Vocabulario Fundamental. Periodista (28) Gervasio Sánchez, la memoria de las víctimas

El pasado 24 de abril pudimos asistir al preestreno de este documental del programa Imprescindibles en la Cineteca de Matadero que contó con la presencia del propio periodista, así como de Carmelo Gómez (con el que preparó el rodaje de Territorio Comanche) y los realizadores del programa. Estaba Gervasio (que tiene hasta etiqueta en nuestro blog) contento, con la sonrisa en la boca, feliz de ver tanta gente y supongo que porque aún le dura la alegría de la liberación de los dos periodistas españoles a cuyas familias representaba. Fue un placer poder saludarle y escucharle hablar de algunas de las historias que han compuesto su trabajo periodístico y cómo su implicación emocional con la gente que ha ido encontrando ha marcado su propia vida. Gervasio Sánchez, grande de España. 



El fotógrafo Gervasio Sánchez, testigo de la guerra


No se cansa de repetir: «La gran tragedia de la humanidad es la guerra» Los protagonistas de sus fotografías son las víctimas de los conflictos bélicos Uno de los fotoperiodistas más inconformistas y contestatarios del periodismo 

Escoger una historia entre todos los relatos humanos de Gervasio era para nosotros una tarea difícil. Escoger una historia que nos permitiera contar la suya, solo podía hacerse de una manera, que fuera de su elección. Gervasio siempre piensa en Bosnia y en Adis Smajic. El documental de Imprescindibles sobre el fotoperiodista Gervasio Sánchez viaja a Sarajevo para seguir documentando con él los pasos en la vida de Adis Smajic, herido por una mina anti persona cuando solo tenía trece años. Ahora tiene treinta y dos y la vida le sorprende con un gran cambio, por ese motivo Gervasio quiere estar a su lado. 

Aprender de los maestros


Curtido en las guerras latinoamericanas de los años ochenta, tuvo la suerte de coincidir, sobre el terreno, con los grandes tótems del periodismo. De ellos aprendió qué contar y cómo mirar.Convivir durante tres años con la población civil del cerco de Sarajevo en la cobertura de los Balcanes, le cambia la forma de abordar el periodismo, decide contar historias, elaborar un trabajo fotográfico documental, pausado, reflexivo, que le permita volver a los lugares destruidos por la guerra para mostrar al mundo cuales son las consecuencias de un conflicto. De ahí surge uno de sus trabajos fotoperiodísticos más emblemáticos: “Vidas Minadas”, que documenta la devastación que producen las minas antipersona sobre la población civil, sobre todo en niños. 

Lo hace en diez países del mundo, durante casi veinte años.


Incansable al desaliento 

Hemos acompañado a Gervasio por diferentes lugares geográficos sorprendidos de su frenética actividad, trabaja casi las 24 horas del día, es incansable al desaliento. En Zaragoza hemos podido compartir su entorno familiar con su mujer Choco y su hijo Diego. Las voces de los periodistas del Heraldo de Aragón nos cuentan sus inicios en el periodismo. Hemos compartido un taller de fotoperiodismo en Burgos para entender cómo traslada a las nuevas generaciones el sentido de la profesión. 

“Si tú no estás dispuesto a sentir el dolor de las victimas en tu interior, no vas a poder trasmitir con decencia ¡Decencia! es un concepto que articula todo nuestro trabajo» Esta frase que parece sacada de un manual de estilo, es la que repite Gervasio a cualquier alumno de sus múltiples cursos, para que no se olviden que antes que periodistas, son personas. 

En Barcelona la fotoperiodista Sandra Balsells, comisaria de sus últimas exposiciones y Leopoldo Blume, su editor, nos acercan al Gervasio incansable sobre el terreno, que tiene las cosas muy claras, que sabe el camino a seguir. En Madrid, Chema Caballero y el actor Carmelo Gómez, los periodistas Ramón Lobo, Alfonso Armada, Mónica Bernabé e Iñaki Gabilondo nos descubren el lado más personal del profesional.

Mónica Bernabé nos cuenta su impresión sobre nuestro protagonista: “La primera imagen de Gervasio es así como loco, es muy nervioso, iba corriendo ¿este es Gervasio, el dios del periodismo?” Y el periodista Alfonso Armada añade: “Gervasio es muy tenaz y muy osado, a veces me ha dado miedo porque se enfrenta con tanta pasión a las cosas, que esa dosis si no la mides bien…”

Los protagonistas de las fotografías de Gervasio son las víctimas de los conflictos bélicos, las mismas que intenta rescatar del infierno vivido. Nos recuerda que la memoria es necesaria para perdonar lo que no se puede olvidar.

Los niños soldado 

Sierra Leona fue un gran reto periodístico para Gervasio. Cómo analizar el conflicto, cómo entender las atrocidades que estaban cometiendo los niños soldados, cómo decir a la sociedad y al mundo que no eran verdugos sino víctimas, raptados de sus familias y adiestrados para matar. Chema Caballero dirigió durante años el programa de rehabilitación de niños soldados en Sierra Leona, le abrió las puertas a Gervasio para que pudiera contar sus historias. Sus fotografías muestran a niños sosteniendo un arma casi más grande que ellos pero, si somos capaces de entender el infierno por el que han pasado, es por su mirada… 

“Yo siempre he tenido mucho miedo a los periodistas que llegaban al centro de menores soldados, porque es gente que venía buscando la carnaza, cuántas veces te han violado, cuántos niños has matado… Y Gervasio eso nunca lo hacía, él iba contando historias”, nos dice Chema Caballero.

La experiencia del dolor 


El actor Carmelo Gómez comparte con nosotros la amistad que surgió a raíz del rodaje de la película “Territorio Comanche” en Sarajevo, meses después de finalizar la guerra de Bosnia y lo mucho que le impresionó su actitud personal ante las víctimas: “Yo creo que la grandeza de este fotógrafo llamado Gervasio es que en sus fotos hay la emoción de la experiencia vital sobre la guerra y sobre el conocimiento del dolor”

Este documental deja espacio al verbo de Gervasio que no se cansa de repetir que la gran tragedia de la humanidad es la guerra. En la actualidad su trabajo lo desarrolla entre Afganistán, Irak, Bosnia y Colombia. Es el portavoz de las familias de los dos periodistas secuestrados en Siria, no solo por la relación de amistad que les une, sino también porque sabe que el secuestro es la mejor arma del silencio informativo.

Vocabulario Fundamental. Puta guerra (17) Un mundo en guerra

Re-publicamos los dos documentales del programa de La Noche Temática titulado «Un mundo en guerra» emitido hace un par de semanas. El primero, «Los ojos de la guerra», es un conmovedor testimonio de algunos de los grandes reporteros de nuestro país sobre los conflictos armados que han vivido a lo largo de su carrera. Periodistas de guerra retirados o aún en activo como Hernán Zin, Mikel Ayestarán, Arturo Pérez Reverte, Ramón Lobo, Enrique Meneses, el paquistaní Ahmed Rashid, el norteamericano Jon Lee Anderson (autor de libros magníficos como «La caída de Bagdad» o «La herencia colonial y otras maldiciones») o el gran Gervasio Sánchez hablan sobre las guerras que han cubierto y los terribles hechos y claroscuros de la condición humana que éstas les han mostrado. Un documental magnífico, muy Bean-recomendable. 

Si el anterior reportaje toca la parte más emocional y humana de los desastres de la guerra, el segundo de los documentales ofrecidos por La Noche Temática, «Guerra por control remoto», es una producción canadiense que aborda el revolución tecnológica que ha supuesto en la última década la eclosión y auge de los drones como arma letal a gran distancia así como la creación de nuevos robots combatientes que minimizarán la participación de los soldados en algunas de las tareas más arriesgadas de los campos de batalla. Los robots desarrollados para fines bélicos se acercan cada vez más a la forma de pensar y de actuar de los humanos pero cada avance genera un conflicto en relación a la responsabilidad y la ética. En fin, con ellos les dejamos. Puta guerra. 
La Noche Temática – Un mundo en guerra

RTVE.es 23.03.2013

Cuando se cumplen diez años del inicio de la guerra de Irak, y mientras decenas de conflictos permanecen activos en todo el planeta, La Noche Temática nos acerca a las guerras desde una doble perspectiva: la mirada de los periodistas que las cubren y la progresiva robotización de los conflictos.


“Los ojos de la guerra”

«El ser humano es un animal muy peligroso y el reportero de guerra lo sabe mejor que nadie». Estas palabras de Arturo Pérez Reverte encabezan los afiches de Los ojos de la guerra, un documental que, estrenado en la SEMINCI de Valladolid, ha sido proyectado en festivales a lo largo y ancho del planeta. «Los ojos de la guerra» es un alegato en defensa de los derechos humanos y la denuncia de su violación a través de la vida, la mirada y los testimonios de reporteros de guerra como Gervasio Sánchez,David Beriain, Sergio Caro, Hernán Zin y Mikel Ayestarán, que ahondando en los conflictos de los hombres y sus consecuencias, analizan y cuestionan la propia condición humana.


El documental nos lleva a diferentes escenarios: Afganistán, República Democrática del Congo, Ruanda, Kenia, Iraq, Bosnia-Herzegovina… y recoge entrevistas con algunos de los reporteros de guerra más prestigiosos: desde Arturo Pérez Reverte, Ramón Lobo, Javier Bauluz, José Luis Márquez a Jon Lee Anderson o Ahmed Rashid. Dirigido por Roberto Lozano, aborda aspectos como la importancia de la prensa local, el impacto de la guerra en las víctimas, la forma de tratarlas que deben tener los periodistas y el riesgo que corren los reporteros de guerra. 

Gervasio Sánchez: “Cuando llevas más de una década trabajando en zona de conflicto, que era mi caso a mediados de los 90 se produce una circunstancia de cansancio de ir de una guerra a otra sin pensar en que pasa antes y después, incluso de sentirme manipulado. Entonces hubo un momento en mi vida que decidí buscar historias de posguerraque permitiera pensar que los seres humanos no son números ni marionetas sino que algunas personas han tenido la mala suerte de que la guerra se cruzase en sus caminos y ha destruido todos sus sueños”.

Mikel Ayestarán: “La prensa local de los lugares en guerra es fundamental para cubrir una información, sin ella muchas zonas del mundo estarían absolutamente a oscuras informativamente hablando. Por ejemplo, más del 92% de los periodistas en Iraq eran iraquíes. La inmensa mayoría de los periodistas que han muerto en los últimos 7 u 8 años son locales”. 

Con su trabajo nos acercan a los conflictos armados y sus consecuencias. Son los ojos de la guerra.


2. Guerra por control remoto

La guerra ha sufrido una gran revolución. Hay países que tiene ventaja en los avances tecnológicos, pero el problema es que un avión no tripulado capturado por el enemigo puede ser replicado en meses. Muypronto todas las partes tendrán acceso a las armas de control remoto. ¿Los robots serán los terroristas suicidas del futuro? La guerra robotizada está aquí. Lo que se desconoce es cómo va a afectar este cambio a la guerra, y la humanidad.

En Afganistán hay vehículos aéreos no tripulados, o UAV, listos para despegar desde una base aérea segura en Afganistán. Los drones Predator y Reaper despegan automáticamente y están conectados con sus operadores en la base de la Fuerza Aérea de Creech, en Nevada. El operador no pilota el dron, simplemente le indica dónde tiene que ir.

El Predator puede seguir a un objetivo durante más de un día sin aterrizar. Está dotado de cámaras ópticas y de rayos infrarrojos, así como de radar. Pueden ver a través de las nubes y en la oscuridad. La información captada por el dron se transmite a la cadena de mando desde el Pentágono a las tropas de tierra. Los drones están armados con misiles Hellfire. A veces solo observan, y a veces matan. Los robots terrestres tienen que moverse en un medio más complicado, pero con los últimos avances en detección y esquiva de obstáculos, cada vez están más cerca de sus homólogos aéreos.


El santo grial de la robótica militar es el sistema totalmente autónomo. Un robot que no necesite instrucciones humanas, equipado con visión nocturna y reconocimiento facial. Más rápido y fuerte que ningún soldado. Un ejército de estos robots sería invencible. ¿Pero qué ocurre cuando los robots autónomos matan? Los militares mantienen que la decisión final siempre la tomará un humano.

El avispero afgano (8) Regreso al pasado en Afganistán

Retomamos nuestra serie sobre Afganistán con el recuerdo de uno de los más grandes periodistas de nuestro país, Gervasio Sánchez, sobre su experiencia en el país asiático.  


Regreso al pasado en Afganistán


No cubrí la guerra de los ochenta en Afganistán porque entonces mi principal zona de trabajo era Centroamérica y sus conflictos accionados por la retórica de la Guerra Fría. Sí, en cambio, presté mucha atención a aquella guerra que empezó cuando estudiaba Primero de Periodismo. El primer recorte, que aún guardo, fue publicado por Mundo Diario, tiene fecha del 28 de diciembre de 1979 y se titula Golpe de Estado en Afganistán. Durante los tres meses siguientes almacené decenas de artículos con la intención de utilizarlos en un hipotético viaje al país asiático que me fascinaba. En noviembre de 1982 conocí en Egipto a un viajero canario que se encontraba en Kabul cuando se produjo la intervención soviética. Recuerdo que me contó con todo lujo de detalles cómo quedaron atrapados varios turistas en aquel país que parecía varado en la Edad Media.

Durante 16 años continúe guardando todo lo que caía en mis manos sobre Afganistán. Varias veces me planteé viajar a cubrir aquella guerra que protagonizaban combatientes islámicos y soldados soviéticos pertenecientes al segundo ejército más poderoso del mundo. Pero los planes siempre se frustraron unas veces por h y otras por b.

Cuando en 1996 empecé a trabajar sobre el impacto de las minas antipersonas contra los civiles el primer país que puse en la lista fue Afganistán. Todavía recuerdo las caras de los trabajadores franceses de Médicos sin Fronteras, en cuya casa de Kabul me alojé, cuando una tarde saqué decenas de carpetas llenas de recortes que el tiempo había amarillado.

Siempre he sido partidario de leer todo lo que sea posible antes de escribir una línea sobre un país que desconozco. Ese ideal se cumplió en la Kabul de agosto de 1996 sitiada por los talibanes y defendida por criminales de guerra que hoy siguen en el poder.

Empecé a preparar unas fichas con la intención de ordenar un caudal de información que me sobrepasaba. Había quedado con Heraldo de Aragón en que empezaría a mandar crónicas al poco de llegar, pero me di cuenta de que era una opción errónea. Conseguí hablar con la redacción un par de veces y les pedí paciencia.“Ni estando aquí soy capaz de entender la complejidad de este país”, les explicaba.

Una mujer mutilada por una mina en un hospital de Kabul. Fotografía de Gervasio Sánchez

Los talibanes bombardeaban la capital todos los días. Los muertos se acumulaban en los depósitos de cadáveres. La devastación era total. No creo que haya visto nunca una ciudad más destruida que la Kabul de 1996. La guerra civil entre grupos islámicos había convertido en ruinas una de las ciudades más bellas de Asia.

Después de tres semanas intensas empecé a escribir un serial, una práctica que ya ha desaparecido de los diarios (como también el periodismo de investigación). Heraldo de Aragón había utilizado este formato en Internacional en los años sesenta y setenta. Guardo como oro en paño un serial escrito por Vicente Talón sobre Colombia de once capítulos publicado en julio y agosto de 1965 que me sirvió hace pocos años para entender mucho mejor ese conflicto eterno.

Mi serial se titulaba la crisis afgana y fue publicado a finales de agosto de 1996. Además, las páginas del cuadernillo Hoy Domingo del 1 de septiembre se abría con un reportaje titulado Kabul, el dolor perpetuo. Pero no conseguí que otros medios se interesasen por mis reportajes. Tuve varias discusiones con los responsables de la SER. “No hay espacio para Afganistán”, me dijeron. Ni siquiera era posible hablar de la tragedia afgana en agosto cuando los políticos descansan del acoso a que nos someten a los ciudadanos.

Menos de un mes después de mi regreso a casa los talibanes ocuparon Kabul sin disparar un tiro. Empezaron a llamarme de todas partes para preguntarme mi opinión. Recuerdo a tertulianos hablando como expertos cuando a mí me había costado un viaje de un mes, miles de lecturas y decenas de entrevistas enterarme de lo mínimo para no hacer el ridículo a la hora de escribir. Siempre me ha impresionado la impostura de las personas que hablan de un tema sin conocerlo.

En junio de 1997 regresé otro mes a Afganistán. El totalitarismo asfixiaba a los afganos y las mujeres se habían convertidas en sombras fantasmales que eran apaleadas en las calles por adolescente imberbes porque se atrevían a salir solas de sus casas. No había compasión con las viudas que no podían ni trabajar ni mendigar. La delación se había convertido en parte inequívoca de la vida cotidiana regulada por el intransigente código talibán. Las fotografías estaban prohibidas. Había un solo corresponsal extranjero en todo el país que trabajaba para la agencia France Press.

Pongan ustedes la fecha 10 de septiembre de 2001 como tope e intenten buscar información sobre Afganistán en cualquier diario o google. Pueden retroceder más de una década hasta el 15 de febrero de 1989 cuando el último soldado ruso abandonó Afganistán y Estados Unidos se desinteresó por el país destrozado por la guerra y con el presente hipotecado. Apenas encontrarán información. Poco o casi nada sobre la guerra civil de los noventa. Poco o nada sobre el avance de los talibanes. Algo sobre la toma de Kabul. Silencio durante años. De nuevo noticia a partir de la destrucción de los budas de Bamiyan. Los políticos, los diplomáticos y los periodistas formaron una entente para enterrar a Afganistán bajo un manto de silencio.

Ahora pongan 11 de septiembre de 2001 y avancen un día, una semana, un mes, un año, una década. Millones de artículos y reportajes, centenares de libros. Todo periodista que quiera destacar tiene que asegurarse una estancia en Afganistán aunque sea de unos pocos días. Afganistán parece, a veces, una película de buenos y malos con actores principales extranjeros, algunos secundarios locales vinculados a los crímenes de guerra o el narcotráfico, la ONU incapaz de poner orden. ¿Y los afganos? Olvidados por todos, golpeados por todos, pisoteados por todos.

En octubre de 2001 realicé un viaje apasionante durante varios días por el noreste del país. Utilizamos carreteras inservibles que nos permitía avanzar cinco kilómetros a la hora. Una distancia de 250 kilómetros la conseguimos hacer en cuatro días. Un día en Joya-Bajoudin, en la misma casa donde mataron al comandante y criminal de guerra Ahmed Massoud dos días antes de los atentados de las Torres Gemelas, aposté una cena con mis compañeros de viaje. El acuerdo fue claro: invitaba yo si veíamos una sola mujer sin burka en la zona custodiada por la antitalibán Alianza del Norte. Antes les había intentando convencer de que los grupos antitalibanes eran tan intransigentes con las mujeres como los talibanes. No me creyeron pero gané la cena.

Vocabulario Fundamental. Periodista (15) Enrique Meneses, periodismo en vena

Hoy les ofrecemos una interesantísimo documental sobre la figura de Enrique Meneses uno de los grandes periodistas de nuestro país que falleció hace unos días en Madrid, un periodista de raza, de letra y tinta en vena que en los últimos años, ya en casa con sus pulmones enfermos, se había reconvertido a febril bloguero. En su larga y espectacular trayectoria Meneses recorrió África desde El Cairo a El Cabo, fumó habanos en la sierra con Fidel Castro, corrió por la avenida de los francotiradores de Sarajevo -donde se encontró con otro grande del periodismo de guerra, Gervasio Sánchez-, charló en francés con Farah Diba, la última emperatriz de Irán, y tuvo muchas otras experiencias llevado por su dinámica personalidad, un carácter que marcó su vida y su modo de entender el oficio. Una manera de ser que dejó postulada como un principio existencial en el décimo y último punto de su Decálogo del aventurero. Si eres un auténtico aventurero, sé fuerte con los fuertes y débil con los débiles. Y así, como decía Rudyard Kipling, te podrás llamar hombre.


TVE homenajea a Enrique Meneses con el estreno del documental «Oxígeno para vivir»

RTVE.es 12.01.2013

El 6 de enero de 2013 nos dejaba para siempre Enrique Meneses, uno de esos periodistas para quienes el periodismo más que profesión fue una forma de vida. RTVE, empresa a la que estuvo ligado durante décadas, le rinde tributo con el estreno del documental «Oxígeno para vivir», un relato de su vida cotidiana a lo largo un año; y a la vez un relato fascinante sobre el pasado y futuro de la profesión. Coproducido por TVE, este documental es un viaje por la historia, el periodismo y los hechos que han marcado las últimas décadas, a través del relato de un periodista que no quería dejar de serlo.

Oxígeno para vivir


Meneses dependía de una máquina de oxígeno para respirar debido a un enfisema pulmonar, pero nunca abandonó la profesión. Fue fotógrafo, reportero, cámara, columnista y, en los últimos años, un bloguero de referencia capaz de conectar con una nueva generación de periodistas en la era digital.

Oxígeno para vivir es una idea original de Georgina Cisquella que se encontró por primera vez con Enrique en 2008, rodando un reportaje para el programa Cámara Abierta 2.0.

Este encuentro fue decisivo para que en abril de 2012 se estrenara una lección de periodismo en 70 minutos: Oxígeno para vivir, un trabajo cuyo título no se refiere al oxígeno que Meneses tenía prescrito por su enfermedad, sino al aliento que le daba todos los días seguir activo y conectado a la información, algo que necesitaba como el aire que respiraba.

En el documental aparecen algunos de sus amigos como Manu Leguineche, el decano de los grandes corresponsales de guerra de este país, el director de cine Gerardo Olivares, que empezó su carrera como periodista junto a Meneses, el fotoperiodista Gervasio Sánchez, con el que coincidió en la guerra de Sarajevo, Rosa Jiménez Cano, periodista de El País, Rosa María Calaf, amiga y corresponsal de TVE durante muchos años, y su hija Bárbara Meneses.

En las venas, tinta de imprenta

En el trailer de Oxígeno para vivir Enrique Meneses afirma no poder vivir sin escribir. Confiesa haberlo hecho todos los días desde los 15 ó 16 años. «Yo siempre he dicho que no tenía sangre en la venas, que tenía tinta de imprenta. Mezclada con un poquillo de whisky…» En sus últimos años, a la tinta de imprenta se sumó un buen puñado de bits: a través de su blog, de Twitter o Flickr se convirtió en referente para una nueva generación de periodistas.

Pionero del reporterismo aventurero de los años 50, supo adaptarse a los nuevos tiempos y convirtió internet en su ventana al mundo. Pasaba de ocho a diez horas delante del ordenador. «Tengo al mundo ahí – afirma en uno de los fragmentos del documental-. Para qué quiero otra cosa…Si cuando salgo a la calle, para llegar ahí al lado tengo que hacer dos escalas…»

Su trayectoria en RTVE

Meneses debutó en 1947 con un reportaje sobre la muerte de Manolete. Siete años después marchó a trabajar a Egipto, donde en 1956 cubrió la segunda guerra árabe-israelí para la revista París Match. En 1957 viajó a Cuba, donde vivió varios meses con los revolucionarios alzados en armas en la sierra Maestra: allí estaban Fidel Castro, su hermano Raúl y el che Guevara. Un reportaje suyo sobre Cuba, publicado por el París Match le dio fama internacional. Años después ejerció como corresponsal en India y Oriente Medio para la misma revista francesa.

Enrique Meneses estuvo ligado durante décadas a RTVE. Entre 1964 y 1965 dirigió el espacio ‘A toda plana’ en TVE, donde volvió a trabajar entre 1973 y 1976 en ‘Los reporteros’. En 1982 dirigió el programa ‘Los aventureros’ de RNE, y en 1984 realizó para TVE la serie ‘Robinson en África’. En 2010 recibió en su casa a un equipo de RTVE.es, para rememorar su trayectoria. El nacimiento de su vocación, su concepto del periodismo y los momentos más determinantes de su carrera están recogidos en el especial Reporteros de la historia de TVE. Enrique no concebía el periodismo sin un sentido de la aventura. «La aventura es una manera de ponerte tú mismo delante de los obstáculos para tener el placer de vencerlos».



Vocabulario Fundamental. Maldad (4) La banalidad del mal en Bosnia

La banalidad del mal en Bosnia

Guillermo Altares blog Papeles perdidos El País 13/06/2011

Pensar que los asesinos son monstruos nos tranquiliza, frena nuestro miedo ante el horror. La imagen de Ratko Mladic ante el tribunal de La Haya, enfermo pero desafiante, con su gorra y su saludo militar, burlándose de las víctimas mientras decía «Me hacen acusaciones repugnantes» es la de un monstruo. Pero la mayoría de los asesinos de las guerras de los Balcanes, los autores de las peores atrocidades, fueron personas normales y corrientes. Y las víctimas también lo fueron. Uno de los mejores libros sobre las guerras que arrasaron la antigua Yugoslavia a principios de los años noventa, trata precisamente de eso, de cómo seres ordinarios se transforman en asesinos de masas. «Cuanto más comprendes que los criminales de guerra podrían ser personas normales más miedo sientes», escribe Slavenka Drakulic en su extraordinario ensayo No matarían una mosca (Global Rhythm, con prólogo y traducción de la balcanóloga Isabel Nuñez). «Por supuesto, esto se debe a que las consecuencias son mucho más graves que si se tratara de monstruos. Si la gente normal comete crímenes de guerra, eso significa que cualquier de nosotros podría cometerlos». Otro gran libro sobre Bosnia, Postales desde la tumba (Galaxia Gutenberg), de Emir Suljagic, un joven superviviente de Srebrenica, también relata la normalidad de la guerra, la banalidad que une a víctimas y verdugos. Les separa la dignidad, la capacidad para decidir entre lo bueno y lo malo. Son dos libros muy importantes, a los que, ahora que ha sido capturado el asesino Mladic, conviene regresar.

Drakulic es una escritora croata, que vive fuera de su país, autora de dos estupendas novelas que publicó Anagrama en 2001, El sabor de un hombre y Como si yo no estuviera. No matarían una mosca recoge retratos de criminales de guerra, que la autora trazó durante su cobertura de varios juicios en el Tribunal de La Haya. El título viene de una frase del clásico entre los clásicos sobre los procesos al nazismo, Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt: «Cuando su trabajo le lleva a asesinar a alguien no se considera un asesino, ya que no lo ha hecho por inclinación personal, sino a título profesional. Por pura pasión, él no mataría una mosca». Lo primero que hay que decir de Drakulic es que, entre su madre y la justicia, elige la justicia. Con esto quiero decir que no es nada nacionalista y que los primeros asesinos de los que habla son croatas. Su libro es una reflexión sobre la humanidad (nos guste o no, la guerra, como el lenguaje, es una de las cosas que nos convierte en humanos, que nos separa de los animales), sobre sus rincones más oscuros y siniestros, sin importarle las nacionalidades. Aunque la mayoría de los crímenes los cometieron los serbios, que fueron los que empezaron las guerras en Croacia, Bosnia y Kosovo, ninguna de las etnias es totalmente inocente.

El libro de Drakulic es una galería de horrores: asesinatos, violaciones en masa, ejecuciones (un tipo que acaba con una ampolla en el dedo de tanto apretar el gatillo es uno de sus protagonistas), es un resumen certero de las atrocidades que se cometieron en el corazón de Europa. Sus protagonistas son tipos corrientes que, en medio de la guerra, se convierten en monstruos. Pero falta la respuesta a la pregunta clave: ¿Por qué? ¿Qué lleva a seres ordinarios a convertirse en asesinos? Hay algo en el horror que resulta, afortunadamente, imposible de comprender.

Perdonen que introduzca un elemento personal: he viajado a menudo por los Balcanes, primero como turista (visité Yugoslavia cuando todavía era un solo país en 1989) y luego como periodista. Aunque no cubrí las guerras de Croacia, Bosnia o Kosovo, sí me he pateado esos tres países en los últimos años y he recorrido también Eslovenia (la primera república que se independizó, que forma parte de la UE desde 2004 y ha adoptado el euro) y Serbia, un país con el que además tengo una gran conexión personal porque mi amigo de la infancia es de origen serbio. He hablado con víctimas de todas las etnias. Nunca olvidaré una tarde en una humilde casa de las colinas de Sarajevo con un grupo de mujeres que habían sido víctimas de una violencia imposible de imaginar (no hablamos de ello, pero no hacía falta: sus miradas lo decían todo).

He visto los cuerpos, recién rescatados de una fosa común, con las manos atadas todavía con alambre y un tiro en la cabeza, y he sentido el hedor del depósito de cadáveres de Tuzla, que alberga las víctimas sin identificar de Srebrenica. Pero también me he reído, he bebido aguardiente a todas las horas del día (y de la noche, pero eso tiene menos mérito), sorbido el café turco (que tiene un nombre diferente en cada país) y comido los indigestos cevapcici. Es un lugar del mundo que añoro, al que siempre me gusta volver, lleno de personas maravillosas, acogedoras, divertidas, francas, abiertas. Y sin embargo, uno siente las heridas en casi todas partes, demasiadas ciudades están cargadas de dolor. Como Foca, una localidad del este de Bosnia, donde los milicianos serbios ubicaron los primeros burdeles para esclavas sexuales. Es uno de los sitios más tristes y terribles que he visitado. La ausencia de los miles de musulmanes asesinados se siente en cada rincón. Pero, por mucho que uno recorra los Balcanes, por mucho que conozca su historia de odios y diferencias religiosas azuzadas por el poder, es imposible entender cómo pudo ocurrir aquello, cómo pudieron cometerse tantas atrocidades (en el fondo, es una pregunta que vale para cualquier guerra civil).

Foca es una ciudad del Este de Bosnia, una zona que fue arrasada por las milicias y el Ejército serbios desde el principio de la guerra. El río que recorre aquella región da nombre a una obra maestra escrita en una lengua que ya no existe pero que todos entienden, el yugoslavo (una de las muchas paradojas que ha dejado aquel país con su desaparición): Un puente sobre el Drina, del premio Nobel Ivo Andric, una novela que también permite entender muchas cosas.
Decenas de miles de civiles que huían de las matanzas buscaron refugio en las ciudades que todavía estaban bajo el control de los musulmanes, como Srebrenica, Zepa y Goradze, que luego fueron declaradas zonas seguras por la ONU (una protección que, a la postre, no sirvió para nada y se convirtió en un símbolo de la impotencia de la comunidad internacional para frenar el genocidio). Uno de aquellos refugiados era un adolescente bosnio que escapó junto a su familia, Emir Suljagic, que sobrevivió a la peor matanza en Europa desde la II Guerra Mundial, en la que fueron fusilados 8.000 varones bosniomusulmanes por orden de Mladic, el jefe militar de los serbios de Bosnia, y Radovan Karadzic, el responsable político de los asesinos. Ambos están encarcelados en La Haya.

El libro de Suljagic es un viaje a la cotidianeidad de la guerra, es una obra en la que hay víctimas y verdugos, pero no buenos y malos, es un libro lleno de matices, de momentos inolvidables, casi siempre terribles aunque también divertidos (para poder ver los partidos del mundial de Estados Unidos de 1994 varios habitantes de Srebrenica se turnaban para pedalear en una bicicleta estática con la dinamo conectada a una tele, mientras los morteros de la artillería serbia volaban sobre ellos). «No sabemos nada de estas personas, que no fueron ni más ni menos maravillosas que otras, ni mejores, ni peores. Fueron maravillosas en la medida en que fueron humanas. Y en la medida en que yo las conocía», escribe Suljagic sobre las víctimas. Entre ellas, están muchos de sus familiares cercanos.

Suljagic y Drakulic dan vueltas sobre los mismos temas, se plantean las mismas preguntas. Y ambos transportan a los lectores a un lugar que nunca debería haber existido: el horror. De mis muchos recuerdos de aquella zona del mundo hay uno que me divierte especialmente. En un bar de Liubliana, la elegante capital de Eslovenia, un país que rechaza con obstinación su pasado yugoslavo, decenas de jóvenes bailaban a todo volumen canciones de Bijelo Dugme, un grupo de rock de los años setenta y ochenta que simboliza la yugonostalgia, la añoranza de aquel gran país que se rompió en medio de la barbarie. Ojalá nunca tengan que volver a enfrentarse a los dilemas que describen estos dos magníficos libros, ojalá el pasado que acabe por pesar de verdad sea el que encarna aquel grupo de Goran Bregovic.
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El autor de las fotografías que ilustran este texto es el reportero Gervasio Sánchez. La primera y la última corresponden a un funeral de víctimas de Srbrenica en Potoçari (11 de julio de 2010), la segunda al depósito de cadáveres de bosnios asesinados en aquella ciudad en Tuzla (octubre de 2008). Las imágenes pertenecen al proyecto Desaparecidos, cuyos libros han sido publicados por la editorial Blume.

El avispero afgano (4) Sólo queremos Islam

A mediados del pasado septiembre el periodista Gervasio Sánchez respondía las preguntas de los internautas en la lamentablemente extinta web Soitu sobre el futuro de Afganistán (país que conoce bien y al que ha estado viajando como periodista desde 1996) y las posibles fórmulas para que ese país ingobernable pudiera tener oportunidades de constituirse como un estado estable y democráticamente viable.

«Volver a empezar. Impedir que el corrupto de Karzai gobierne. Preparar una transición de dos años con un enviado especial de la ONU que sea respetado por las partes. E intentar que los talibanes participen en el proceso electoral. Multiplicar por tres las tropas extranjeras».
Testigo de excepción de los cambios allí acaecidos recuerda que nadie se quejó cuando los talibanes llegaron al poder e instauraron la paz en un país devastado. «La población prefiere el terror talibán a las bombas occidentales». Además el poder de facto sigue siendo talibán «y las autoridades tienen que aceptarlo para evitar la muerte», apostilla. Pero la población está agotada. «La mayoría de los afganos viven en la pobreza absoluta cobrando salarios miserables de dos dólares al día. No tienen ni para comer mínimamente». Pero la hartura del pueblo no viene solo de la pobreza en la que vive ni de la situación de las mujeres. «El afgano mayor de 30 años no sabe lo que es un país en paz. Muchos afganos han nacido y van a morir en plena guerra».
Apenas quince días después las nuevas elecciones que se iban a celebrarse el próximo 7 de noviembre por el fraude masivo de las anteriores han sido desconvocadas al retirarse el único candidato opositor a Karzai, Abdulá Abdulá. Eso ha provocado que el nefasto Karzai sea reelegido. Y Barack Obama aún no ha decidido si enviará no ya el triple de lo que aconsejaba Gervasio Sánchez sino siquiera más más soldados a luchar por una democracia afgana cada vez más utópica, mientras el resto de países involucrados en la misión de la ONU cada vez son más reticentes a mantener los suyos para luchar y morir en una guerra impopular en sus opiniones públicas.

O sea, el peor de los escenarios posibles, si esa es la democracia que les mostramos no es extraño que cobren más fuerza los que esperan sumergir definitivamente a Afganistán en una edad de oscuridad y fanatismo, los que no quieren ni globos de colores por las calles de Kabul ni cometas en su cielo, los que quieren sólo Islam.

Fotos: Big Picture

El avispero afgano (3) Un país hundido que decide su futuro

20 de agosto. Afganistán decide su futuro en unas urnas amenazadas de fraude y muerte. Desde Kabul y para Soitu, Gervasio Sánchez nos ofrece algunos datos representativos de la lamentable situación en que se haya el país afgano gobernado por el vergonzante Hamid Karzai mientras, para mantenerse en el poder, firma leyes terribles contra la mujer y se alía con lo peorcito de los señores de la guerra afganos.

Un país sumido en la corrupción generalizada, con una economía sostenida artificialmente por la ayuda internacional, sin infraestructuras sanitarias, industriales, agrícolas y ganaderas propias y de relevancia (salvo el opio, claro), con amplias capas de población que ven mediatizadas sus vidas por el fanatismo religioso, la escasez de alimentos, el analfabetismo y el trauma de la guerra perpetua.

Las estadísticas engordan el fraude

La vida del 20% de los niños se detiene antes de cumplir los cinco años de vidaEl 57% de las niñas se casan antes de cumplir los 16 años Cinco millones de niños y niñas no han ido nunca a la escuela.

KABUL (AFGANISTÁN).- Hablemos de estadísticas. La esperanza de vida en Afganistán es de 44 años. Sólo diez países de todo el mundo tienen peor porcentaje. Pero ninguno recibe tanta asistencia internacional. (…) Cada 28 minutos fallece una madre durante el embarazo o el parto. La mortalidad infantil es de 152 niños menores de un año por cada mil nacidos vivos. Sólo dos países en el mundo están en peores circunstancias. La vida del 20% de los niños se detiene antes de cumplir los cinco años de vida. Un millón de personas han quedado discapacitadas durante los últimos 30 años de guerra. Dos de cada tres afganos sufren trastornos mentales vinculados al impacto de la violencia.
Más datos recientes dados a conocer ayer por Intermon Oxfam. Más de 7,3 millones de personas están en riesgo de malnutrición, un tercio de la población. La situación está empeorando por culpa de los combates y muchas áreas del país son inaccesibles para los trabajadores humanitarios.
«El gobierno afgano desconoce el destino de un tercio del total de la ayuda al país», dice el informe. La maquinaria corrupta gubernamental simplemente se la ha zampado.
Más de la mitad de la ayuda internacional «está condicionada a la compra de bienes y servicios de los países donantes y más del 40% de los fondos recibidos vuelven a los países de origen a través de los beneficios de sus empresas presentes en el país». 6.000 millones de dólares desde 2001.
(…) Además, la mayor parte del poco dinero limpio que entra en este país se malgasta sin que beneficie a la población. La seguridad cuesta diariamente 100 millones de dólares a Estados Unidos. La comunidad internacional sólo se gasta siete millones de dólares al día en ayuda humanitaria.
(…) Pero sólo algunas mujeres pasan controles médicos durante sus embarazos. El resto se dedican a traer niños al mundo sin respirar desde edades muy tempranas. El 60% de los matrimonios son forzados y el 57% de las niñas se casan antes de cumplir los 16 años.
(…) Hace unos días el presidente Karzai sancionó una nueva ley para contentar a los sectores conservadores chiíes a cambio de su apoyo electoral. La ley permite a los maridos dejar de alimentar a sus esposas si se niegan a mantener relaciones sexuales. La mujer tendrá que pedir permiso a su marido si quiere trabajar. La custodia pertenecerá al padre y, en caso de fallecimiento, al abuelo. Los derechos de las madres pisoteados ante el silencio de los donantes.
Las estadísticas engordan el fraude de una intervención internacional descarrilada desde hace años. Convierten las elecciones presidenciales en un insulto a la democracia. Reduce al presidente Karzai y sus aliados en el parlamento a una cohorte de políticos sin escrúpulos. Los casos concretos se funden en la conciencia y fortalecen la sensación de que todo es una gran mentira vendida a la opinión pública occidental con el envoltorio más cínico y vergonzoso.