Este 16 de noviembre se han cumplido 25 años del asesinato de Ignacio Ellacuría y otros cinco jesuitas por el ejército salvadoreño en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Ellacuría, partidario y altavoz del diálogo con la guerrillla y la Teología de la Liberación y dado su prestigio intelectual y su valiente denuncia de la situación del país se había granjeado la enemistad de algunos sectores financieros y militares que le habían amenazado con insistencia para acallar su voz. El 16 de noviembre de 1989 sería asesinado por un pelotón del batallón Atlácatl de las Fuerzas Armadas de El Salvador, bajo las órdenes del entonces coronel René Emilio Ponce, en la residencia de la Universidad. Hace cinco años, nuestro programa periodístico de referencia En Portada trataba en un reportaje de responder algunas preguntas que entonces y ahora permanecen abiertas sobre este crimen que conmocionó a la iglesia y la sociedad salvadoreñas. En él, el periodista Evaristo Canete compartía la experiencia que vivió en 1989 y entrevistaba al general Ponce, presunto responsable de la matanza.
Asesinatos
Vocabulario Fundamental. Asesinato (11) ‘Into the abyss’, de Werner Herzog
«En el caso de Into the Abyss siempre estuvo claro que el epicentro de las cosas era el crimen, un crimen que está más allá de mi comprensión. Me pareció muy aterrador, ya que era tan extraordinariamente absurdo, totalmente nihilista. Es por eso que me intrigó, quería saber qué había detrás de él: ¿Quiénes son los autores? ¿Quiénes son los supervivientes? ¿Quiénes son los detectives de los homicidios? ¿Qué aspecto tenía la la escena del crimen?» Werner Herzog
«(…) paisajes de pobreza y desolación americanas tomados desde la ventanilla de un coche en marcha: gasolineras en ruinas, anuncios de iglesias apocalípticas junto a las carreteras, las redes de alambre espinoso de una prisión, viviendas en caravanas viejas rodeadas de basuras.» Antonio Muñoz Molina
Hoy publicamos ‘Into the abyss’, un trabajo del documentalista y cineasta alemán Werner Herzog que reflexiona sobre la pena de muerte y la violencia en la sociedad estadounidense a través del caso de dos asesinos convictos, dos jóvenes blancos de clase baja, la llamada ‘white trash’. En octubre de 2001 en una deprimida zona rural de Texas Michael Perry y Jason Burkett, tras una noche de drogas y alcohol, entraron en una zona residencial de clase alta y mataron a tres personas para robar un coche que guardaban en su casa, un Chevrolet Camaro rojo. Tras el asesinato, Perry y Burkett condujeron durante tres días con el coche de un lado a otro, en una alocada huida que terminó en un tiroteo con la policía, su detención y su posterior encarcelamiento y juicio. Perry fue condenado a la pena de muerte y Burkett a cadena perpetua, aunque ellos siempre mantuvieron su inocencia a pesar de las pruebas en su contra.
Herzog accede a las grabaciones del lugar de los crímenes y en sus entrevistas a los relacionados con el caso (los dos asesinos, sus familiares, los familiares de los muertos, el reverendo que va a escuchar a Perry antes de su ejecución, amigos, conocidos…) muestra los trastornos psicológicos evidentes en los múltiples damnificados por el mismo, retratando una sociedad perturbada por la miseria y la ignorancia, por la violencia explícita que permite el fácil acceso a toda clase de armas y la frustración de quienes quedan en los márgenes del sueño americano. Herzog, como europeo, intenta diseccionar esa cultura de muerte que es la de la pena capital, escrutándola desde todos los ángulos posibles. Los detalles de los crímenes ocurridos y el inminente asesinato a sangre fría institucionalmente ejecutado se añaden a la narración para dotarla de un dolor y una oscuridad que escalofrían e impregnan el ánimo de quien lo ve, hasta tiempo después de haberlo acabado.
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Perry es menudo, móvil, con una agitación de ardilla, más visible en el espacio hermético del locutorio donde responde a una entrevista, a través de una pantalla de plexiglás. Viste un mono de prisionero blanco y las paredes y los barrotes y la puerta con rejilla metálica del locutorio están pintadas de un blanco sucio de mugre y desconchones. Burkett es alto, serio, con una cabeza imponente, con ojos claros y lentos. Empezó a cumplir su condena con 19 años. Cuando recapacita que en el mejor de los casos podrá solicitar la libertad condicional dentro de cuarenta le cuesta hacer el cálculo de la edad que tendrá entonces. Cincuenta y nueve años, dice con incredulidad, mirando al vacío, abrumado por el peso de una duración inconcebible.
El interlocutor al que se dirigen permanece invisible para nosotros, aunque escuchamos su voz, que se expresa en un inglés muy correcto con acento alemán. Es la voz de Werner Herzog, que yo escuché en este mismo cine hace siete u ocho meses, en otro documental sobre las pinturas de la cueva de Chauvet, Cave of forgotten dreams. En él las linternas encendidas novelescamente sobre los cascos de espeleólogos alumbraban una oscuridad que se había mantenido intacta durante treinta mil años. El documental sobre Michael Perry y Jason Burkett y el torbellino de sangre que los dos desataron para robar un coche rojo se titula Into the abyss, y la negrura que explora es mucho más difícil de traspasar que la de una gruta prehistórica. La austeridad visual es máxima: una galería de personas que hablan mirando a la cámara o apartando los ojos de ella para romper en llanto o para quedarse ensimismadas; filmaciones de la policía tomadas en los lugares de los crímenes o en el lago en mitad de un bosque donde los asesinos arrojaron los cadáveres; paisajes de pobreza y desolación americanas tomados desde la ventanilla de un coche en marcha: gasolineras en ruinas, anuncios de iglesias apocalípticas junto a las carreteras, las redes de alambre espinoso de una prisión, viviendas en caravanas viejas rodeadas de basuras.
La sala de las ejecuciones por inyección letal es un cuarto de dimensiones mezquinas con las paredes pintadas de verde eléctrico. La camilla sobre la que se tiende al reo tiene dos extensiones laterales para poner los brazos. Atado por varias filas de correas el condenado extiende los brazos como en una crucifixión horizontal. La cortina verde se descorre y los testigos pueden ver la ejecución tan de cerca como si se celebrara en una salita familiar. El formulario en el que se certifica la muerte es una fotocopia de baja calidad. Cuando Michael Perry estaba a punto de perder el conocimiento la hija y hermana de dos de sus víctimas lo miraba a los ojos a través del cristal y vio que por la mejilla se le deslizaba una sola lágrima.
Vocabulario Fundamental. Asesinato (10) El asesinato de Isabel Carrasco
Creación audiovisual en corto (24) ‘Kaïn’, de Kristof Hoornaert
Campanadas de la Historia (33) El asesinato de JFK
El 22 de noviembre de 1963 el presidente de Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy caía asesinado en su paseo en un coche descubierto por la ciudad de Dallas. Cincuenta años después las teorías sobre la autoría y responsabilidades de su asesinato siguen vivas debido a las inconsistencias del informe de la Comisión Warren. Pocos discuten que fuera Oswald quien hiciera los disparos pero muchos dudan que éste actuara solo y de propia iniciativa. Para profundizar en este hecho capital del siglo XX les ofrecemos «El fantasma de Oswald», documental que analiza las diferentes teorías sobre la autoría del magnicidio, desde la oficial de la Comisión Warren, que achacó la muerte a Oswald, hasta las heterodoxas, cómo la de Jim Garrison que inspiraría la película de Oliver Stone «JFK» en 1991. Al mismo tiempo se hace una revisión de la sociedad norteamericana en los años 60 y la lucha por los derechos civiles.
Vocabulario Fundamental. Asesinato (9) La mente del asesino escolar
El 60% de los asesinos escolares terminan suicidándose
¿Qué hay en la mente de un asesino escolar? La neurociencia y la psicología no dan tregua a las investigaciones que ayuden a desentrañar el misterio de la mente violenta y a encontrar la forma de prevenir y evitar la siguiente masacre.
Repaso histórico a los tiroteos escolares
¿Podrá la ciencia prevenir la siguiente masacre?
Vocabulario Fundamental. Asesinato (8) ‘Paradise Lost’ y los crímenes de West Memphis
El juicio de estos chicos atrajo la atención de la prensa nacional y de los documentalistas Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, quienes con al apoyo del canal de cable HBO, decidieron hacer un documental sobre este caso. Un trabajo que lentamente les permitió darse cuenta de las inconsistencias en el juicio y las dudas sobre la culpabilidad de los jóvenes. Su imponente trabajo documentalista retrata algunos de los prejuicios, miedos, odios, ignorancias, instintos primarios desatados y otras miserias de la sociedad y el sistema judicial norteamericanos, pero también muestra algunas de sus luces, la solidaridad, la ayuda entre extraños que se unen para luchar por una causa común y justa e incluso la reconciliación entre enemigos jurados. Vivan la experiencia Paradise Lost, una prueba más de que la realidad siempre acaba superando a la ficción.
‘Paradise Lost’, un documental que escribe y reescribe el sistema judicial
Hay historias que no sólo merecen ser contadas, también contienen muchas de las claves y los misterios del mundo en el que vivimos. Son historias personales y al mismo tiempo universales, como si contuvieran en su interior la capacidad para iluminar una parte del alma humana y parte de la penumbra de lo contemporáneo. Esa es parte de la grandeza de la trilogía Paradise Lost, una serie de tres documentales dirigidos por Joe Berlinger y Bruce Sinosky y producidos por HBO en 1996, 2000 y el año pasado que siguen el asombroso caso de tres adolescentes, Damian Echols, Jesse Misskelly y Jason Baldwin condenados sin pruebas a principios de los 90 por el brutal asesinato de tres niños de ocho años en un bosque de Arkansas.
No recuerdo una sola película americana reciente, ni siquiera Winter’s Bone, que se acerca estéticamente al realismo muy sucio y sin adornos de estos documentales, que ofrezca un retrato tan brutal y esclarecedor sobre ese otro Estados Unidos no formado por minorías peligrosas y potencialmente glamourosas como las gangs de las grandes ciudades sino por blancos de bajísimo nivel, esa «white trash» de la que hablaba Eminem en sus primeras canciones, grandes masas de clase baja americanas que no conocen otra cultura que la propia y que se hacen más pintorescas en el «cinturón de la Biblia», donde la religión es omnipresente y la existencia de un Dios furioso y vengativo se da por descontada. Así, West Memphis, un suburbio empobrecido al que pertenecen tanto las víctimas como los supuestos asesinos, muchos de ellos viviendo en caravanas, surge como icono de la parte oscura de América con enorme fuerza. Asombra la cantidad de personajes sin dientes, obesos, deformes y tarados que circulan por la película.
El asesinato de los tres niños nos permite ver una escala de emociones humanas perfectamente reconocibles con un suceso de este estilo: el pánico, la indignación, la manipulación amarillista, el alarmismo ignorante, el deseo de venganza y etc. En este contexto de histeria, la policía siente la obligación imperiosa de encontrar a los asesinos y calmar a los ciudadanos. Y lo que vemos en Paradise Lost es la historia de una de esas chapuzas de ésas que los españoles creemos que solo cometemos nosotros: desestiman sospechosos potencialmente culpables, pierden pruebas, no atienden chivatazos… Un desastre que culmina con la confesión de Misskelley, un joven con retraso mental que «confiesa» después de un interrogatorio de varias horas en el que acaba diciendo lo que los policías quieren oír para salir del paso y que le dejen tranquilo. Para hacerlo más creíble, el chaval implica a los «raros» del barrio en el asesinato. Y comienza el show.
Dos décadas en siete horas
Los tres episodios, con sus siete horas de duración, de este extraordinario documental arrojan resultados distintos. El primero, Asesinato en Robin Hood Hills, rememora el asesinato, nos presenta a las familias y se detiene la mayor parte del metraje en el delirante juicio a los tres acusados. Su demoledor final, con la condena a muerte a Echols, un chaval que acaba de cumplir la mayoría de edad, deja un nudo en la garganta difícil de superar. El segundo, Revelaciones, trata sobre el propio efecto del documental e ilustra la campaña para liberar a los ya conocidos como «3 de West Memphis». Brilla el protagonismo de la estrella de Paradise Lost junto a Echols, el impagable John Mark Byers, padrastro de uno de los niños asesinados y que es una condensación de todos los males que se achacan a los temidos rednecks: violento, paleto hasta extremos delirantes, fanático religioso, vocinglero y con tendencias delictivas. Lo tiene todo.
Paradise Lost 3, Purgatorio, explica el insospechado final feliz de una historia insospechada desde el principio. En agosto del año pasado, los tres convictos fueron excarcelados tras una extraña maniobra legal en la que reconocían su culpabilidad para ahorrarle al Estado cientos de millones de dólares en daños y perjuicios pero eran liberados, lo que era un reconocimiento de facto del fatal error. Observar cómo han cambiado los rostros de esos adolescentes 18 años después es una experiencia profundamente conmovedora y perturbadora. Contemplar su serenidad, su dolor abisal y el palpitar de una injusticia tan brutal y miserable ofrece una versión de Estados Unidos y de la propia vida tan cruda y brutal como la hayamos visto en pocas ocasiones. La trilogía de Paradise Lost es uno de los trabajos documentales más importantes de las últimas dos décadas.
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Vocabulario Fundamental. Asesinato (7) En el reino del plomo
Los leones atacan siempre a los más débiles de la manada. El narco corrompe a los Estados con las instituciones más frágiles.
Radiografía hondureña
La lucha contra la impunidad
Y ahora matizo. Hay muchos políticos y académicos íntegros, que se dejan la piel por dignificar Honduras. Hay miles de policías que se avergüenzan de compañeros de armas vendidos al narco o simplemente asesinos. La inmensa mayoría de los padres hondureños se sacrifican mucho más de lo que cualquier padre del llamado Primer Mundo es capaz de hacer por sus hijos. Esa es la realidad, pero también es cierto que basta con que unos cuantos políticos, unos cuantos policías y unos cuantos periodistas caigan en la tentación para que el país se convierta en el más violento del mundo. Dramático.
Éste pudo ser un reportaje violento, cargado de secuencias con cadáveres en las aceras y autopsias en las morgues… Pero nunca nos lo planteamos así. Por encima de todo, la intención siempre fue mostrar que la resistencia de un grupo de civiles ante tanta injusticia ha conseguido movilizar a la sociedad en su lucha contra la impunidad. Se puede.
Los que recorrimos Honduras para contar esta historia –Teresa Mora, José Manuel Frean y Paco Ramos- descubrimos un país con ciudadanos olvidados que piden a gritos algo de ayuda y comprensión. Narramos lo que vimos. Y quizá por no ser acusados de corporativistas no otorgamos todo el reconocimiento que se merecen los periodistas que día tras día se juegan el tipo por contar lo que pasa en su país.
Desgraciadamente, Honduras también es uno de los países del mundo con más periodistas asesinados. El contexto es inevitable: policías, mareros, narcos.. Pero el fondo del reportaje es el de unas madres exhaustas que sacan fuerza de la nada para investigar el vil asesinato de sus hijos por parte de policías pertenecientes a un cartel del crimen con sede en una comisaría de la capital o la lucha de un padre por demostrar que su hijo no perdió la vida por casualidad sino porque una patrulla del Ejército practicó tiro al blanco con un chaval de 15 años.
Vocabulario Fundamental. Asesinato (6) La gente más asesina del mundo
Vocabulario Fundamental. Asesinato (5) ‘Con una sola bala’, de Nurit Keda
El francotirador es el único soldado que ve «el blanco de los ojos de su víctima», que ve sus actividades diarias mientras lo visualiza en su mira y espera la orden de ejecución de sus mandos y eso es lo que, según ellos, los diferencia del resto de militares. La imagen la forman el fusil, la bala y el hombre detrás de ellos, esperando en la oscuridad, con paciencia y en calma, para cumplir la orden y efectuar un único disparo. Esto le hace aparecer ante si mismo como un heroico luchador y para otros, como un asesino a sangre fría. Las escenas de guerra de este documental han sido grabadas por los mismos soldados que participaban en ellas.