de Ney contra los cuadros ingleses, el ataque final de la Vieille Garde, y el aire se llena del ensordecedor tronar de los cañones, el chasquido de los fusiles y el retumbar de la caballería. Le pediría al escritor que nos refugiáramos bajo el célebre olmo de Wellington, pero él árbol ya hace mucho que no está.

El escenario bélico de Waterloo: La defensa de La Haye-Sainte por la legión alemana del Rey, de A. Northern. 

Desde ayer recorro esforzadamente con Arenas, autor de una novela monumental sobre Waterloo, los escenarios, algo dejados de la mano de Dios, de la batalla que desbarató a Napoleón y cambió el destino de Europa. Hemos visitado, en una galopada digna de Si hoy es martes esto es Bélgica tantos parajes, pueblos y monumentos (a veces camuflados cerca de un Media Markt o discutibles como el de la caballería holandesa en Quatre-Bras) que hasta durante una parada piadosa en el Museo Hergé de Louvain- la-Neuve, que nos pillaba de paso, me ha parecido escuchar entre las viñetas de Tintin el temible fragor de los coraceros. En el museo Wellington de Charleroi (antiguo cuartel general del duque), agotado, he estado a punto de echar una cabezadita en una cama, pero Arenas me ha advertido de que en ella expiró el coronel sir Alexander Gordon tras parar con la pierna en Waterloo un proyectil francés de ocho libras y quedarle el fémur saliéndole por el calzón…

Ildefonso Arenas (Madrid, 1947), una figura prácticamente desconocida hasta ahora de nuestras letras pero que cuenta ya con Carmen Balcells como agente, ha alumbrado una novela extraordinaria: por el tamaño (1.214 páginas: imaginen lo que es llevarla en Ryanair y arrastrarla por media Bélgica, lloviendo), el asunto (la última campaña de Napoleón y el antes y el después de la misma) y la calidad literaria. Es Álava en Waterloo(Edhasa) una novela histórica de las importantes, grandísimo fresco de toda una época, en la que caben sutilezas políticas, escenas de cama (o bañera: ¡Talleyrand y su sobrina!) y bailes, junto a grandes maniobras, sanguinarias acciones bélicas y salvajes amputaciones. Pese a todas las atrocidades que, al cabo relato de una guerra, no puede evitar, el libro está atravesado por una fina ironía y un gran sentido del humor.

Además, se centra en un personaje sensacional de nuestra historia al que resucita y reivindica: el militar y diplomático español “injustamente olvidado” Miguel de Álava (Vitoria, 1772-Barèges, 1843), que no sólo fue la única persona que estuvo, agárrense, en Trafalgar (como capitán de corbeta en el Príncipe de Asturias) y en Waterloo, sino que en la segunda batalla, agregado al Estado Mayor británico, lo hizo (ataviado con uniforme de general inglés) en calidad de ayuda de campo y amigo del gran vencecedor de la jornada, Wellington, al que ya había asistido en la campaña de la Península. Si Álava fue como lo pinta Arenas —él asegura que sí—, valiente, leal, efectivo (“decisivo en Waterloo, Wellington le debe parte de su gloria”) y simpático, vive Dios que habría valido la pena conocerlo. “Era como Gutiérrez Mellado, esa clase de hombre”, afirma el escritor, que considera a Álava “el militar más internacional que hemos tenido”. Liberal, ilustrado y sospechoso de masón, Fernando VII lo hizo encerrar aunque luego se lo cedió a Wellington, al que no podía negarle nada.

El itinerario con Arenas, tras encontrarnos en el aeropùerto de Charleroi, comienza de manera bastante poco prometedora en Fleurus, donde nos perdemos en busca del molino Naveau desde el que Napoleón oteó a los prusianos el 16 de junio, antes de pegarles una paliza en Ligny (“en realidad Waterloo son cuatro días y seis batallas”). Al final damos con el dichoso molino. “Ahí arriba, en una plataforma que le montaron, se situó el Emperador con el catalejo mientras las pasaba putas a causa de un cólico nefrítico. Ligny podría haber sido una batalla decisiva, pero Napoleón dejó escapar luego a los prusianos. Ahí empezó a perder la batalla de Waterloo”. Arenas, que manifiesta una curiosa predilección por los prusianos (“fueron los verdaderos vencedores de Napoleón, pero Wellington era un genio del marketing”) quiere que sigamos la ruta de retirada de éstos. Lo hacemos, en coche, al pass de charge de los grenadiers-à-pied, mientras el escritor va brindando informaciones. “Napoleón tenía el ejército lleno de prima donnas, hasta 25 mariscales en 1815; piensa que los prusianos, gente seria, tenían solo dos”. “Aquella fue una campaña de locos, todos cometieron errores, los franceses y la Séptima Coalición de los Aliados, aunque al final pasó lo que era lógico: el ejército de 220.000 hombres derrotó al de solo 125.000”. En Ligny —lugar de la derniere victoire de Bonaparte—, el museo dedicado a la atroz batalla está cerrado, pero paramos en una curva para retratar un cañón de 12 libras (“Napoleón los llamaba belles filles, este se le conoce como Le Formidable) en la cuneta. Le pregunto a Arenas, para calentarme, por ese mundo de la alta sociedad que retrata en su libro, lleno de aristócratas rijosos y duquesas y princesas casquivanas. “Si no fuera inmoral no sería interesante, en todo aquello había intereses y política, pero también mucho vicio”.

Más tarde, precisamente mientras comemos unas boulettes à la liégeoise en Lasne, Arenas explica lo de la herida de Álava. “En la campaña de España, recibió un tiro en un mal sitio, malo de verdad, y quedó averiado para procrear”. Cambio de tercio y le pregunto por la aportación de su libro a la infinidad de relatos sobre Waterloo. “He explicado la campaña en tramos horarios, algo que es original y la hace muy comprensiva, aparte de devolver a Álava su importancia en los acontecimientos”, dice. De vuelta a la batalla, admiramos en el Museo Wellington la prótesis de Lord Uxbridge, sables hallados en el campo de batalla, y el uniforme de un Royal Scot Grey, entre otras maravillas.

Al día siguiente, tras dormir entre pesadillas de dragones y lanceros, ascendemos la vertiginosa escalera del monte artificial de la Butte du Lion para ver el campo de batalla, entramos en el tan grandioso como hoy naíf panorama y nos pateamos todos los monumentos conmemorativos vecinos: a la legión alemana, a Gordon, a los belgas muertos aquel 18 de junio, al último cuadro de la Garde Impériale —ditde l’Aigle Blessé—… Pero es frente a la Haye Sainte, la granja ensangrentada clave de la posición de Wellington y que vivió uno de los combates más feroces, donde la historia, pese a los automóviles que discurren velozmente ante el edificio, parece materializarse con mayor fuerza. A los pies de los muros el ladrillo desencalado presenta un siniestro tono rojo oscuro. Es fácil evocar los “miles y miles de cuerpos, de hombres y de caballos, retorcidos en posturas imposibles” de los que habla Arenas. En la iglesia de Saint Joseph, en el pueblo de Waterloo, leemos con emoción las estelas conmemorativas de los caídos, como Alexander Hay, de 18 años, corneta del 16º de Light Dragoons. 

Mientras cae la tarde visitamos el monumento a los prusianos en Plancenoit, que es el lugar favorito de Arenas, y el cementerio de la iglesia del pueblo donde la Jeune Garde masacró a un centenar de prisioneros (“Hago la guerra”, decía Napoleón, “no sin horror”). Con el ánimo ya muy sombrío llegamos a Genappe y en el pequeño puente sobre el río Dyle, hoy junto a una mercería, el escritor revive magistralmente el terrible embotellamiento de los franceses en fuga, incluida la comitiva imperial —Napoleón abandonó aquí sus carruajes para montar uno de los caballos de sus lanceros rojos y huir— perseguidos por los prusianos tras Waterloo. Fue una debacle. “Aquí desaparece la Gran Armée. Aquí acaba en realidad Waterloo”. Las vecinas Galeries du Meuble ponen una nota premeditadamente escalofriante con su letrero de Liquidation totale. Y se hace de noche.


Vocabulario Fundamental. Puta guerra (13) Band Of Brothers (1) Episodios 1 al 5

Hoy tenemos el placer de incorporar a nuestro proyecto la multipremiada serie Band Of Brothers, coproducida por Tom Hanks, Steven Spielberg y HBO y realizada justo tras finalizar el rodaje de Saving Private Ryan, la gran obra de Spielberg sobre la Segunda Guerra Mundial.

Gran parte de la acción de esta miniserie de diez episodios se centra en las experiencias de la Compañía Easy del 506º Regimiento de Infantería Paracaidista de la célebre 101ª División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos y en uno de sus primeros jefes de sección, el teniente Richard Winters (interpretado por el actor británico Damien Lewis, el Nicholas Brody de Homeland) durante su participación en la lucha por la liberación de Europa de la ocupación alemana. 

La serie se basa en el libro del mismo título, escrito por el prestigioso historiador y biógrafo Stephen AmbroseLos eventos retratados en ella tratan de ser fieles a la historia y se basan en la investigación de Ambrose y en entrevistas hechas a veteranos de la Easy Company. Todos los personajes que aparecen en la miniserie están basados en personajes reales de dicha compañía, apareciendo algunos de ellos en entrevistas pregrabadas como prólogo a cada episodio. 
A lo largo de sus diez capítulos se va desgranando la participación de esta unidad en el teatro de operaciones europeo, desde su entrenamiento como paracaidistas en un boot camp de Georgia a su bautizo de sangre en el desembarco de Normandía, los combates por la liberación de la localidad francesa de Carentan, su participación en la Operación Market-Garden y otras operaciones realizadas en Holanda, así como la heroica defensa de Bastogne -dentro de la contraofensiva alemana de Las Ardenas- y ya dentro del territorio alemán, la liberación del campo de concentración de Landsberg y la captura del Nido del Águila de Hitler. Sin embargo, un reparto espectacular, una magnífica ambientación y el realismo brutal de la ambientación, los combates y la destrucción no son los únicos activos de esta serie que a lo largo de sus diez entregas desarrolla unos magníficos guiones que muestran el heroísmo y la camaradería pero también la muerte, el miedo y el stress paralizantes que sufren los soldados así como las relaciones de hermanamiento desarrolladas entre unos hombres inmersos en unas experiencias terribles que marcarán sus vidas para siempre.

Esta master piece de la televisión fue estrenada en 2001 por HBO, el gran gurú de las mejores series para la pequeña pantalla (responsable de otros hitos fundamentales de nuestros tiempos como The Wire o The Sopranos, entre otros) y en esta web se la ofreceremos en dos entregas de cinco episodios cada una y una tercera con extras impagables. Disfrútenla, son casi diez horas del mejor cine (anti)bélico.



1 – Currahee

La Compañía Easy comienza su entrenamiento como paracaidistas en Camp Toccoa, en el estado de Georgia. Son presentados la mayor parte de los personajes, particularmente el Tte. Dick Winters y el Tte. Lewis Nixon. El episodio se centra principalmente en la reacción de los hombres al Capitán Herbert Sobel, el egocéntrico y áspero primer comandante de la Compañía Easy. Sin embargo, durante los entrenamientos y ejercicios los hombres comienzan a cuestionar el liderazgo de Sobel en combate, debido a que éste se pone muy nervioso durante las maniobras. 

Cuando ya se encuentran en Inglaterra entrenando y esperando los planes aliados para invadir la Europa ocupada por Hitler, Sobel comete un error en un entrenamiento que enfurece a sus superiores, y trata de desquitarse con Winters, su subordinado. Winters no acepta el castigo y elige una corte marcial. Entonces los suboficiales, en un acto de rebeldía, alegan que no quieren continuar como suboficiales en la Compañía Easy y presentan su renuncia ante el Coronel Sink. Como resultado, el Coronel Robert Sink degrada a uno de los sargentos y traslada a Sobel como jefe de una escuela para personal secundario del ejército (corresponsales, capellanes, sanitarios), colocando en su lugar al Teniente Thomas Meehan, de la compañía Baker. Al final del episodio, los hombres son embarcados hacia la costa con el fin de prepararse para el salto sobre Europa, como parte de la Operación Overlord en el Día D.


2 – Day of days (El Día más largo)

El Día D finalmente llegó y la Compañía Easy participará en la Batalla de Normandía, incluido el Asalto a Brécourt Manor y la pérdida de su nuevo comandante el Tte. Meehan. Este episodio muestra principalmente la perspectiva del Tte. Dick Winters y su intento por alcanzar el objetivo asignado después de haber saltado muchos kilómetros lejos de donde se suponía que el avión C-47 los tenía que dejar. En este episodio también tiene que capturar y destruir unos cañones en Brecourt que están disparando hacia la playa Utah donde están desembarcando los aliados. Por este asalto, liderado por Winters, se le otorga la Cruz por Servicio Distinguido y a algunos de sus soldados Estrellas de Plata y Bronce. El Tte. Winters asume la función de comandante de la compañía Easy durante el día D.

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3 – Carentan

La Compañía Easy toma el pueblo francés de Carentan y repele el esperado contraataque alemán en un escenario de batalla muy agitado. Este episodio está mostrado desde la perspectiva del soldado Albert Blithe, quien lucha con el miedo y la angustia de dejar a sus compañeros caer, y del teniente Welsh, quien se vuelve uno de los más valiosos líderes de la compañía.


4 – Replacements (Reemplazos)

De vuelta en Inglaterra, la Compañía Easy recibe a los reemplazos. Winters, ahora capitán, lidera la compañía en un asalto aéreo sobre Holanda, en apoyo a la Operación Market Garden. Durante el episodio, mientras los paracaidistas de la Easy Company se preparan para saltar en la Operacion Market Garden, aparece su antiguo lider, el Capitan Herbert Sobel, quien fuera relegado de su cargo debido en parte a sus malas decisiones durante el combate. El Episodio se narra principalmente desde la perspectiva de los nuevos hombres, así como también desde la del Sargento «Bull» Randleman, que desaparece en combate y se esconde en un granero para evitar ser atrapado por los alemanes en la retirada aliada, pero logra sobrevivir y vuelve a la compañía la mañana siguiente.


5 – Crossroads (Encrucijadas)

Todavía en Holanda, la Compañía Easy toma parte contra una ofensiva alemana, mostrando alternadamente flashbacks de lo ocurrido, mientras Winters, ahora miembro del mando del Batallón, escribe el informe de la batalla. La Compañía Easy ahora es traspasada al mando del Tte. Heyliger, secundado por el Tte. Dike.