El fotógrafo Gervasio Sánchez, testigo de la guerra
Gervasio Sánchez
Vocabulario Fundamental. Puta guerra (17) Un mundo en guerra
Cuando se cumplen diez años del inicio de la guerra de Irak, y mientras decenas de conflictos permanecen activos en todo el planeta, La Noche Temática nos acerca a las guerras desde una doble perspectiva: la mirada de los periodistas que las cubren y la progresiva robotización de los conflictos.
«El ser humano es un animal muy peligroso y el reportero de guerra lo sabe mejor que nadie». Estas palabras de Arturo Pérez Reverte encabezan los afiches de Los ojos de la guerra, un documental que, estrenado en la SEMINCI de Valladolid, ha sido proyectado en festivales a lo largo y ancho del planeta. «Los ojos de la guerra» es un alegato en defensa de los derechos humanos y la denuncia de su violación a través de la vida, la mirada y los testimonios de reporteros de guerra como Gervasio Sánchez,David Beriain, Sergio Caro, Hernán Zin y Mikel Ayestarán, que ahondando en los conflictos de los hombres y sus consecuencias, analizan y cuestionan la propia condición humana.
El documental nos lleva a diferentes escenarios: Afganistán, República Democrática del Congo, Ruanda, Kenia, Iraq, Bosnia-Herzegovina… y recoge entrevistas con algunos de los reporteros de guerra más prestigiosos: desde Arturo Pérez Reverte, Ramón Lobo, Javier Bauluz, José Luis Márquez a Jon Lee Anderson o Ahmed Rashid. Dirigido por Roberto Lozano, aborda aspectos como la importancia de la prensa local, el impacto de la guerra en las víctimas, la forma de tratarlas que deben tener los periodistas y el riesgo que corren los reporteros de guerra.
Gervasio Sánchez: “Cuando llevas más de una década trabajando en zona de conflicto, que era mi caso a mediados de los 90 se produce una circunstancia de cansancio de ir de una guerra a otra sin pensar en que pasa antes y después, incluso de sentirme manipulado. Entonces hubo un momento en mi vida que decidí buscar historias de posguerraque permitiera pensar que los seres humanos no son números ni marionetas sino que algunas personas han tenido la mala suerte de que la guerra se cruzase en sus caminos y ha destruido todos sus sueños”.
Mikel Ayestarán: “La prensa local de los lugares en guerra es fundamental para cubrir una información, sin ella muchas zonas del mundo estarían absolutamente a oscuras informativamente hablando. Por ejemplo, más del 92% de los periodistas en Iraq eran iraquíes. La inmensa mayoría de los periodistas que han muerto en los últimos 7 u 8 años son locales”.
El Predator puede seguir a un objetivo durante más de un día sin aterrizar. Está dotado de cámaras ópticas y de rayos infrarrojos, así como de radar. Pueden ver a través de las nubes y en la oscuridad. La información captada por el dron se transmite a la cadena de mando desde el Pentágono a las tropas de tierra. Los drones están armados con misiles Hellfire. A veces solo observan, y a veces matan. Los robots terrestres tienen que moverse en un medio más complicado, pero con los últimos avances en detección y esquiva de obstáculos, cada vez están más cerca de sus homólogos aéreos.
El avispero afgano (8) Regreso al pasado en Afganistán
Durante 16 años continúe guardando todo lo que caía en mis manos sobre Afganistán. Varias veces me planteé viajar a cubrir aquella guerra que protagonizaban combatientes islámicos y soldados soviéticos pertenecientes al segundo ejército más poderoso del mundo. Pero los planes siempre se frustraron unas veces por h y otras por b.
Cuando en 1996 empecé a trabajar sobre el impacto de las minas antipersonas contra los civiles el primer país que puse en la lista fue Afganistán. Todavía recuerdo las caras de los trabajadores franceses de Médicos sin Fronteras, en cuya casa de Kabul me alojé, cuando una tarde saqué decenas de carpetas llenas de recortes que el tiempo había amarillado.
Empecé a preparar unas fichas con la intención de ordenar un caudal de información que me sobrepasaba. Había quedado con Heraldo de Aragón en que empezaría a mandar crónicas al poco de llegar, pero me di cuenta de que era una opción errónea. Conseguí hablar con la redacción un par de veces y les pedí paciencia.“Ni estando aquí soy capaz de entender la complejidad de este país”, les explicaba.
Después de tres semanas intensas empecé a escribir un serial, una práctica que ya ha desaparecido de los diarios (como también el periodismo de investigación). Heraldo de Aragón había utilizado este formato en Internacional en los años sesenta y setenta. Guardo como oro en paño un serial escrito por Vicente Talón sobre Colombia de once capítulos publicado en julio y agosto de 1965 que me sirvió hace pocos años para entender mucho mejor ese conflicto eterno.
Mi serial se titulaba la crisis afgana y fue publicado a finales de agosto de 1996. Además, las páginas del cuadernillo Hoy Domingo del 1 de septiembre se abría con un reportaje titulado Kabul, el dolor perpetuo. Pero no conseguí que otros medios se interesasen por mis reportajes. Tuve varias discusiones con los responsables de la SER. “No hay espacio para Afganistán”, me dijeron. Ni siquiera era posible hablar de la tragedia afgana en agosto cuando los políticos descansan del acoso a que nos someten a los ciudadanos.
Menos de un mes después de mi regreso a casa los talibanes ocuparon Kabul sin disparar un tiro. Empezaron a llamarme de todas partes para preguntarme mi opinión. Recuerdo a tertulianos hablando como expertos cuando a mí me había costado un viaje de un mes, miles de lecturas y decenas de entrevistas enterarme de lo mínimo para no hacer el ridículo a la hora de escribir. Siempre me ha impresionado la impostura de las personas que hablan de un tema sin conocerlo.
Pongan ustedes la fecha 10 de septiembre de 2001 como tope e intenten buscar información sobre Afganistán en cualquier diario o google. Pueden retroceder más de una década hasta el 15 de febrero de 1989 cuando el último soldado ruso abandonó Afganistán y Estados Unidos se desinteresó por el país destrozado por la guerra y con el presente hipotecado. Apenas encontrarán información. Poco o casi nada sobre la guerra civil de los noventa. Poco o nada sobre el avance de los talibanes. Algo sobre la toma de Kabul. Silencio durante años. De nuevo noticia a partir de la destrucción de los budas de Bamiyan. Los políticos, los diplomáticos y los periodistas formaron una entente para enterrar a Afganistán bajo un manto de silencio.
Ahora pongan 11 de septiembre de 2001 y avancen un día, una semana, un mes, un año, una década. Millones de artículos y reportajes, centenares de libros. Todo periodista que quiera destacar tiene que asegurarse una estancia en Afganistán aunque sea de unos pocos días. Afganistán parece, a veces, una película de buenos y malos con actores principales extranjeros, algunos secundarios locales vinculados a los crímenes de guerra o el narcotráfico, la ONU incapaz de poner orden. ¿Y los afganos? Olvidados por todos, golpeados por todos, pisoteados por todos.
En octubre de 2001 realicé un viaje apasionante durante varios días por el noreste del país. Utilizamos carreteras inservibles que nos permitía avanzar cinco kilómetros a la hora. Una distancia de 250 kilómetros la conseguimos hacer en cuatro días. Un día en Joya-Bajoudin, en la misma casa donde mataron al comandante y criminal de guerra Ahmed Massoud dos días antes de los atentados de las Torres Gemelas, aposté una cena con mis compañeros de viaje. El acuerdo fue claro: invitaba yo si veíamos una sola mujer sin burka en la zona custodiada por la antitalibán Alianza del Norte. Antes les había intentando convencer de que los grupos antitalibanes eran tan intransigentes con las mujeres como los talibanes. No me creyeron pero gané la cena.
Vocabulario Fundamental. Periodista (15) Enrique Meneses, periodismo en vena
RTVE.es 12.01.2013
El 6 de enero de 2013 nos dejaba para siempre Enrique Meneses, uno de esos periodistas para quienes el periodismo más que profesión fue una forma de vida. RTVE, empresa a la que estuvo ligado durante décadas, le rinde tributo con el estreno del documental «Oxígeno para vivir», un relato de su vida cotidiana a lo largo un año; y a la vez un relato fascinante sobre el pasado y futuro de la profesión. Coproducido por TVE, este documental es un viaje por la historia, el periodismo y los hechos que han marcado las últimas décadas, a través del relato de un periodista que no quería dejar de serlo.
Oxígeno para vivir
Meneses dependía de una máquina de oxígeno para respirar debido a un enfisema pulmonar, pero nunca abandonó la profesión. Fue fotógrafo, reportero, cámara, columnista y, en los últimos años, un bloguero de referencia capaz de conectar con una nueva generación de periodistas en la era digital.
Este encuentro fue decisivo para que en abril de 2012 se estrenara una lección de periodismo en 70 minutos: Oxígeno para vivir, un trabajo cuyo título no se refiere al oxígeno que Meneses tenía prescrito por su enfermedad, sino al aliento que le daba todos los días seguir activo y conectado a la información, algo que necesitaba como el aire que respiraba.
En el documental aparecen algunos de sus amigos como Manu Leguineche, el decano de los grandes corresponsales de guerra de este país, el director de cine Gerardo Olivares, que empezó su carrera como periodista junto a Meneses, el fotoperiodista Gervasio Sánchez, con el que coincidió en la guerra de Sarajevo, Rosa Jiménez Cano, periodista de El País, Rosa María Calaf, amiga y corresponsal de TVE durante muchos años, y su hija Bárbara Meneses.
En las venas, tinta de imprenta
En el trailer de Oxígeno para vivir Enrique Meneses afirma no poder vivir sin escribir. Confiesa haberlo hecho todos los días desde los 15 ó 16 años. «Yo siempre he dicho que no tenía sangre en la venas, que tenía tinta de imprenta. Mezclada con un poquillo de whisky…» En sus últimos años, a la tinta de imprenta se sumó un buen puñado de bits: a través de su blog, de Twitter o Flickr se convirtió en referente para una nueva generación de periodistas.
Pionero del reporterismo aventurero de los años 50, supo adaptarse a los nuevos tiempos y convirtió internet en su ventana al mundo. Pasaba de ocho a diez horas delante del ordenador. «Tengo al mundo ahí – afirma en uno de los fragmentos del documental-. Para qué quiero otra cosa…Si cuando salgo a la calle, para llegar ahí al lado tengo que hacer dos escalas…»
Su trayectoria en RTVE
Meneses debutó en 1947 con un reportaje sobre la muerte de Manolete. Siete años después marchó a trabajar a Egipto, donde en 1956 cubrió la segunda guerra árabe-israelí para la revista París Match. En 1957 viajó a Cuba, donde vivió varios meses con los revolucionarios alzados en armas en la sierra Maestra: allí estaban Fidel Castro, su hermano Raúl y el che Guevara. Un reportaje suyo sobre Cuba, publicado por el París Match le dio fama internacional. Años después ejerció como corresponsal en India y Oriente Medio para la misma revista francesa.
Enrique Meneses estuvo ligado durante décadas a RTVE. Entre 1964 y 1965 dirigió el espacio ‘A toda plana’ en TVE, donde volvió a trabajar entre 1973 y 1976 en ‘Los reporteros’. En 1982 dirigió el programa ‘Los aventureros’ de RNE, y en 1984 realizó para TVE la serie ‘Robinson en África’. En 2010 recibió en su casa a un equipo de RTVE.es, para rememorar su trayectoria. El nacimiento de su vocación, su concepto del periodismo y los momentos más determinantes de su carrera están recogidos en el especial Reporteros de la historia de TVE. Enrique no concebía el periodismo sin un sentido de la aventura. «La aventura es una manera de ponerte tú mismo delante de los obstáculos para tener el placer de vencerlos».
Vocabulario Fundamental. Maldad (4) La banalidad del mal en Bosnia
El libro de Drakulic es una galería de horrores: asesinatos, violaciones en masa, ejecuciones (un tipo que acaba con una ampolla en el dedo de tanto apretar el gatillo es uno de sus protagonistas), es un resumen certero de las atrocidades que se cometieron en el corazón de Europa. Sus protagonistas son tipos corrientes que, en medio de la guerra, se convierten en monstruos. Pero falta la respuesta a la pregunta clave: ¿Por qué? ¿Qué lleva a seres ordinarios a convertirse en asesinos? Hay algo en el horror que resulta, afortunadamente, imposible de comprender.
Perdonen que introduzca un elemento personal: he viajado a menudo por los Balcanes, primero como turista (visité Yugoslavia cuando todavía era un solo país en 1989) y luego como periodista. Aunque no cubrí las guerras de Croacia, Bosnia o Kosovo, sí me he pateado esos tres países en los últimos años y he recorrido también Eslovenia (la primera república que se independizó, que forma parte de la UE desde 2004 y ha adoptado el euro) y Serbia, un país con el que además tengo una gran conexión personal porque mi amigo de la infancia es de origen serbio. He hablado con víctimas de todas las etnias. Nunca olvidaré una tarde en una humilde casa de las colinas de Sarajevo con un grupo de mujeres que habían sido víctimas de una violencia imposible de imaginar (no hablamos de ello, pero no hacía falta: sus miradas lo decían todo).
He visto los cuerpos, recién rescatados de una fosa común, con las manos atadas todavía con alambre y un tiro en la cabeza, y he sentido el hedor del depósito de cadáveres de Tuzla, que alberga las víctimas sin identificar de Srebrenica. Pero también me he reído, he bebido aguardiente a todas las horas del día (y de la noche, pero eso tiene menos mérito), sorbido el café turco (que tiene un nombre diferente en cada país) y comido los indigestos cevapcici. Es un lugar del mundo que añoro, al que siempre me gusta volver, lleno de personas maravillosas, acogedoras, divertidas, francas, abiertas. Y sin embargo, uno siente las heridas en casi todas partes, demasiadas ciudades están cargadas de dolor. Como Foca, una localidad del este de Bosnia, donde los milicianos serbios ubicaron los primeros burdeles para esclavas sexuales. Es uno de los sitios más tristes y terribles que he visitado. La ausencia de los miles de musulmanes asesinados se siente en cada rincón. Pero, por mucho que uno recorra los Balcanes, por mucho que conozca su historia de odios y diferencias religiosas azuzadas por el poder, es imposible entender cómo pudo ocurrir aquello, cómo pudieron cometerse tantas atrocidades (en el fondo, es una pregunta que vale para cualquier guerra civil).
Foca es una ciudad del Este de Bosnia, una zona que fue arrasada por las milicias y el Ejército serbios desde el principio de la guerra. El río que recorre aquella región da nombre a una obra maestra escrita en una lengua que ya no existe pero que todos entienden, el yugoslavo (una de las muchas paradojas que ha dejado aquel país con su desaparición): Un puente sobre el Drina, del premio Nobel Ivo Andric, una novela que también permite entender muchas cosas.
Decenas de miles de civiles que huían de las matanzas buscaron refugio en las ciudades que todavía estaban bajo el control de los musulmanes, como Srebrenica, Zepa y Goradze, que luego fueron declaradas zonas seguras por la ONU (una protección que, a la postre, no sirvió para nada y se convirtió en un símbolo de la impotencia de la comunidad internacional para frenar el genocidio). Uno de aquellos refugiados era un adolescente bosnio que escapó junto a su familia, Emir Suljagic, que sobrevivió a la peor matanza en Europa desde la II Guerra Mundial, en la que fueron fusilados 8.000 varones bosniomusulmanes por orden de Mladic, el jefe militar de los serbios de Bosnia, y Radovan Karadzic, el responsable político de los asesinos. Ambos están encarcelados en La Haya.
El libro de Suljagic es un viaje a la cotidianeidad de la guerra, es una obra en la que hay víctimas y verdugos, pero no buenos y malos, es un libro lleno de matices, de momentos inolvidables, casi siempre terribles aunque también divertidos (para poder ver los partidos del mundial de Estados Unidos de 1994 varios habitantes de Srebrenica se turnaban para pedalear en una bicicleta estática con la dinamo conectada a una tele, mientras los morteros de la artillería serbia volaban sobre ellos). «No sabemos nada de estas personas, que no fueron ni más ni menos maravillosas que otras, ni mejores, ni peores. Fueron maravillosas en la medida en que fueron humanas. Y en la medida en que yo las conocía», escribe Suljagic sobre las víctimas. Entre ellas, están muchos de sus familiares cercanos.
Suljagic y Drakulic dan vueltas sobre los mismos temas, se plantean las mismas preguntas. Y ambos transportan a los lectores a un lugar que nunca debería haber existido: el horror. De mis muchos recuerdos de aquella zona del mundo hay uno que me divierte especialmente. En un bar de Liubliana, la elegante capital de Eslovenia, un país que rechaza con obstinación su pasado yugoslavo, decenas de jóvenes bailaban a todo volumen canciones de Bijelo Dugme, un grupo de rock de los años setenta y ochenta que simboliza la yugonostalgia, la añoranza de aquel gran país que se rompió en medio de la barbarie. Ojalá nunca tengan que volver a enfrentarse a los dilemas que describen estos dos magníficos libros, ojalá el pasado que acabe por pesar de verdad sea el que encarna aquel grupo de Goran Bregovic.
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El autor de las fotografías que ilustran este texto es el reportero Gervasio Sánchez. La primera y la última corresponden a un funeral de víctimas de Srbrenica en Potoçari (11 de julio de 2010), la segunda al depósito de cadáveres de bosnios asesinados en aquella ciudad en Tuzla (octubre de 2008). Las imágenes pertenecen al proyecto Desaparecidos, cuyos libros han sido publicados por la editorial Blume.
El avispero afgano (4) Sólo queremos Islam
Testigo de excepción de los cambios allí acaecidos recuerda que nadie se quejó cuando los talibanes llegaron al poder e instauraron la paz en un país devastado. «La población prefiere el terror talibán a las bombas occidentales». Además el poder de facto sigue siendo talibán «y las autoridades tienen que aceptarlo para evitar la muerte», apostilla. Pero la población está agotada. «La mayoría de los afganos viven en la pobreza absoluta cobrando salarios miserables de dos dólares al día. No tienen ni para comer mínimamente». Pero la hartura del pueblo no viene solo de la pobreza en la que vive ni de la situación de las mujeres. «El afgano mayor de 30 años no sabe lo que es un país en paz. Muchos afganos han nacido y van a morir en plena guerra».
O sea, el peor de los escenarios posibles, si esa es la democracia que les mostramos no es extraño que cobren más fuerza los que esperan sumergir definitivamente a Afganistán en una edad de oscuridad y fanatismo, los que no quieren ni globos de colores por las calles de Kabul ni cometas en su cielo, los que quieren sólo Islam.
Fotos: Big Picture
El avispero afgano (3) Un país hundido que decide su futuro
Un país sumido en la corrupción generalizada, con una economía sostenida artificialmente por la ayuda internacional, sin infraestructuras sanitarias, industriales, agrícolas y ganaderas propias y de relevancia (salvo el opio, claro), con amplias capas de población que ven mediatizadas sus vidas por el fanatismo religioso, la escasez de alimentos, el analfabetismo y el trauma de la guerra perpetua.
La vida del 20% de los niños se detiene antes de cumplir los cinco años de vidaEl 57% de las niñas se casan antes de cumplir los 16 años Cinco millones de niños y niñas no han ido nunca a la escuela.