Vocabulario Fundamental. Asesinato (12) Ellacuría, crimen sin castigo

Este 16 de noviembre se han cumplido 25 años del asesinato de Ignacio Ellacuría y otros cinco jesuitas por el ejército salvadoreño en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Ellacuría, partidario y altavoz del diálogo con la guerrillla y la Teología de la Liberación y dado su prestigio intelectual y su valiente denuncia de la situación del país se había granjeado la enemistad de algunos sectores financieros y militares que le habían amenazado con insistencia para acallar su voz. El 16 de noviembre de 1989 sería asesinado por un pelotón del batallón Atlácatl de las Fuerzas Armadas de El Salvador, bajo las órdenes del entonces coronel René Emilio Ponce, en la residencia de la Universidad. Hace cinco años, nuestro programa periodístico de referencia En Portada trataba en un reportaje de responder algunas preguntas que entonces y ahora permanecen abiertas sobre este crimen que conmocionó a la iglesia y la sociedad salvadoreñas. En él, el periodista Evaristo Canete compartía la experiencia que vivió en 1989 y entrevistaba al general Ponce, presunto responsable de la matanza. 



Ellacuría, crimen sin castigo



La guerra civil en El Salvador fue un conflicto largo y sangriento, por el que pasaron muchos de los mejores reporteros de guerra del momento y que se convirtió en parte de su memoria sentimental y profesional. Pero hoy El Salvador apenas ocupa espacio en los telediarios o en los periódicos. Cosas de la geoestrategia mundial, que ha trasladado el foco de los medios a países como Iraq o Afganistán y ha convertido a Centroamérica en una región medio olvidada informativamente hablando. Así que cuando el equipo de En Portada llegó a San Salvador tuve una curiosa sensación de salto en el tiempo. Además, íbamos a hurgar en el recuerdo de un episodio también casi olvidado, la matanza de los jesuitas en la Universidad Centroamericana, que ha vuelto a tener cierta actualidad al ser uno de los casos que investiga la Audiencia Nacional en virtud del cada vez más polémico principio de justicia universal.

El caso Ellacuría, eso fue evidente desde el primer momento, es un caso molesto, que se enmarca de lleno en el debate sobre la llamada memoria histórica, muy actual en España. Además, nosotros llegamos a hacer preguntas incómodas en un periodo sensible, durante la campaña electoral de las presidenciales. Fue muy significativo el silencio de algunos miembros de la jerarquía eclesiástica y, sobre todo, de algunos políticos. Y fue curioso comprobar cómo el discurso de los que prefieren que no se sepa la verdad es siempre el mismo: No hay que reabrir heridas, hay que mirar hacia delante, es mejor no remover el pasado.

En una pequeña localidad al norte del país, llamada Ignacio Ellacuría en honor al sacerdote jesuita, dos humildes campesinas nos contaron cómo, al final de la guerra, sus hijos pequeños fueron masacrados en un bombardeo del Ejército. No está claro si fue deliberado o un error, pero casi 20 años después, ellas se mostraban dolidas sobre todo porque nunca nadie les ha pedido ni siquiera perdón. Esas madres, como muchos otros salvadoreños, no olvidan. Con su testimonio, que nos emocionó en muchos momentos, cobra su sentido la necesidad de mantener lo que llaman «memoria histórica». Sus heridas sólo se cerrarán cuando se conozca toda la verdad de lo que ocurrió en aquellos años.

Vocabulario Fundamental. Asesinato (11) ‘Into the abyss’, de Werner Herzog


«En el caso de Into the Abyss siempre estuvo claro que el epicentro de las cosas era el crimen, un crimen que está más allá de mi comprensión. Me pareció muy aterrador, ya que era tan extraordinariamente absurdo, totalmente nihilista. Es por eso que me intrigó, quería saber qué había detrás de él: ¿Quiénes son los autores? ¿Quiénes son los supervivientes? ¿Quiénes son los detectives de los homicidios? ¿Qué aspecto tenía la la escena del crimen?» Werner Herzog

«(…) paisajes de pobreza y desolación americanas tomados desde la ventanilla de un coche en marcha: gasolineras en ruinas, anuncios de iglesias apocalípticas junto a las carreteras, las redes de alambre espinoso de una prisión, viviendas en caravanas viejas rodeadas de basuras.» Antonio Muñoz Molina


Hoy publicamos ‘Into the abyss’, un trabajo del documentalista y cineasta alemán Werner Herzog que reflexiona sobre la pena de muerte y la violencia en la sociedad estadounidense a través del caso de dos asesinos convictos, dos jóvenes blancos de clase baja, la llamada ‘white trash’. En octubre de 2001 en una deprimida zona rural de Texas Michael Perry y Jason Burkett, tras una noche de drogas y alcohol, entraron en una zona residencial de clase alta y mataron a tres personas para robar un coche que guardaban en su casa, un Chevrolet Camaro rojo. Tras el asesinato, Perry y Burkett condujeron durante tres días con el coche de un lado a otro, en una alocada huida que terminó en un tiroteo con la policía, su detención y su posterior encarcelamiento y juicio. Perry fue condenado a la pena de muerte y Burkett a cadena perpetua, aunque ellos siempre mantuvieron su inocencia a pesar de las pruebas en su contra. 

Herzog accede a las grabaciones del lugar de los crímenes y en sus entrevistas a los relacionados con el caso (los dos asesinos, sus familiares, los familiares de los muertos, el reverendo que va a escuchar a Perry antes de su ejecución, amigos, conocidos…) muestra los trastornos psicológicos evidentes en los múltiples damnificados por el mismo, retratando una sociedad perturbada por la miseria y la ignorancia, por la violencia explícita que permite el fácil acceso a toda clase de armas y la frustración de quienes quedan en los márgenes del sueño americano. Herzog, como europeo, intenta diseccionar esa cultura de muerte que es la de la pena capital, escrutándola desde todos los ángulos posibles. Los detalles de los crímenes ocurridos y el inminente asesinato a sangre fría institucionalmente ejecutado se añaden a la narración para dotarla de un dolor y una oscuridad que escalofrían e impregnan el ánimo de quien lo ve, hasta tiempo después de haberlo acabado.

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Lecciones de abismo


Este hombre joven, Michael Perry, que parece todavía más joven de lo que es y que tiene un flequillo tieso sobre la frente y mira con la intensidad impúdica de un niño, será ejecutado exactamente dentro de diez días. Las dos paletas prominentes exageran su sonrisa y su risa fácil y le dan un aire de caricatura de dibujos animados. Su palidez malsana es la de quien desde hace mucho tiempo no conoce otra luz que los neones punitivos de una galería de condenados a muerte. Tiene veintiocho años, pero podría tener quince o dieciséis, dieciocho como máximo: como si se hubiera quedado en la edad que tenía cuando una noche de pastillas y alcohol fue con un cómplice a robar un coche deportivo rojo que a los dos les gustaba mucho en el garaje de una casa en una zona residencial de Tejas y acabó asesinando a tres personas: la dueña de la casa y del coche, su hijo de dieciséis años, un amigo de su hijo. Al cabo de menos de tres días de ir atolondradamente de un lado a otro en el reluciente coche rojo, y después de un tiroteo y de una huida insensata sobre el asfalto de una zona de descanso para camiones de gran tonelaje, Perry y su cómplice, Jason Burkett, fueron detenidos. En ningún momento hubo dudas sobre la culpabilidad de ninguno de los dos. Perry fue condenado a muerte. Burkett a cadena perpetua.

Perry es menudo, móvil, con una agitación de ardilla, más visible en el espacio hermético del locutorio donde responde a una entrevista, a través de una pantalla de plexiglás. Viste un mono de prisionero blanco y las paredes y los barrotes y la puerta con rejilla metálica del locutorio están pintadas de un blanco sucio de mugre y desconchones. Burkett es alto, serio, con una cabeza imponente, con ojos claros y lentos. Empezó a cumplir su condena con 19 años. Cuando recapacita que en el mejor de los casos podrá solicitar la libertad condicional dentro de cuarenta le cuesta hacer el cálculo de la edad que tendrá entonces. Cincuenta y nueve años, dice con incredulidad, mirando al vacío, abrumado por el peso de una duración inconcebible.

El interlocutor al que se dirigen permanece invisible para nosotros, aunque escuchamos su voz, que se expresa en un inglés muy correcto con acento alemán. Es la voz de Werner Herzog, que yo escuché en este mismo cine hace siete u ocho meses, en otro documental sobre las pinturas de la cueva de Chauvet, Cave of forgotten dreams. En él las linternas encendidas novelescamente sobre los cascos de espeleólogos alumbraban una oscuridad que se había mantenido intacta durante treinta mil años. El documental sobre Michael Perry y Jason Burkett y el torbellino de sangre que los dos desataron para robar un coche rojo se titula Into the abyss, y la negrura que explora es mucho más difícil de traspasar que la de una gruta prehistórica. La austeridad visual es máxima: una galería de personas que hablan mirando a la cámara o apartando los ojos de ella para romper en llanto o para quedarse ensimismadas; filmaciones de la policía tomadas en los lugares de los crímenes o en el lago en mitad de un bosque donde los asesinos arrojaron los cadáveres; paisajes de pobreza y desolación americanas tomados desde la ventanilla de un coche en marcha: gasolineras en ruinas, anuncios de iglesias apocalípticas junto a las carreteras, las redes de alambre espinoso de una prisión, viviendas en caravanas viejas rodeadas de basuras.


Herzog mira y escucha. Hace preguntas cortas y educadas. El impacto del crimen provoca ondulaciones concéntricas de sufrimiento que nunca se extinguen, ni siquiera cuando uno de los asesinos ha sido ejecutado. La hija y hermana de dos de las víctimas pone sus fotos encima de la mesa para hablar de ellas, y los muertos, al cabo de solo diez años, ya tienen un aire tristísimo de anacronismo, en la melena teñida de la madre, en su sonrisa contra un fondo azul eléctrico; también en el corte de pelo del adolescente que se quedó congelado para siempre en una moda ya obsoleta. Pero para esta mujer que pone delante de la cámara las fotografías de los suyos el tiempo tampoco parece que haya pasado. Aún se niega a tener un teléfono en casa. No quiere que haya un teléfono para que así no exista la posibilidad de otra llamada que corte en seco la vida para anunciar una desgracia.

Los objetos resisten al tiempo con igual contumacia que los recuerdos. El detective que investigó los crímenes y detuvo a Perry y a Burkett señala en un depósito de la policía el Camaro rojo que lleva diez años aparcado allí, entre otros coches relacionados con delitos, coches viejos y estropeados por la intemperie, con cristales o faros rotos, con abollones, con agujeros de balas que se han ido oxidando. El coche rojo ya es una ruina. Lo tuvieron que cambiar de sitio porque un árbol que había echado raíz en una grieta del asfalto estaba creciendo en su interior, entre el desorden de las esquirlas de vidrio y los restos de botellas y recipientes de comida basura que nadie retiró después del tiroteo.

Nadie puede inventar estas cosas. Hay zonas de experiencia en las que la ficción no sabe o no puede aventurarse. No hay película de terror que dé más miedo que esas imágenes rodadas por la policía en el lugar del crimen con una tosquedad de vídeo doméstico, mal iluminado, con movimientos bruscos de cámara: en un salón de distinguido mal gusto todas las lámparas están encendidas y los anuncios y las imágenes de una película se suceden delante de un sofá en el que no hay nadie; el movimiento torpe de la cámara capta la sangre que salpica el dintel de una puerta, la pared, las molduras del techo, como cuando estalla una cafetera o una olla a presión mal cerrada; sobre el mostrador de mármol de una cocina hay una bandeja con pegotes de masa de galletas que alguien estaba a punto de poner en el horno cuando sonó el timbre de la puerta; junto a la bandeja está abierto un libro de recetas; en el suelo de cemento del garaje hay una zapatilla deportiva y un rastro de sangre; junto a cada pista la policía ha puesto pequeñas etiquetas numeradas.

La sala de las ejecuciones por inyección letal es un cuarto de dimensiones mezquinas con las paredes pintadas de verde eléctrico. La camilla sobre la que se tiende al reo tiene dos extensiones laterales para poner los brazos. Atado por varias filas de correas el condenado extiende los brazos como en una crucifixión horizontal. La cortina verde se descorre y los testigos pueden ver la ejecución tan de cerca como si se celebrara en una salita familiar. El formulario en el que se certifica la muerte es una fotocopia de baja calidad. Cuando Michael Perry estaba a punto de perder el conocimiento la hija y hermana de dos de sus víctimas lo miraba a los ojos a través del cristal y vio que por la mejilla se le deslizaba una sola lágrima.

Vocabulario Fundamental. Asesinato (10) El asesinato de Isabel Carrasco

Ayer murió en la unidad de quemados la mujer que se quemó a lo bonzo el 18 de Febrero en su sucursal bancaria al grito de «me lo habéis quitado todo.» Esto debería contextualizar el debate sobre el asesinato de la presidenta de la Diputación de León y del PP de la provincia de León. El relativismo afecta a todo y también la muerte y el homicidio. Nos afectan o no más unas muertes que otras dependiendo quién muera, dónde muera y cómo lo haga, de dónde se sitúen en nuestra mente y nuestro corazón los fallecidos o cómo influían en nuestras vidas, de cómo afectan o no nuestra empatía los numerosos muertos que acontecen ante nuestros ojos o nuestras pantallas todos los días. Y nuestras reacciones fluctúan en un espectro de emociones que van de la desolación profunda, la alegría indisimulada o la indignación apostada de a quienes se la sopla el muerto pero hacen apología de su muerte por propio interés personal. Esta señora del PP a la que ha asesinado otra señora del PP se manejaba en su vida en unos parámetros morales y políticos opuestos a los míos y por supuesto que me llega su muerte de forma distinta a la de esa desesperada y desdichada persona que ha muerto hoy tras más de tres meses de terrible agonía física y mental (y el sufrimiento anterior a su intento de suicidio) o los últimos muertos intentando llegar a las aguas o las fronteras de este desquiciado país que es la España contemporánea. Todos homicidios, provocados por unas personas sobre otras. Así que para resumir mis sentimientos recordaré lo que dijo el siempre lamentable Salvador Sostres, que no quiso serlo menos cuando, tras el terremoto de Haití, dijo aquello de “estas cosas pasan y equilibran el planeta”. Por primera y última vez me adhiero a siete de sus palabras.

Campanadas de la Historia (33) El asesinato de JFK

El 22 de noviembre de 1963 el presidente de Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy caía asesinado en su paseo en un coche descubierto por la ciudad de Dallas. Cincuenta años después las teorías sobre la autoría y responsabilidades de su asesinato siguen vivas debido a las inconsistencias del informe de la Comisión Warren. Pocos discuten que fuera Oswald quien hiciera los disparos pero muchos dudan que éste actuara solo y de propia iniciativa. Para profundizar en este hecho capital del siglo XX les ofrecemos «El fantasma de Oswald», documental que analiza las diferentes teorías sobre la autoría del magnicidio, desde la oficial de la Comisión Warren, que achacó la muerte a Oswald, hasta las heterodoxas, cómo la de Jim Garrison que inspiraría la película de Oliver Stone «JFK» en 1991. Al mismo tiempo se hace una revisión de la sociedad norteamericana en los años 60 y la lucha por los derechos civiles.

Vocabulario Fundamental. Asesinato (9) La mente del asesino escolar

Documentos TV. «La mente del asesino escolar» 

¿Puede la ciencia explicar por qué un niño se convierte en asesino?
El 60% de los asesinos escolares terminan suicidándose 

¿Son claves la neurociencia y la psicología para evitar la siguiente masacre?


¿Qué arrastra a una persona a entrar en un colegio lleno de estudiantes y abrir fuego indiscriminadamente? Ésta es la primera de las muchas preguntas que se formulan en “La mente del asesino escolar”, un documental norteamericano realizado después de la masacre escolar de Newtown del pasado diciembre, en el que Adam Lanza terminaba con la vida de 20 y siete adultos, incluidos él y su madre. 

¿Qué hay en la mente de un asesino escolar? La neurociencia y la psicología no dan tregua a las investigaciones que ayuden a desentrañar el misterio de la mente violenta y a encontrar la forma de prevenir y evitar la siguiente masacre. 

Repaso histórico a los tiroteos escolares

La mente del asesino escolar expone los casos más dramáticos de tiroteos escolares desde los años 60 hasta el de Newtown. Cuenta con los testimonios de uno de estos asesinos, Andy William, quien en 2001 mataba a dos compañeros de clase y hería a otros trece en su propio instituto. William reconoce que la desesperanza, el fácil acceso a las armas y su hambre de suicidio, del que nunca habló a nadie, tuvieron mucho que ver ese trágico 5 de marzo. “Si llegas a la conclusión de que tu vida no vale nada, y quieres hacer algo que garantice que tu nombre esté en boca de todo el país, ¿cómo lo conseguirás? Solo de una manera: matando a mucha gente inocente”, afirma Steven Pinker, psicólogo cognitivo de Harvard.

¿Podrá la ciencia prevenir la siguiente masacre? 

La ciencia continúa estudiando el excepcional conjunto de circunstancias que se han de dar para que un niño se convierta en un asesino escolar en potencia. La mente del asesino escolar muestra las nuevas teorías y estudios realizados al respecto y alerta sobre la detección a tiempo de estas mentes suicidas con la violencia. Un argumento que suscribe íntegramente Liza Long, cuyo hijo de 13 años sufre este tipo de comportamientos y quién teme que pueda convertirse en un posible asesino escolar. En su blog, bajo el título de «Soy la madre de Adam Lanza”, hizo un llamamiento a un urgente debate nacional sobre la atención mental infantil,-tan inaccesible en Estados Unidos, y que ha prendido como la pólvora en las redes sociales.

Vocabulario Fundamental. Asesinato (8) ‘Paradise Lost’ y los crímenes de West Memphis


Aún algo conmocionados por el efecto de las siete horas de la hipnótica trilogía de HBO Paradise Lost que hemos visionado, buscamos información actualizada del caso de los «West Memphis Three», los tres adolescentes estadounidenses que fueron acusados, juzgados y condenados por la tortura y asesinato de tres niños de ocho años el 5 de mayo de 1993 en un deprimido barrio de casas-trailer de West Menphis, Arkansas. El terrible estado en el que se encontró los cadáveres de los niños, que parecía indicar algún tipo de ritual satánico, conmocionó a la sociedad estadounidense que pedía encontrar a los culpables y hacer justicia con ellos. Tres adolescentes de la misma ciudad, Damien Echols, Jessie Misskelley y Jason Baldwin fueron enjuiciados, encontrados culpables y sentenciados a cadena perpetua y, en el caso de Echols, a la pena de muerte. 

El juicio de estos chicos atrajo la atención de la prensa nacional y de los documentalistas Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, quienes con al apoyo del canal de cable HBO, decidieron hacer un documental sobre este caso. Un trabajo que lentamente les permitió darse cuenta de las inconsistencias en el juicio y las dudas sobre la culpabilidad de los jóvenes. Su imponente trabajo documentalista retrata algunos de los prejuicios, miedos, odios, ignorancias, instintos primarios desatados y otras miserias de la sociedad y el sistema judicial norteamericanos, pero también muestra algunas de sus luces, la solidaridad, la ayuda entre extraños que se unen para luchar por una causa común y justa e incluso la reconciliación entre enemigos jurados. Vivan la experiencia Paradise Lost, una prueba más de que la realidad siempre acaba superando a la ficción. 


‘Paradise Lost’, un documental que escribe y reescribe el sistema judicial

Juan Sardá – El Cultural.es 22/03/2012


Hay historias que no sólo merecen ser contadas, también contienen muchas de las claves y los misterios del mundo en el que vivimos. Son historias personales y al mismo tiempo universales, como si contuvieran en su interior la capacidad para iluminar una parte del alma humana y parte de la penumbra de lo contemporáneo. Esa es parte de la grandeza de la trilogía Paradise Lost, una serie de tres documentales dirigidos por Joe Berlinger y Bruce Sinosky y producidos por HBO en 1996, 2000 y el año pasado que siguen el asombroso caso de tres adolescentes, Damian Echols, Jesse Misskelly y Jason Baldwin condenados sin pruebas a principios de los 90 por el brutal asesinato de tres niños de ocho años en un bosque de Arkansas. 


(…) Paradise Lost es un puñetazo de realidad y un retrato de Estados Unidos asombroso. Estamos acostumbrados a ver películas americanas constantemente, algunas muy buenas, pero el cine de ese país tiene como característica fundamental embellecer la realidad. Veamos, por ejemplo, una película como Aflicción, de Paul Schrader, que retrata un ambiente parecido, deprimido, religioso, rural, y es al mismo tiempo una maravillosa película, pero no muestra algo que sí aparece en todo su tenebroso esplendor en Paradise Lost: lo feos, horteras, ignorantes y vulgares que son muchos americanos. 

No recuerdo una sola película americana reciente, ni siquiera Winter’s Bone, que se acerca estéticamente al realismo muy sucio y sin adornos de estos documentales, que ofrezca un retrato tan brutal y esclarecedor sobre ese otro Estados Unidos no formado por minorías peligrosas y potencialmente glamourosas como las gangs de las grandes ciudades sino por blancos de bajísimo nivel, esa «white trash» de la que hablaba Eminem en sus primeras canciones, grandes masas de clase baja americanas que no conocen otra cultura que la propia y que se hacen más pintorescas en el «cinturón de la Biblia», donde la religión es omnipresente y la existencia de un Dios furioso y vengativo se da por descontada. Así, West Memphis, un suburbio empobrecido al que pertenecen tanto las víctimas como los supuestos asesinos, muchos de ellos viviendo en caravanas, surge como icono de la parte oscura de América con enorme fuerza. Asombra la cantidad de personajes sin dientes, obesos, deformes y tarados que circulan por la película. 

La policía busca venganza 

El asesinato de los tres niños nos permite ver una escala de emociones humanas perfectamente reconocibles con un suceso de este estilo: el pánico, la indignación, la manipulación amarillista, el alarmismo ignorante, el deseo de venganza y etc. En este contexto de histeria, la policía siente la obligación imperiosa de encontrar a los asesinos y calmar a los ciudadanos. Y lo que vemos en Paradise Lost es la historia de una de esas chapuzas de ésas que los españoles creemos que solo cometemos nosotros: desestiman sospechosos potencialmente culpables, pierden pruebas, no atienden chivatazos… Un desastre que culmina con la confesión de Misskelley, un joven con retraso mental que «confiesa» después de un interrogatorio de varias horas en el que acaba diciendo lo que los policías quieren oír para salir del paso y que le dejen tranquilo. Para hacerlo más creíble, el chaval implica a los «raros» del barrio en el asesinato. Y comienza el show. 

Damian Echols y Jason Baldwin, sobre todo el primero, un hombre nacido para ser una estrella que terminó siéndolo de la forma más inesperada, son juzgados y condenados por ir vestidos de negro, escuchar música metal o tener un libro de brujería en su casa. Paradise Lost supone ver en marcha una maquinaria de prejuicio, clasismo e ignorancia sin parangón. Como señala el propio Echols, es una reedición delirante de la quema de brujas en Salem. Minuto a minuto, asombra comprobar cómo se perpetra una injusticia de tamaño descomunal en una espiral de demagogia e instintos primarios que deja estupefacto, triste e indignado a partes iguales. 

Dos décadas en siete horas 

Los tres episodios, con sus siete horas de duración, de este extraordinario documental arrojan resultados distintos. El primero, Asesinato en Robin Hood Hills, rememora el asesinato, nos presenta a las familias y se detiene la mayor parte del metraje en el delirante juicio a los tres acusados. Su demoledor final, con la condena a muerte a Echols, un chaval que acaba de cumplir la mayoría de edad, deja un nudo en la garganta difícil de superar. El segundo, Revelaciones, trata sobre el propio efecto del documental e ilustra la campaña para liberar a los ya conocidos como «3 de West Memphis». Brilla el protagonismo de la estrella de Paradise Lost junto a Echols, el impagable John Mark Byers, padrastro de uno de los niños asesinados y que es una condensación de todos los males que se achacan a los temidos rednecks: violento, paleto hasta extremos delirantes, fanático religioso, vocinglero y con tendencias delictivas. Lo tiene todo. 

Paradise Lost 3, Purgatorio, explica el insospechado final feliz de una historia insospechada desde el principio. En agosto del año pasado, los tres convictos fueron excarcelados tras una extraña maniobra legal en la que reconocían su culpabilidad para ahorrarle al Estado cientos de millones de dólares en daños y perjuicios pero eran liberados, lo que era un reconocimiento de facto del fatal error. Observar cómo han cambiado los rostros de esos adolescentes 18 años después es una experiencia profundamente conmovedora y perturbadora. Contemplar su serenidad, su dolor abisal y el palpitar de una injusticia tan brutal y miserable ofrece una versión de Estados Unidos y de la propia vida tan cruda y brutal como la hayamos visto en pocas ocasiones. La trilogía de Paradise Lost es uno de los trabajos documentales más importantes de las últimas dos décadas. 


3. Purgatorio

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Vocabulario Fundamental. Asesinato (7) En el reino del plomo


Un reportaje de En Portada nos sumerge en los círculos de la violencia en Honduras cuya tasa de homicidios por habitante lo convierte en el país más violento del mundo. El narcotráfico infecta de crimen y corrupción la política y la sociedad hondureñas y expone a sus habitantes a secuestros, robos y crímenes por parte de sicarios, miembros de las maras o policías corruptos. En este estremecedor contexto algunos responsables públicos, ciudadanos y periodistas intentan luchar contra este perverso status quo denunciando la insostenible situación en la que viven. Y mientras, sobrevivir. Si después del documental quieren conocer más sobre la vida de las personas que él salen les invitamos a bucear en el magnífico reportaje interactivo que En Portada ha elaborado en su web. Unos cracks, J.A. Guardiola y los suyos.


En Portada – En el reino del plomo

José Antonio Guardiola 27.03.2013

Los leones atacan siempre a los más débiles de la manada. El narco corrompe a los Estados con las instituciones más frágiles.

Radiografía hondureña
Honduras, especialmente desde el golpe de Estado de 2009 que terminó con la Presidencia de Manuel Zelaya, es un estado débil. Su clase política es poco profesional, por decirlo de alguna manera. Los responsables de algunas instituciones se dejan corromper con relativa facilidad. Los policías ganan poco dinero y en muchos casos se dejan tentar por el sobre fácil del narco. La sociedad está muy desestructurada: por ejemplo, muchos padres emigran a Estados Unidos y dejan a sus hijos al cuidado de sus abuelos, sus familiares o vecinos…Y eso sirve para facilitar el reclutamiento de las maras. Y, además, su geografía los mantiene acorralados. Es lugar de paso casi obligado de una droga que se produce en el sur y se comercia en el norte.

La lucha contra la impunidad

Y ahora matizo. Hay muchos políticos y académicos íntegros, que se dejan la piel por dignificar Honduras. Hay miles de policías que se avergüenzan de compañeros de armas vendidos al narco o simplemente asesinos. La inmensa mayoría de los padres hondureños se sacrifican mucho más de lo que cualquier padre del llamado Primer Mundo es capaz de hacer por sus hijos. Esa es la realidad, pero también es cierto que basta con que unos cuantos políticos, unos cuantos policías y unos cuantos periodistas caigan en la tentación para que el país se convierta en el más violento del mundo. Dramático.

Éste pudo ser un reportaje violento, cargado de secuencias con cadáveres en las aceras y autopsias en las morgues… Pero nunca nos lo planteamos así. Por encima de todo, la intención siempre fue mostrar que la resistencia de un grupo de civiles ante tanta injusticia ha conseguido movilizar a la sociedad en su lucha contra la impunidad. Se puede.

Los que recorrimos Honduras para contar esta historia –Teresa Mora, José Manuel Frean y Paco Ramos- descubrimos un país con ciudadanos olvidados que piden a gritos algo de ayuda y comprensión. Narramos lo que vimos. Y quizá por no ser acusados de corporativistas no otorgamos todo el reconocimiento que se merecen los periodistas que día tras día se juegan el tipo por contar lo que pasa en su país.

Desgraciadamente, Honduras también es uno de los países del mundo con más periodistas asesinados. El contexto es inevitable: policías, mareros, narcos.. Pero el fondo del reportaje es el de unas madres exhaustas que sacan fuerza de la nada para investigar el vil asesinato de sus hijos por parte de policías pertenecientes a un cartel del crimen con sede en una comisaría de la capital o la lucha de un padre por demostrar que su hijo no perdió la vida por casualidad sino porque una patrulla del Ejército practicó tiro al blanco con un chaval de 15 años.


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Vocabulario Fundamental. Asesinato (6) La gente más asesina del mundo

La gente más asesina del mundo 

El 42% de los crímenes del planeta se dan en América Latina, donde forman parte de la vida cotidiana 


Siempre es igual. En algún lugar de Estados Unidos un hombre con problemas mentales y fuertemente armado masacra a un grupo de inocentes. En este último episodio han sido asesinados 20 niños y 6 adultos. Sigue la conmoción, la indignación y el furioso debate sobre la necesidad de restringir el acceso a las armas de fuego. Y nada más. Hasta que ocurre otra masacre y el ciclo se repite. La esperanza es que esta vez sea distinto y la indignación haga posibles las reformas. La única buena noticia es que al menos la sociedad no ha perdido la capacidad de indignarse.

Esto, en cambio, no sucede en la región más asesina del mundo: América Latina. Allí las grandes mayorías parecen haberse resignado a coexistir con el asesinato; demasiada gente, demasiados lideres, han perdido la capacidad de imaginar una realidad donde el asesinato no forme parte de la vida cotidiana. El 42% de los asesinatos del mundo ocurren en América Latina aunque allí vive tan solo el 8% de la humanidad. La tasa de homicidios en EE UU es 5 veces más baja que el promedio de América Latina.

Este año la guerra en Afganistán se habrá cobrado un total de 3.238 vidas. Este es aproximadamente el número de asesinatos que hubo en Brasil en el 2011 cada mes, todos los meses. El conflicto armado entre palestinos e israelíes del mes pasado arrojó aproximadamente el mismo número de fatalidades que hay en un fin de semana “caliente” en Caracas. La probabilidad de ser asesinado caminando por cualquier calle de Bagdad es menor que la de morir en una calle de Guatemala.

En todo el mundo las tasas de homicidio han venido declinando o no han aumentado mucho. En cambio, en América Latina vienen creciendo aceleradamente. El Salvador, Guatemala y Honduras tienen las más altas tasas de homicidio de los cinco continentes. Y en otros países de la región la muerte también abunda. En el 2011 fueron asesinadas 112 personas en Brasil, cada día. En México 71, cada día.

¿Qué explica esta propensión de América Latina al asesinato? Las razones que ofrecen los expertos son muchas y variadas. También son insatisfactorias. La pobreza es una causa frecuentemente mencionada. Pero, de ser por esto, China debería tener más asesinatos que Brasil. Otros lo atribuyen a la democracia y al hecho que los gobiernos autoritarios pueden reprimir más impunemente a los criminales. Pero India, la democracia más grande del mundo, y también uno de los países más pobres, tiene un índice de homicidios comparativamente más bajo que el de las democracias pobres de América Latina. El consumo y tráfico de drogas también son señalados como las razones detrás de la alta tasa de homicidios latinoamericana. Pero ningún país consume más drogas que Estados Unidos. Y si de narcotráfico se trata, Marruecos es a Europa lo que México es a los Estados Unidos: un país pobre que le vende drogas a su vecino rico. Pero la tasa de homicidios de Marruecos es muy inferior a la de México. Esto no quiere decir que las drogas, la pobreza, o la ineficiencia y corrupción de instituciones como la policía, el sistema judicial o las cárceles no sean factores importantes. Investigaciones recientes también han encontrado que la desigualdad económica, el fácil acceso a armas de fuego, el alcohol, la presencia de bandas, bajos niveles de encarcelamiento y fuerzas policiales muy pequeñas para el tamaño de la población, también forman parte de la explicación.

Un buen deseo para el 2013 es que América Latina decida terminar su coexistencia pacífica con el asesinato. No hay por qué vivir así. Y se puede —se debe— hacer algo para entender mejor qué pasa y lanzar una gran iniciativa destinada a reducir los índices de homicidio. No hay otra prioridad más urgente ni, seguramente más compleja y difícil de lograr. No es un objetivo que solo le compete al gobierno o a los políticos. La iglesia, sindicatos y empresarios, las escuelas y universidades, medios de comunicación, cantantes y artistas, las madres y los jóvenes, en fin, un abanico de sectores, instituciones y grupos tan amplios como sea posible podría movilizarse para comprometerse a reducir (¿a un tercio? ¿a la mitad?) el número de homicidios en los próximos (¿tres? ¿cinco?) años. Quizás esta es una esperanza ingenua. Pero más ingenuo es no hacer nada al respecto.

Vocabulario Fundamental. Asesinato (5) ‘Con una sola bala’, de Nurit Keda

Presentamos a continuación el documental ‘One Shot’ (Un disparo) realizado en el año 2004 bajo la dirección de Nurit Kedar. El documental se basa en el relato de antiguos francotiradores que fueron utilizados por el ejército israelí para matar selectivamente a miembros de la resistencia palestina desde la última intifada, sobre todo en el periodo en el que el país hebreo ocupaba los territorios palestinos. 

En la actualidad suponemos que el papel del tirador de élite que aguantaba impasible durante horas apostado cerca del pueblo palestino donde vivía su víctima, aguantando hierático las condiciones metereológicas, hasta que logra situar a su víctima-objetivo en la mira de su fusil, ha sido progresivamente sustituido por un técnico de drones sentado en algún despacho cercano a Tel-Aviv.

En este documental los ex-francotiradores reflexionan en retrospectiva sobre las muertes de seres humanos que provocaron con sus asesinatos a sangre fría, sus sentimientos al recordarlas y su propia moral. Ellos no lamentan las muertes, todavía asumen la máxima de «un disparo, un muerto» pero se preguntan en qué clase de hombres les convirtieron.

El francotirador es el único soldado que ve «el blanco de los ojos de su víctima», que ve sus actividades diarias mientras lo visualiza en su mira y espera la orden de ejecución de sus mandos y eso es lo que, según ellos, los diferencia del resto de militares. La imagen la forman el fusil, la bala y el hombre detrás de ellos, esperando en la oscuridad, con paciencia y en calma, para cumplir la orden y efectuar un único disparo. Esto le hace aparecer ante si mismo como un heroico luchador y para otros, como un asesino a sangre fría. Las escenas de guerra de este documental han sido grabadas por los mismos soldados que participaban en ellas.

Como detalle adjunto a esta historia hace tres años se pusieron de moda en el ejército israelí unas siniestras camisetas, que tras el escándalo que supusieron fueron prohibidas por sus mandos y que, a modo de broma macabra, mostraban una mujer árabe embarazada dentro de una mira telescópica con el siniestro claim «1 shot 2 kills», es decir, 1 disparo 2 muertes. Humor israelí a lo nazi.